Perón: la realidad efectiva te la debo (parte 3. Episodio final)
Por Colectivo Juguetes Perdidos
Nota aclaratoria: Lo que
leerán a continuación comienza (no hablamos del inicio del texto o sí: su
inicio sensible, como solemos aclarar) por una derrota dolorosa: la del
"punto de vista del peronismo silvestre". Podríamos llamarlo de
manera más rutilante, pero presentarlo así es correcto (confiamos mucho en la
sagacidad de nuestros lectores como para ponernos tan explícitos). El peronismo
silvestre como músculo popular vital, difuso, afectivo (con fuerte expresión
electoral: quienes votan y esperan que sus vidas mejores. Tan simple y tan
potente como suena) que puede ser pensado en continuidad –de allí el nombre–
con nuestros laburos sobre "los pibes silvestres" y sobre las
"fuerzas silvestres" que desarrollamos durante más de 14 años (lo
silvestre, dicho rápido: lo que no se inscribe fácilmente en "orgas"
o movimientos o agenditas o instituciones, cuya lógica ignoran profunda y
naturalmente. Nos dió risa escuchar en estos años el uso de la categoría
"jóvenes silvestres" en boca de algunos funcionarios y funcionarias o
dirigencias que son absolutamente incapaces de "silvestrizar" sus
espacios políticos para que ingresen otros aires y otras fuerzas).
Tanto nos cebamos con esta
inquietud y posición que (además de militarla, como todo, de manera no
financiada –por ninguna moneda billete o simbólica– durante todo el 2019...
recordarán nuestras intervenciones, presentaciones, agites, etc.) hasta conquistó
réplica concreta en germinal espacio político. Fue una de las, por suerte,
varias vidas del Colectivo Juguetes Perdidos (investigación, análisis,
tallerismo, consultoría, agites varios y blabla). Asfixiado, sin lugar para lo
silvestre ni por arriba ni por abajo, sí caben esas rápidas categorías en esta
nota-aclaración. Es decir: no hay peronismo silvestre en el Palacio ampliado,
en las dirigencias altas y medias de las orgas y en movimientos sociales que
cartelean más o menos peronismo, no hay peronismo silvestre en funcionarios,
funcionarias etc. Esto no quiere decir que no lo haya, en dosis altas, en
varios y varias "militantes de a pie" o militantes dejados a pata,
podríamos decir. En la intimidad nos cuentan muchos compas que están fundidos o
quebrados (entre otras cosas, por más que no se lo diga en voz alta, fundidos,
quebrados porque esas mismas lógicas políticas no permiten que pase
absolutamente nada no identificable por una lengua política ineficaz). Tenemos
una peligrosidad, para mandarnos un poquito al menos la parte, discursiva: como
decimos lo que pensamos podemos boquear libremente (que es diferente al lorear
que tanto impugnamos en el texto) y hacer zoom en la ausencia alarmante de
realidad efectiva en la percepción, acción, militancia y gestión en todos los
niveles de gobierno y también en quienes "compartiendo grupos de Wa",
pasillos y temas, forman parte de esa burbuja. También lo decimos bien claro,
la derrota de este peronismo silvestre no hace, por nuestra práctica política,
que nos podamos refugiar más o menos alegres y con "goce militante"
en "la nuestra" en una "agenda militante" a la que no le
importa demasiado que pasa "más allá de quienes integran su
construcción". Está intervención es desde las entrañas de las mayorías
populares y pensando en esa realidad.
Es una fuerte intervención,
en otras cosas, "contra las ciegas dirigencias" (políticas,
sindicales, de movimientos y orgas, etc.) que parecen hacer todo lo posible
para darle cada vez más entidad social a los fantasmas que denuncian "las
castas" escindidas de la realidad efectiva. Es una fuerte intervención que
busca siempre los alertas, preocupados primero y principal, por el desplome
salarial y la devaluación de vidas populares que implica (las vidas heridas, etc.
Es muy hiriente percibir la ausencia casi absoluta de laburantes, ni siquiera
aparecen representados...). Segundo, por el entusiasmo de quienes viven en un
recital político o cumpleaños y no piensan en el daño que hace esa reconversión
del vector política como "un plano más de estrés cotidiano". Tercero
y no menos importante: porque contextos como estos, en los que cada quien raja
a su caja, casa o agenda, son también de profundización de las guerras intra
populares (si, ta bien, pobres contra pobres) y de preparación sensible de
preocupantes contextos represivos (la otra parte del "no queda otro
camino") que se llevará puestos vidas de todos los calibres.
Avisamos también que está
será la última "intervención" de Juguetes Perdidos. Seguimos
laburando, pensando, activando, preparando publicaciones y espacios de laburo y
pensamiento) pero así, no. El modo de intervención, el tono de escritura, la
necesidad de barricada, la urgencia y las alarmas, etc., llegan a su fin. Se
cierra un ciclo iniciado hace muchos años. Claro que los y las estaremos
molestando de otros modos: hay plagas imposibles de exterminar...
Afectos silvestres!
1.
“Se repiten, en los últimos meses, cada vez más con mayor
frecuencia esas coyunturas preocupantes que hay que tratar de conjurar, las que
desencuentran a una sociedad que está en otra y a una agenda política que está
en cualquiera. Una sociedad, apretemos zoom y seamos más específicos, unas
‘mayorías populares’ cansadas, sobre-endeudadas y con cada vez menos
pulmoncitos libidinales por donde respirar. Una sociedad materialmente
en otra: en la lucha cotidiana por mantenerse a flote y más o menos
alejados de los fondos más inquietantes de la precariedad” (“Olvídalos y volverán por más”, marzo de 2021)
Una lengua Política que no tiene drama. No lo tiene, no lo carga, porque su
tono alterna entre la charla de pasillo en una facultad o en un plenario y las
chicanas o los palazos que solo agarran sobreinformados en Villa Twitter (se le
habla al círculo rojo o al círculo militante). No tiene drama porque no levanta
el ánimo y el tufo de lo social implosionado. Una palabra pública, la de esta
Política (de rosca de Palacio, de “orgas” y movimientos peleando caja, de
jetones, dirigentes y analistas que hablan a los gritos o en voz baja, pero
siempre entre ellos y asilados, en modo submarino, de las mayorías populares). No tiene drama porque,
quienes la lorean y la hacen crecer de manera inflacionaria, no viven en
primera persona los dramas que padecen las vidas laburantes. Se toma la palabra
pública, y se lo hace sin espesor afectivo y social, para privatizarla. Una economía
de la atención pública y mediática, que descansa sobre cuerpos exhaustos,
metida a la fuerza dentro de un grupo de WhatsApp que despliega una
conversación interminable (físicamente imposible de seguir para cualquiera que
no viva de la rosca o de los kioscos Políticos). Una conversación veloz con
emojis y stickers desconocidos en un grupo del que nadie (más o menos crítico)
parece querer salir. En ese grupo, cada tanto, alguno o alguna dirá: “pensemos
en el 40 y pico por ciento de pobres”, “en los que la están pasando mal”. Así
lo deben enunciar, desde esa exterioridad con la que se le habló desde el
inicio de este ciclo político a “los nuestros” y “las nuestras”: “los pobres,
los informales, los trabajadores empobrecidos”. Un habla exterior que buscó
siempre interpelar a una platea no-popular, buscar empatía, pero nunca empoderar
el salario laburante. Esa exterioridad fue una constante. Quienes
participan de esa inflación verbal –que sumada a la otra hace la cotidianidad
cada día más densa e insoportable– por cualquiera de sus pliegues legitima y
reproduce el régimen de obviedad. Fue, finalmente, un gobierno de cientistas
(sociales). Era una buena presentación. Un gobierno de gente que se encarga de
comprender la Realidad (sin transformarla). Pero, en verdad, parece que ni la comprendieron
ni la transformaron. Un gobierno entonces de comentaristas de la Realidad. Ahí
calza mejor. Qué problema que un funcionario (gobernador, intendente, presidente,
ministro, cualquiera que tenga acceso a la botonera) se dedique a comentar la
Realidad sin pesquisarla y alterarla a la vez. Lo que logra, y eso es una mala
transformación, es convertir a la Política en un lejano vector (uno más de
tantos) de irritación social. Una afección más en medio de tantos despelotes.
2.
“Las peleas que reproducen y vitalizan al peronismo fueron, son y serán
siempre, las que acontecen dentro de las mayorías populares; de sus sensibilidades y
formas de vida (‘peleas entre pobres’ las traducen ahora: bueno, sí, disputas
entre pobres que tienen que ser dentro del peronismo). Las peleas que se dan
entre agendas militantes, entre ideologías o de espaldas a esas mayorías no
reproducen el peronismo: lo congelan y atentan contra su sensibilidad plebeya.
No se escucharon los susurros: solo las bolas que se corren (que luego se hacen
de nieve y bien visibles, físicas, pero obvias y que desaparecen a las 24
horas, como una historia de red social). Esta vez, parece, que los gritos y
susurros no eran de reproducción, sino de palacio y bien lejanos a los caldos
de cultivos subjetivos del peronismo” (“Perón la
realidad afectiva te la debo, parte II”, octubre de 2021)
Una parte importante de esa lengua Política que no tiene drama está
empezando a justificar el ajuste: se desbloqueó la palabra tabú, pero para
aceptarla y no para revertirla. Cuando en diciembre del 2019 publicamos La Sociedad Ajustada
nos dijeron que no era un título acertado: “la sociedad del ajuste es la que
quedó atrás. La del macrismo que derrotamos, compañeros”. Solíamos responder,
antes de que nos gane el cansancio a nosotros también, que no era una
arqueología sobre lo que Cambiemos hizo en la sociedad: era una investigación
sobre la sociedad que dejaba el macrismo. Sobre su pesada herencia. Pensábamos
que el ajuste era un proceso en ciernes y que esa sociedad ajustada (a nivel económico,
social, anímico, psíquico) llegara para quedarse implicaba que había que pensar
en profundidad qué sociedad se iba a “gobernar y/o militar”.
En el
epílogo de La Sociedad Ajustada escribimos un texto-apertura sobre el peronismo
silvestre. Un escrito de esos que se ponen al final de un libro denso que
parece cerrado y que, sin negar la oscuridad social precedente, apuesta con
todas sus ganas a que ese músculo político, afectivo, vital que había permitido
la inesperada victoria contra Cambiemos no sea dejado de lado al momento de
gobernar (dejarlo de lado, pensábamos en aquel momento, sería un suicidio
político).
“Peronismo silvestre que es fondo
‘virtual’ desde el cual negar las extorsiones de los realismos de derecha y que
continúa perdurando como una opción para rechazar de a muchos y muchas la
sumisión total. Ese peronismo que, unido y silvestrizado, convoca gestos
sueltos de atrevimiento y agite ‘público’, imágenes y fibras históricas de
aguante y coraje subjetivo, una inoxidable
pasión alegre que moviliza desde la dignidad y el buen desborde fuerzas
gedientas y desorganizadas que rechazan las obediencias mulas y las jerarquías
políticas y sociales, incluso aquellas que establecen vidas militantes –y
‘militables’– y vidas outlet (esas vidas de ‘segunda mano’, esas vidas a las
que se les quita el cartel de políticas son sobre las que cayó con más fuerza
el ajuste feroz): peronismo silvestre que rebalsa los moldes de las
organizaciones sociales y políticas –‘mi único heredero es el pueblo
silvestre’, sentenció su líder hace tiempo– y que se niega a blanquearse y a
institucionalizarse porque es antes que nada rechazo que hace volar por el aire
los discursos que pretenden ‘transformar las sensibilidades y los hábitos’ de
las vidas populares.” (LSA, diciembre de 2019)
La vida
mula resentida y sus mayorías cansadas, la densidad y la expansión social de la
máquina de gorra, la implosión social
cada vez más intensa organizó una situación
imposible de la que solo cabía salir ‘por arriba’: Frente de Todos, Alberto
y Cristina, etc. Se pudo salir por arriba, pero nunca más se volvió a mirar
abajo; a la fuerza que había permitido esa propulsión inesperada. Al contrario,
se gobernó desde ‘lejanías’ perceptivas; ninguno de los mapas y de las
cartografías de los territorios sociales implosionados, complejos,
heterogéneos, dramáticos y vitales que acercamos, nosotros entre otros, a
varios y varias… de distintos niveles de gobierno, ninguno se tuvo en cuenta
porque “no era tiempo de investigar”. Se salió por arriba, pero el gobierno se
desprendió luego de todo rastro de esas fuerzas de ‘abajo’ (o solo quedándose
con una traducción pobrísima de esas fuerzas, con su espectro, su
representación dirigencial…).
Viajar al
pasado, al momento de escribir ese epílogo y tirarnos este spoiler: el
peronismo silvestre no va a ser el relleno afectivo del peronismo en el
palacio. Y tampoco será, por variadas razones (ajuste, cansancio, pandemia, pero
también algunas razones internas) la fuerza vital que lo haya obligado a no
despegar(se) y alejarse jamás de las vidas heridas por la precariedad y por el
ajuste de guerra. No lo fue porque se ocuparon también de que así sea: no fue Gorra coronada pero más o menos. Se coronó un
modo de gobierno palaciego, posperonista. El “era por arriba” (rajar al
macrismo) coaguló y taponó cualquier otra fuerza.
Ahora que
se desbloqueó la palabra ajuste lo podemos repetir más fuerte y quizás
se arrimen más orejas. Ya no importa igual. Nunca nos interesó ser los “amigos”
y “amigas” que se sientan en el sillón y organizan la planilla de Excel con
“los potenciar” o con las becas, que tienen que decirte entre lágrimas y
abrazos sentidos que ya no te pueden renovar el contrato o la beca, que te van
a tener que echar. Debe ser re doloroso eso. Rajarte en una oficina con
prolijidad estilo Pinterest y repleta, saturada, de íconos prolijos y pop de
Néstor, Cristina, el Diego, las Madres mirando la escena. Nunca quisimos eso. Tener
que hablar así de los pibitos y las pibitas, tener que decirles “hay que
hacerlos laburar más”. Sí nos preocupó, y nos preocupará siempre, acercar mil proyectos
a quienes ocupan o no cargos, que tienen más o menos injerencia e influencia en
los diferentes niveles de gestión, etc. Rompimos siempre con lo mismo. Hay que
investigar la sociedad que queda: la máquina de gorra funcionando a pleno, la
herencia afectiva, anímica, social (y no solo económica) del macrismo está viva.
Si íbamos a volver
mejores, quizás, esta vez sí se podía investigar a la sociedad
precaria y sus violencias sin que se enojen o nos ignoren para llamarnos solo
cuando gana la derecha. Hay que investigar lo que pasó durante la pandemia, decíamos,
queda una sociedad hecha mierda y re picante. Pero nunca hubo ganas, tiempo,
necesidad, interés genuino de investigar nada.
3.
“Lo social implosionado e
implosionando es un proceso en curso: acontece cada vez más hacia acá: desde un
vagón de tren o un bondi hasta un barrio, un hogar o lo que sucede piel adentro
de los cuerpos. Si la amenaza de un estallido social está en el horizonte
futuro de cualquier gobernabilidad contemporánea, la de la implosión social ya
está ocurriendo y carcomiendo en el presente vidas, barrios y ‘entramados
sociales e institucionales’. Para enfrentar y lidiar con las implosiones
sociales no alcanza con la convocatoria a los movimientos sociales y a las
organizaciones o dispositivos que ‘contienen’ los desbordes. Las implosiones
silenciosas, con temporalidades y espacialidades propias, reconfiguran (o se le
suman a) los repertorios más tradicionales de la conflictividad social (…) Si
las implosiones y dramas sociales son la mayoría de las veces huérfanas de
imágenes políticas, si quedan regaladas involuntariamente al gorrudismo
ambiente, al securitismo, se vuelve cada vez más urgente y necesario conectar las
agendas políticas y militantes ‘tradicionales’ con una ‘militancia en la
implosión’; insistencias y agites varios que a pura prepotencia vital y
organizativa saltan por el barrio, por una escuela, por una sede comunitaria,
por un espacio, etc.”
Spoiler dos:
nada de esto tampoco sucedió. O los esfuerzos de esas militancias en la
implosión quedaron huérfanos, desfinanciados, ninguneados. El establishment
actual de los movimientos sociales está en las antípodas de ese registro de las
militancias en la implosión. Ni hablar de las discusiones públicas, macro,
palaciegas (Planes sociales, cargos, caja…). Nunca hubo tanta distancia entre
las agendas en este país, históricamente movilizado, siempre gediento, con
grandes tramos de agendas cruzadas por arriba y por abajo, con encuentros y
desencuentros, sí, pero con músculo político (Derechos humanos, calle, barrios,
tradición histórica y alianzas insólitas). No es joda la tonalidad que han
tomado las discusiones políticas este año: y en varios planos (no solo Palacio;
cualquier gil o gila con una mini caja o un mini poder replicando yeites y
lejanía sensible con el país real).
Desarmar,
debilitar, ignorar ese músculo social, vital, anímico que permitió la victoria
del 2019 en pos de mil peleítas, mil agendas, mil discusiones internas sin
carne popular masiva detrás, es lo que explica también el presente político y
augura un destino oscuro.
La pregunta de siempre: ¿puede pasar que aquello que no llega a impactar
provoque el mismo ruido estruendoso de un choque violento? Pongamos que sí.
Hay, se siente fuerte si se afina el oído, un intenso y denso silencio; el de
esa no colisión entre una agenda Política que está en cualquiera (y acelerando,
cada día más, ese cualquierismo) y unas mayorías populares que están en otra;
en guerras y guerritas para llegar a fin de día (¡ya no existen los meses!
decíamos hace un tiempo, la inflación violenta lo viene a certificar).
En ese nuevo calendario post-apestado, y cada vez más ajustado, nadando en
ese minestrón, se arremolinan esas mayorías populares con sus guerras piel
afuera (viajar, laburar, pelear la moneda como se pueda) y con sus guerras piel
adentro: el cansancio, la fuerza que amaina, las ganas de parar como sea. Se
esperan, desde las burbujas politizadas, siempre gritos (se intenta dar con el
tono del grito reconocible) y no con gemidos, lamentos, dolores que apenas se
oyen. Pónganse en mute, quienes están meta lorear. Silénciense y traten de
producir hechos que despejen variables que quilombifican las vidas precarias;
que drenen un poco lo social implosionado que pudre todos los interiores.
Se apuesta a que esas mayorías populares cansadas “no van a hacer nada”
porque están saturadas de quilombos a gestionar y la Política es solo un
murmullo de fondo, o se las intenta convocar desde representaciones ineficaces
y absolutamente perimidas “para que hagan algo”, pensando solo ese algo desde
agendas de una delirante imaginación política.
La
pregunta de siempre: ¿qué ontología de lo social naturaliza que la suma de
garrones deviene en estallido? ¿Qué son los estallidos hoy? ¿Cómo pueden ser en
una sociedad como la actual, qué forma adquieren? Pero, si así fuere (no se
pueden descartar: se está haciendo todo lo Política y económicamente posible
para haya un big bang total) antes y después (como sombra, como estela)
quedarán violencias de la implosión casi invisibles para el ojo político, para
el lenguaje militante. El mismo que ve garabatos en lo social y no le interesan
traducciones.
Con implosión, con la teoría sobre la implosión, nombramos siempre un
poquito (la cosa es difusa, es difícil de percibir) de los conflictos sociales
inéditos. Aquellos que vienen en nuevos paquetes sellados para la vida Política
clásica, para la máquina de registro militante (en estos últimos años con el
mismo registro y tono –cuando no la misma agenda– que el sistema político y de
Palacio. Un funcionario militante te habla como analista, medio politólogo, un
militante que no es funcionario te habla como funcionario y como analista,
medio politólogo, un politólogo medio funcionario medio militante te habla y te
habla y te habla).
Es una boludes pretender indagar qué piensa “la gente”: la gente, ese
fantasma, puede ni siquiera tener idea de lo que piensa y porqué lo piensa,
pero sí tiene muy en claro una sensación: está cansadísima. Cada vez más. Están
haciendo, desde “arriba” un experimento inédito, una alquimia novedosa para
nuestra sociedad: están logrando que una crisis política y económica profunda
devenga un vector más de extremo cansancio social.
Por cada micro estallido visible y resonante que festejen o impugnen desde
el régimen de obviedad, con eslóganes militantes o ferocidad de funcionario que
llama al orden (son coyunturas que preparan escenas de represión, que empiezan
a preparar esos montajes), habrá veinte mil réplicas oscuras barrio, familia,
cuerpo adentro que no se van a percibir y que no van a interesar. Lo dijimos
sobre las tomas de tierra y también cabe para un saqueo o un quilombo de “protesta
vecinal”: la guerra vecinal que intensifica, en un momento de nervios
chamuscados y fierros y armas listas para disparar, puede ser más oscura que
finales de los 80 o principios de los 2000. No hay margen para la “politización
de conflictos” si primero no se los entiende. Dejamos solo un ejemplo. ¿Alguien, cualquiera
que resida, recorra, camine, labure, milite en cualquier barrio de clase media,
media baja, baja en picada, infra-baja y anda a saber cuantos cortes más, del
conurbano bonaerense o de cualquier otra periferia en Argentina piensa que un
amague de saqueo a un local cualquiera por pibes detonados puede salir bien “a
nivel político” (sea desde cualquier “izquierda” o cualquier “aparato”)? Las
secuelas, las réplicas de una escena así son incontrolables para cualquier
actor político, social, en cualquier barrio. Un saqueo que puede tener como
destinatario cualquier local de cualquier don o doña, un vago que no responde
ni a sus amigos más pillos ni a sí mismo si está empastado, un comerciante
hecho pelota y enfierrado, un “puntero” o referente re cagado que ni siquiera
tiene diálogo con esos pibes, una policía descontrolada (y mucha:
nuevita) que tampoco conoce bien el paño y que está cargada de vueltos. Casi
nadie controla nada en los nuevos barrios. Esa es la primera premisa de
investigación política que boqueamos hace ya diez años.
4.
En medio del loreo
del todes contra todes circulan discursos de distintos lados que pretenden
disputar vidas populares como si fuesen muñequitos sociales a los cuales ir
ubicando en un tablero. Se escucha: que hay empresas que no consiguen mano de
obra, que qué tarea se les asigna a quienes cobran un plan, que las pymes y
empresitas de barrio absorban fuerza-pibe laburante, que qué hacen los
municipios con los Potenciar y sus tareas asignadas, que hay que formar a los
jóvenes en oficios que se requieren hoy, etc., etc. Un monólogo. Esa fuerza que
está del otro lado (siempre es una otredad radical) aparece nuevamente como
disponible (como cuando decíamos en plena década ganada con los ni-ni: disponibles
y malvenidos), siempre representada, hablada, organizada –por arriba–,
convocada, pero sin voz real.
Sobre todo, pibes y
pibas, pandemia mediante, con secuelas bien jodidas a cuestas, con mil
inventivas puestas en juego en estos largos años de sociedad ajustada para
ganarse el mango: vendedores ambulantes de ocasión, emprendedurismo barrial a
cara de perro, rebusques, hasta laburos riesgosos
de todo tipo y color (que ponen a prueba cualquier discurso de desidia
generacional… ustedes entenderán). “Falta mano de obra”, festejemos al
empleador (incluso sea tu cuñado, o ese que se automulea igual que a sus laburantes),
pidámosle tal y tal cosa a las del Potenciar que sino están ahí esas horas sin hacer nada, boludeando, etc.… Las
preguntas por la precariedad laboral y el verdugueo, a un costado. La pregunta
por el salario como ensamblaje guita +
fuerza subjetiva, ni
existe. La pregunta por la cantidad de laburo y gestiones que cargan a cuestas
las vidas populares hoy, parecen quedar silenciadas. La famosa “relación de
fuerza” no da para preguntas finas, la crisis y la pérdida de valor de la guita
y los ingresos varios, apura y resta margen para cualquier pregunta; todo
parece cerrarse de nuevo en un Realismo que aplana. Un remake post-salarial de
los famosos ‘ejércitos de reserva’; como si el resto de ese mundo todavía
seguiría en pie, como si hubiera reservas...
Es probable que los hijos e hijas del peronismo de la década ganada ya no
voten al Frente de Todos en ninguna de sus alquimias. Avisamos, casi al
comienzo del 2020, que esos votos jóvenes y silvestres fueron los primeros que
se perdieron. Se extraviaron en el sopor de un gobierno auto-percibido
peronista que no les llegó ni les habló nunca (en ninguno de sus niveles de
gobierno). Los votos no se recuperan con parla. Primero el bolsillo después el
chamuyo (siempre fue esta la fórmula).
“Despacito y casi
sin gastar saliva las vidas populares y laburantes son empujadas, cada día unos
pasitos más, a las bocotas abiertas y hambrientas de la derecha. Desde el
camionero que manda a sus hijas al colegio privado para sacarlas de la junta
del barrio, pero abre un comedor adentro del barrio para dar una mano –y,
quizás, por algún peaje que obliga al “privilegiado”– pasando por el remisero
(y también chofer de Uber y Didi y de la próxima aplicación), por la enfermera
y mamá luchona a la que le reventó la tarjeta naranja; por el vaguito al que le
robaron la bici con la que laburaba en Pedidos Ya y ahora vende el pan que hace
la vieja; por el vaguito que le robó la bici a uno que laburaba en Pedidos Ya y
ahora, cada tanto, va a laburar a la obra con el tío; por casi todos los pibes
que ahora cantan –junto a sus padres, madres, tíos y vecinos– “gracias a la
harina que me ha dado un mango” (o a San Lavandina) mientras caminan los
barrios un poquito más residenciales ofreciendo la mercadería puerta a puerta o
semáforo a semáforo en la avenida; por la vaga que cobra la Asignación y tiene
la tarjeta Alimentar y su novio que cobra el Potenciar, pero que saben que ir
al shopping un fin de semana o a un local de Personal es parte de la antigua
normalidad. Podríamos continuar la fenomenología barrial hasta mañana. Vidas
laburantes que están arriba de esa cinta transportadora, la que los desliza a
la derecha, hace al menos diez años, pero que, en el último tiempito,
pareciera, que ese desfile se acelera cada vez más. De un lado los esperan con
los brazos abiertos y sin escrutarlos. Mientras desde “nuestro lado” se reduce
la complejidad del mundo popular a la invocación lejana y exterior del “40 por
ciento de pobres” (“Perón
la realidad afectiva te la debo. Parte I”, octubre de 2021)
5.
Pensamos
mucho, en todos estos largos años, las mutaciones del mundo laboral: la vida
mula, la subjetividad de los nuevos laburantes, el vínculo entre salario,
trabajo, consumo, engorramiento, ciudad, etc. Nos preocupa también la
simplicidad y la chatura con la que se enuncia el trabajo y sus percepciones en
la discusión “pública” actual. No se piensa el trabajo desde
su percepción subjetiva (no solo objetiva), no se percibe, valga la
redundancia, lo que la gente percibe sobre su dinero, su economía personal. No
solo la objetividad destruida de los números.
Conocemos
bien esa sociedad partida de nuestros países vecinos (vidas endeudadas,
trabajos sin ni siquiera el recuerdo de un sindicato, salarios realmente en la
línea de flotación, de subsistencia…). A la precariedad acá, sabemos, se la combate también con Trabajo, pero no con la
noción chiquita, economicista, del trabajo, sino con el trabajo a la argentina: el trabajo ligado a la
dignidad, al Plan Barrial (¿por qué no?). Así como aprendimos a no sacarnos de
encima demasiado rápido al Estado, es necesario no regalar al trabajo y al
salario como imagen posible de una anti-precariedad.
Esquivemos
los cientos de libros y trabajos sobre el posfordismo, el tema de la
autogestión y el neoliberalismo, etc., etc. que fueron generalmente pensados
más al calor de las experiencias europeas que de estas tierras. Pero sí
pensemos qué pasa cuando hoy estás arriba de una moto trabajando de repartidor
y también tenés que gestionar –solo o en banda– la seguridad, el cuidado, ni
hablar el tema de la contratación, de la irresponsabilidad de las empresas, el
tema de las aplicaciones; o cuando un docente en la pandemia se tuvo que garpar
Internet, conseguir una silla cómoda o romperse la espalda, laburar en el
quilombo de su casa… Esto es algo peor que el posfordismo, digamos: un
posfordismo a la argentina, tercermundializado… Y más acá todavía: lo que está
en juego es un pos-peronismo, en el sentido de que cuesta cada vez más meter
hoy la discusión por las condiciones de laburo, por la precariedad laboral
entendida de manera amplia (no solo en los modos de contratación o en la
informalidad de las tareas o sectores productivos). Hoy en día cuesta meter la
pregunta por la precariedad laboral ya sea en los segmentos de trabajo estatal
(en todos sus niveles), el trabajo en los programas sociales, el mundo privado,
etc., y ahí es donde vemos que es un peligro que, desde los discursos
políticos, de gobierno, se trate de enfriar todo esto, o se lo vea con miedo, o
de costado (por el riesgo de que te lleve puesto un armado, un equilibrio
político, una gestión). Es un problema mayúsculo: porque si el peronismo saca
los pies del plato en este terreno (qué
significa trabajar hoy), ¿qué queda?, ¿quién lo agarra?, ¿qué alianzas se
pueden tejer?
En este sentido, enunciado como se lo hace, el salario básico es casi una ofensa al empoderamiento salarial peronista (el peronismo es
eso: salario fuerte). Además, los números que se manejan, en medio de una
inflación que sube por ascensor son una cargada. Se asoma de fondo ese
imaginario gorila (sea progre o facho) de quien cree que el laburante
empobrecido total se las arregla. Cuando desde un gobierno (autopercibido
peronista) en toda su amplitud, decíamos en el 2020, te hablan de ‘preocupación
por los pobres y la pobreza’ tenés que preocuparte. Cuando se enuncian
políticas económicas o posibles medidas desde esa ajenidad, desde esa
exterioridad y sin ruborizarse, estamos en problemas (sea habilitar el dólar
como unidad de valor, devaluaciones controladas, etc., etc.). De fondo, lo que
se blanquea es la fractura social expuesta (lo que podía parecer impotencia
estatal o desgobierno deviene en algo peor): que las vidas dolarizadas vivan
tranquis, que el resto no se retobe, que bajen algo los precios, que se acepten
las condiciones de laburo de mierda, y no hacer mucho ruido ahí en el famoso
poder real.
¿Salario universal y dolarización? Más explícito no puede ser el sueño de un
país popular pos-peronista –y franciscano– (¿y después se asombran si en las
encuestas sube cualquier candidato falopa?).
¿Qué paz social es la deseable a futuro? ¿Una que tolere la fractura social
expuesta y violenta, en la que conviva el laburante que vuelve cansado y sin un
mango a su casa y por la ventanilla pasa por el polo gastronómico de su
localidad y piense: qué bien, mirá toda esa gente consumiendo, me alegra que la
economía de mi país repunte… O la doña que mira el móvil de noticias en las
costas reventadas de turistas internos y el festejo, como el del verano pasado,
de gobernadores y ministros por el éxito del pre-viaje? Quizás, se apuesta por
la doña y sus hijas y vecinas diciendo: qué bueno que esa gente pueda disfrutar,
me alegro, a nosotros ya nos tocará. Por ahora alegrémonos con esa vida ni pal
viaje. Imaginarios difusos sobre una seudo-sociedad de castas.
Al
gobernar enfriando
le sigue una imagen peor: preparar sensiblemente a la sociedad para cualquier cosa… Y lo imperdonable
es que esta vez esa tarea indigna no sea solo realizada por la derecha. El
terror anímico viaja con los debates económicos y los rumores mediáticos y
palaciegos: el riesgo de una Híper, una dolarización a medias, devaluación… La
funcionalidad de esas bombas en el plano anímico y sensible es enorme, bombas
que van en tándem con el enfriamiento. Enfrío - agito con cagazo - alejo el
plano de la política (encarnando en definitiva el discurso de la casta de la
falopa libertaria) - tiro una bomba discursiva… Una secuencia cuyos efectos
sociales son insondables (y se acoplan al efecto de los precios y salarios, de
la materialidad de la economía, etc.)
Que el proyecto profundo del poder político sea pedirles a las vidas
populares que bajen un cambio, que tengan expectativas vitales moderadas, que
abandonen sueños de consumo (una de las formas de ascenso social), que se
olviden de la casa propia para siempre, que alimenten el cuerpo con pan y el
alma con rezos. Que acepten que esto es lo que tocó. Que los van a ayudar
familiares, que si tienen suerte se van a endeudar para siempre con familiares
más pudientes. Que no deseen nada: ni la vidriera del local, ni la motito o el
auto del prójimo. Que van a tener que laburar como nunca para no poder tener
casi nada. Que se queden tranquilos y tranquilas y que toleren que ser
laburante y pobre es un destino divino. Eso no es peronismo. Eso es otro
evangelio. Que, aunque ya circula con fuerza en los barrios y las vidas
populares, no es aún mayoritario (digan lo que digan). Aún se está disputando
la batalla de las almas laburantes y plebeyas de nuestro país. Una batalla
concreta, real, de formas de vida.
*
Más allá de lo importante de investigar las transformaciones del mundo
laboral (ultra necesarias: cualquier investigación de las transformaciones de
la vida popular las celebramos) dejamos una alerta: ojo cuando esas investigaciones
devienen fetiches y muñecos para el juego de las elites progres. Una cosa es
pensar la potencia de los movimientos de desocupados, como se hizo en los
viejos años de cambio de siglo, barrio adentro: sin sacarlos de una trama
vital, cultural, política, etc.; y otra cosa es arrancar experiencias,
“sujetos”, movidas y llevarlas a laboratorios fríos y academicistas. Que la
economía popular no sea el nuevo laboratorio para “caer a un barrio” y buscar “informales”
implica que se la piense, se la investigue, se la conciba en medio de una
economía vital amplia: la de una sociedad precarizada e implosionada que hay
que salir corriendo a registrar. No se puede sacar a una vida de su barrio,
pincharle mil enunciados políticos y ver cómo reacciona. El paquetito de tierra
barrial que saquen afuera para investigar, que se lleven encima, no puede
servir para generalizar y pensar que “todos los territorios barriales son así”.
Escuchamos, ay, perplejos a gente de gran buena fe pensar que, en cada
barriecito, en cada tomita, en cada calle perdida de un complejísimo, caótico,
enorme y sinuoso conurbano bonaerense (esa serpiente negra a la que nunca se le
ve la cola ni la cabeza) hay zonas liberadas de autogestión laboral. La mayor
parte de un barrio es la que no se ve. La que no tenemos idea qué pasa. La que
no llega a percibir nadie. La que no se investiga. La que cada tanto muestra,
apenas, un programa de televisión. La que oculta secuencias difíciles de pensar
y digerir para una lengua política. Nos llena de bronca pensar que muchas
políticas públicas (a nivel municipal, provincial, nacional) se hacen a partir
de rumores y representaciones propias del ‘híper realismo’ con respecto a lo
que es la vida cotidiana de las mayorías populares (ese mismo imaginario de las
inolvidables y patéticas frases de campaña y post-elecciones: “es que los vimos
tan contentos a los vecinos en los vacunatorios que pensamos que nos iban a
votar”).
6.
Analistas filo-albertistas, sus desencantados. Los que piden el VAR para
aumentar el registro del “no se pudo”. Quienes te hablan desde una oficina en
la Casa Rosada, pero con el tono de un charlatán de café. O los y las fans de
Cristina que asisten al recital con entradas protocolares. O los “movimientos
sociales” que participan de los mismos grupos de WhatsApp, recorren casi los
mismos pasillos, pero boquean imitando mal el acento del barrio. Y encima, no
aceptan recriminaciones porque ellos y ellas están luchando: no aceptan
críticas de quienes no luchan “como ellos”.
En un capítulo de Borgen –una serie medio pedorra danesa que reduce la
política a la rosca de Palacio y que seguro es la preferida del presidente y
sus asesores– un viejo militante del Partido Laborista se lamenta porque ya no
hay obreros en el partido. Más o menos tira, con la educación escandinava del
caso, acá no te cruzas un laburante ni en pedo. Esa pregunta, al menos desde
hace una década, cada vez empieza a oírse más dentro del peronismo.
Cuando no se había coronado la sociedad ajustada aún,
pero sí empezaban a emerger modos de gobernar que prescinden de lo laburante
como variable fundamental de una política popular. Esa primera derrota poco
pensada e investigada (¿de donde también surge el macrismo cada vez más como una
posibilidad política real?). Esa línea anti-laburante atraviesa todos los
niveles de gobierno. El problema de la ausencia de vidas populares en los
diferentes niveles de gobierno es que se tarda demasiado (o no se lo hace
nunca) en comprender cómo viven los laburantes (incluso en preguntarse: ¿qué es
trabajar hoy?). Se percibe de manera más obvia en quienes antes
sostenían programas sociales (y políticas públicas) con laburantes híper-precarizadas
y ahora ya en umbrales delirantes, no conciben la vida real (cómo vive,
cómo siente, cómo piensa) de laburante, una laburante empobrecida.
Esa
línea anti laburante (consolidada durante el macrismo, y no desmantelada, sino
mas bien reforzada durante estos últimos años) corrió (corre) a la par del
enfriamiento territorial de cualquier quilombo contractual. Muchos conflictos
se ha resuelto despidiendo trabajadores y cambiándolos por militancia fiel –familiarismo
y círculo de amigos ampliado–. Todo esto digerido bajo la excusa de que “hay que sacar a los quilomberos del Estado, meter
militancia propia. Así es la política”.
Pintó un estado de amigos y amigas. Un estado centro-cultural: del estado
de los amigos del secundario de elite (Cambiemos) al estado con compas de “la
orga” o el centro cultural. Una endogamia fatal (“pero me creía que la
gente…”). Lo imperdonable para quien se dice peronista es no saber qué siente,
piensa, hace cualquier persona del amplio, fragmentando, despedazado por mil
partes “mundo popular”.
Una elección se puede perder, pero desconocer lo que piensa y siente
alguien que no te votó o que sí lo hizo es un error histórico.
¿Se le va a pedir compasión, apoyo, movilización para la ofensiva desnuda y
feroz que se viene a esas mismas mayorías cansadas que verduguearon y
desgastaron? Estamos en el 2022 y siguen pensando en el 2023 o 2027. Y,
mientras tanto, la resaca de esta gran ineficacia va dejando todos los
elementos servidos, flotando en el aire y sobre las cabecitas quemadas, para
que la derecha avance caminando la cancha: Y ahí, claro, las derrotas siempre serán
de los otros.
Si
para un lado de la mesa, la dirigencia tiene la posibilidad de investigar,
intervenir, sobre las condiciones de vida de las mayorías populares, y para su
lado contrario, podría investigar e intervenir sobre cómo se mueven y
concentran los grupos económicos, elige quedarse girando como un trompo en el
centro de la mesa. Y encima como si en su aceleración se convirtiera en un
taladro, enceguecido en sostener ese movimiento, se fueron enterrando hasta ir perdiendo
perspectivas para intervenir. Ese parece ser el juego palaciego: chicana,
disputa y concentración de poder, y hablar entre pares. Y esta dinámica se está
dando desde el primer año de gobierno del Frente de Todos. Cada uno de los
actores del Frente cierran fronteras para sostener su cuota de poder, cerrando
la posibilidad de que una noción más amplia de la cuestión social atraviese
esos muros blindados. Por eso fueron agendas políticas que no dialogaban con
las mayorías, que no se podían agrietar
Y
en esa concentración de poder, algunos actores del Frente parecen gozar del
correlato de fuerzas inédito para su organización, mientras más de la mitad del
país se hunde. Y no se trata de una cuestión de silencio o complicidad. No es
nada de eso. El tema es que, en ese movimiento de cerrar filas, se dejó de apostar
por una alianza fuerte que dispute el macrismo que sigue vivito en cada una de
sus herencias y heridas.
Decíamos
hace cuatro años:
“Si el
macrismo atacaba en todos los frentes fue imposible pensarlo y “resistirlo”
desde una única y conocida columna. El macrismo pareciera ser la suma de los
odios históricos de la derecha tradicional y de los ‘nuevos odios’ de la
derechización existencial en la precariedad. Una suma de todas las fuerzas
Anti-todo a las que sólo cabe oponerle un Aguante todo: sacrificio, disciplina
y ascetismo; fiesta, agite y gedientismo; militantes de rostro serio y
militantes de pura carcajada; cuerpos de pie y cuerpos acostados; vidas
endeudadas y vidas sonadas; pibas a todo ritmo y doñas de vieja moral; economía
popular, laburantes pillos y vagos inquietos. Que estén los ‘cuadros’ pero
también las vidas heridas por el ajuste de guerra. Una ‘militancia’ que
convoque a todas las fuerzas silvestres que circulan sueltas por la sociedad
gorruda. El rumor cada vez más audible de esas fuerzas caóticas no puede
‘aislarse’: para esas fuerzas no hay ‘antídoto’ posible y eso todos los
ocupantes del Palacio lo saben”.
Están encallados, acelerando, dando manijas entre todes profundizando una
deriva delirante.
7.
Se piensa a lo popular desde los sujetos,
desde la representación y no desde el estado de una sensibilidad popular. El
peronismo, su tarea histórica más perdurable, fue primero entender las
sensibilidades plebeyas en disputa y no almorzarse la cena tratando de partir
de representaciones medio fantásticas de las vidas populares. Es necesaria, más
que nunca, la sociología silvestre, porque precisamente en lo social es donde
se pinchan las preguntas políticas y se ve cómo funcionan.
Vemos dos
dificultades. La primera, en términos históricos, para el país popular: la
cuestión de la pobreza estructural, que es bastante reciente en Argentina. El
hincapié en la figura del “pobre” es bastante complejo, sobre todo cuando
realmente le estás hablando y estás interpelando a alguien que se está cayendo
del mapa, que está cayendo bajo la línea de flotación y que no quiere que lo
interpelen desde la pobreza. Nadie quiere que le digan permanentemente y que le
recuerden su situación de empobrecimiento sin a la par tratar de mejorar su salario,
tratar de hacer algo con esa maquinita que es realmente una verdadera guerra
contra los cuerpos populares como es la inflación (y una guerra que incrementa
a otras guerritas, que estresa y violenta a las mayorías populares). Lo
complejo es que detrás de esa categoría y detrás del número de 40% de pobres (o
de lo que ahora aparece –a veces mencionado con una liviandad que da bronca–
como ‘trabajadores pobres’), lo que no se ve es lo que sucede en términos de
las nuevas violencias que aparecen, de las nuevas disputas por un barrio,
disputas entre trabajadores que están en las economías formales y laburantes
desenganchados, etc.
El problema es que
hay un montón de cuestiones que no se pueden mapear si te quedás únicamente en la
categoría de pobreza sin poder perforarla y ver lo que hay detrás. Lo que hay
detrás es un estado de sufrimiento, de cansancio, un estado realmente de
sobreendeudamiento de las mayorías que no solo son tus bases electorales,
porque no es solo una cuestión de la coyuntura electoral: es el compromiso que
vos tenes como gobierno con las mayorías populares. Mientras el concepto de
pobreza estructural da una imagen de sujeto a representar, el de precariedad
totalitaria, en cambio, apunta a otra cosa; a pensar las fuerzas, las fronteras,
las tensiones, evitando congelarse en los sujetos y en la pobreza como
categoría, para pensar en términos de precariedad y de disputas de realismos
(no se trata solo de una Realidad inquebrantable, única, sino siempre de
disputas y tensiones por cómo se vive o se quiere vivir en un territorio). Disputas
de realismo que exceden el régimen de obviedad y que se juegan también en
planos que exceden lo económico; o mejor dicho, que incluyen otro tipo de
economías que también hay que pensar e investigar, y en las cuales hay que
intervenir.
*
Hay un error que
empieza a escala barrial, muy chiquita, que es únicamente mirar el barrio
militante, o mirar el barrio donde hay algún tipo de dispositivo que vos creés
eficiente y que está relación con tus expectativas políticas y no mirar el
barrio de manera más amplia. Las no-investigaciones se pagan; electoralmente,
pero sobre todo o más grave aún en otro sentido: dejar mundos afuera, vidas
afuera, no atender heridos, y perder el peronismo como sensibilidad. No atender
a las vidas heridas y a las vidas de frontera (ambigüas, que van y vienen de un
mundo a otro, las que no tienen un solo rostro). Lo que es preocupante es que
cada vez una mayor porción de las vidas populares y de muchos laburantes espontáneamente
miran a un tipo de dispositivo político que parece un poquito más dispuesto a
recepcionarlas. Y eso es algo que no tiene que pasar en una gobernabilidad que
se autopercibe peronista. No ver la realidad efectiva es perder la disputa de
realismos: se la dejás a la derecha.
8.
Experimentar, probar umbrales de tolerancia es gobernabilidad de derecha. Así
lo demuestra el pasado histórico. Las vidas populares no son laboratorios
políticos. Una cosa es experimentar y resonar un enunciado creado desde las
entrañas de esas mayorías populares y otra es jugar a pinchar ese cuerpo
ajustado y cansando para ver cómo reacciona. Pareciera que están tratando de
testear (que no es investigar) una sociedad que desconocen profundamente
preparando una fea pacificación.
Aparecen entonces esos enunciados peligrosos, no porque no porten verdad,
sino porque se los enuncia (y se los fabrica) desde la misma exterioridad
sensible: “ojo que el conurbano no aguanta más. La situación no da para más”.
¿Qué implica esa frase? Siempre, ante esos enunciados (vengan de donde vengan:
del signo político que sea. Podría ser una frase que resuena en el tono con
aquella gorila: “el conurbano, así como está, es ingobernable”) hay que
preocuparse: ¿qué imaginario los respalda? ¿Qué fibra busca activar? ¿A quién
se le habla? Esos enunciados temerarios parecen hechos para profundizar el gobernar
enfriando. Preocupan porque, digámoslo ahora con la menor
inflación verbal posible, es la primera crisis de las tantas que arrastra la
economía argentina qué será chusmeada con el rostro de perplejidad de “extranjeros”
y “extranjeras” (a nivel perceptivo, afectivo, de clase, geográfico). Antes de
subirse a la combi, al auto con chofer, al autito de gira militante, a
cualquier móvil para volver a los lejanos códigos postales de residencia
esperemos que hagan un profundo esfuerzo por entender lo que está pasando. Las
reacciones de primerizos siempre son un poco preocupantes: el primer reflejo
para actuar antes situaciones críticas suele estar moldeado por feos imaginarios
de realismo único y agobiante. Todo es exterioridad en su enunciación: “el
conurbano va a explotar”, o el de signo opuesto: “el conurbano no va a explotar
por las redes de contención y blablablá”. Mientras tanto, un abismo insondable
(esa guerra sórdida de inflación, precariedad, violencia del rejunte feroz,
etc.) se traga a las mayorías populares y a los restos del imaginario peronista
de dignidad, bienestar social y un mínimo orden vital a salvo de la economía
predatoria. Lamentablemente (en este texto, detrás, está el dolor popular
profundo y el cagazo a que una experiencia histórica popular llegue a su final
tantas veces anunciado, y que en ese ocaso nos deje tirados y desprotegidos…)
en esas menciones difusas a una “paz social” en peligro o a una pacificación
amenazada, dejan muy claro que en varias oficinas estatales las computadoras
quedaron encendidas con las planillas de Excel abiertas.
Eso es derechización afectiva. Son de derecha y no lo saben. Hay
continuidad en algunas sensibilidades con el gobierno anterior. Ser de derecha
en este país, queda claro cuando gobierna, es odia a los cuerpos que habitan
este país. Un país tan cabeza. Se quejan. Querían otros rostros. Otros tonos de
voz. Otros cuerpos. Les tocó esta tierra y se quieren matar. Y tenemos que
escuchar, en medio de una economía que se retuerce y chilla y que hace mierda
el alma laburante, a cuadritos quejándose de que “el pueblo no lucha”, de que “el
pueblo está dormido”, de que “no hay reacción”. No comprenden las vidas que dicen
representar y no comprenden por qué viven así las mayorías populares. Esa
perplejidad es profundamente gorila.
Pareciera, por momentos, que están preparando el terreno para esa pregunta
tonta que siempre interpela: ¿por qué gana la derecha’. Los últimos años son de
una evidencia abrumadora para buscar respuestas.
*
No queremos imaginarnos lo que viene en el futurito. Dejando la realización
sensible casi total para un pos-peronismo a nivel popular, para la pos-Política
a nivel social: no jodamos, ahora sí que este loreo y este fantasmeo sin
realidad efectiva deja la mesa servida para que se carguen sin dolor hasta al
último símbolo político. Total muchos no se van a enterar, seguramente, de los
muertos, los heridos, los sonados sub-políticos que caerán como piedras
en el desierto, alejados de las pantallitas espejos en las que se reflejan. Que
ni siquiera quede la esperanza negra del peronismo como un umbral mayor
(no mucho más que eso hoy en día) de dignidad humana.
Ultimo clavo al cajón del Siglo XX argentino. Acá no hay que confundirse. A
un cuerpo moribundo se lo puede revitalizar. Sobre todo, si dejó memoria viva
inoculada en las generaciones venideras (Néstor sopló las brasas de un
peronismo suelto y oculto que, incluso en la noche oscura, parecería brillar un
poco en algunos cuerpos radiactivos). Para los pibitos y las pibitas que
integran las mayorías populares (para esas vidas que “no militan”, “no están
organizadas” y no les alcanza el megusteo y el faneo) no le podremos dejar
legado material: acá, si cada vez vivimos peor, no hay trasvasamiento
generacional posible.
9.
Te imaginás volviendo
demolido de tu laburo (cualquier de las formas que esa palabra adquiera hoy),
viajando en el tren, en el bondi, bajando de la parada y pateando esas
cuadritas que empiezan a ser familiares. Te imaginás yendo al laburo, saliendo
con las zapatillas hechas mierda que no pudiste cambiar, esquivando en la casa los
restos abandonados del cementerio de electrodomésticos (todo se rompe y no se
cambia) todavía con lagañas en los ojos, chusmeando el celular en el tren, en
el bondi y leés de refilón que un dirigente social te tira: “el pueblo está
dormido y tiene que reaccionar”. Dormido estás, olvidate. Cagadísimo o
cagadísima de sueño.
Pedidos Políticos de
reacción social: ¿a quién le están hablando? ¿A quién le están pidiendo que
active o no active, que se calme y sea paciente o que haga “reclamo”? Hay una
lengua política que intenta “representar al pueblo” y solo, y con suerte,
acopla chirriando apenas por los parlantes que cuelgan en los ángulos
superiores de la sociedad. Errores –siendo buenos– políticos que antes son
perceptivos: piensan así a las mayorías populares los que creen que el
peronismo fue “beneficio sin lucha”, los y las que creen que “el pueblo tiene
que sacrificarse” para mantener lo “ganado” (sea sacrificio bueno “luchando” o
sacrificio malo ajustándose el cinturón). ¿Qué mierda significará luchar hoy en
día, además de llegar al final del día? ¿Qué será luchar, más allá de hacer
malabares para llegar a ese nuevo fin de mes que es la quincena o la decena de
días? Preguntas que se hacen los y las millones de personas que habitan ese
conurbano bonaerense en toda su heterogeneidad. Porque si las luchas y luchitas
en la precariedad no cuentan a los y las laburantes “desorganizadas” (casi
todos y todas, va) y no se concibe como luchar a la acción de mantenerse
sobre la línea de flotación en medio de la guerra de la inflación, ¿de que sensibilidad
popular se está hablando? En un país como la Argentina, ¿laburar no fue luchar
incluso si no estabas sindicalizado? (Muchas de estas preguntas las trabajamos
con el concepto de vida mula en ¿Quién lleva la gorra?).
A esa percepción empañada
de quienes tienen la posibilidad de “sentir y mirar” lo que pasa “abajo” (y
contárselo a la oreja al Presidente o a la Vice o al Gobernador o a
Intendentes) se les escapan las tortugas gigantes: pasan y se van, en la cinta
transportadora a la derechización afectiva y “discursiva” vendedores y
vendedoras, emprendedores y emprendedoras, repartidores y repartidoras,
empleados y empleadas que siguen bancando con salarios desplomados a una o un
jefecito verdugo que pide vorazmente más sabiendo que la plata (y la vida)
rinde menos.
Un momento de
tranquilidad y descanso es la plegaria cotidiana que más se escucha “a las
horas pico” en cualquier nodo popular y vienen a picotear orejas diciéndote que
dormís. Que no hacés nada. Primero te llamaron “pobre” (ese dato subjetivo que
también es realidad pura y dura, una enorme mayoría de la sociedad se piensa
clase media y guarda pulsiones de ascenso social te dicen “pobre”; te miran el
lado empobrecido y te lo iluminan en HD sin modificar las condiciones que
producen ese empobrecimiento en ciernes) y ahora te dicen que te cabe el ajuste
y que fue.
Casi no se escucha,
pero cuando se lo hace la reacción, para el vago o la vaga de a pie, es que no
están viviendo en la misma Realidad (no en el mismo barrio, no en la misma
ciudad, no sobre la misma sensibilidad; hay una Realidad Política paralela:
otra galaxia). ¿La idea sería acumular políticamente en cuerpos populares casi
exhaustos? ¿Se piensa que mayorías cansadas van a sumar a sus vidas el vector
de interés Político que es solo loreo sin nada concreto? ¿Le piden, a quién,
que participe de qué debate público? Se intensifica, se acelera de manera
preocupante un goce militante cuyo subidón es proporcional al incremento
de los garrones laburantes. El contraste, la fricción, casi violenta es similar
a aquella que motiva tantos quilombos suburbanos. Un pibe que vuelve de gira
cuando el don arranca a laburar a la obra. Una piba que vuelve a la casa cuando
la vieja enfermera se está levantando para ir al hospital a laburar. Este
contraste es igual: unos van o vuelven de laburar y los otros de su girita
militante.
Esas mayorías
populares lo saben: desconectarse del loreo Político es hoy terapéutico. Es
dramático, a esta altura, que quienes piden la palabra “representando la
popular” no terminen de encontrar las venas para inocular enunciados políticos
en un cuerpo social demasiado oscurecido.
10.
Mientras tanto, y quizás a largo plazo, se están pensando en cómo rediseñar
de manera profunda el alma laburante. Qué difícil hacer sociología de
las distopías urbanas. Circulan escenas de un futuro apocalíptico que cada vez
se percibe más como el único deseable: cada vez que te dicen que no hay
alternativa (te lo diga Macri o Cristina) estamos al horno.
Acá van a coincidir los franciscanos y los empresariales: el alma plebeya
argenta tiene que transformarse radicalmente. Bajar las expectativas vitales, aceptar
que trabajar no es sinónimo ni habilita a derrochar, que hay que vivir mal y
bancársela, que hay que volver a vivir en comunidad (¿qué es hoy una
“comunidad”?, ¿qué pasa con los rejuntes agobiantes de la precariedad
implosionado de los cuáles se quiere rajar como sea?). Se tiene que terminar el
alma gedienta de las mayorías populares argentas. Esa es la nueva pedagogía. A
los pibes y las pibas, sí, que pasaron la pandemia rezándole (como muchos de
sus padres y sus madres) a San Harina y San Lavandina para rebuscársela. Que se
hacen deliverys. Que si tienen suerte y algún familiar más acomodado pueden
conseguir buenas changas o que los viejos los banquen. Que incluso se ilusionan
con la irracional micro especulación del dólar. O si no les queda otra la
resignación. El feroz verdugueo laboral que no se modificó en nada con respecto
a los años del macrismo: los jefecitos y las jefecitas antis siguen mandando;
los pibes, las pibas que están cada vez más precarizados (esa alta rotación
laboral en la que cada nueva vuelta de tuerca es peor o igual que la anterior;
a dónde quedó, se preguntan, esa alta rotación laboral precaria, pero con
derecho al consumo y al bienestar anímico –entonces: a la dignidad– de la que
les hablaban sus hermanos y hermanas mayores en la década ganada). Ahora todo
es peor. No tienen billete (ni tiempo: el verdugueo laboral de las Pymes –ese
proyecto de los productivistas– les exprime como uvas, y a empleos más chetos
es imposible entrar…) ni ganas ni cabeza para estudiar, para tratar de pensar
en un futurito mejor. Millones de vidas pibes así, no de las que se chusmean en
los videítos de las Bresh o en influencers exitosos eh. Las vidas reales
de los pibes. Los que se hacen o intentarán hacerse policías (por el sueldito
fijo, por todo lo que eso implica y no por pulsión gorruda) y a los cuales ya
no se podrá cargar con el “Ya no sos igual” cuarentón que suena tan patético
como ese de “Estudiá no seas policía”. Y están los que se hacen o se harán
chorros (cada vez más feroces, cada vez más violentos y anti-laburantes son las
secuencias. Vos sabes de qué hablamos) o pichones de transas. O buscarán como
sea el billete. O los y las que podrán hacer malabares entre “los potenciar” y
la moral (la disciplina moral) familiar, cultural, religiosa y todo el combo
que les permitirá bancarse la situación. Suben las adicciones y sus efectos
picantes porque también suben las drogas y aumentan los cortes pedorros y las
pastas y los malos escabios. Todo está sombrío. Todo está oscuro. Bolsones.
Burbujas de festejo trapero de derroche que contrasta con las vidas reales sin
guita ni para la feria. Por arriba y por abajo se está condensado una
desigualdad estructural que muestra un desfasaje total con el discurso Político
y que en su profundidad cada vez honda se devorará la subjetividad peronista (y
sus posiciones vitales: esas terceras posiciones con respecto a la guita
y el laburo, por ejemplo, esos matices entre la joda forzada en un barrio
ajustado y malherido y el muleo callado, sin oxigenación alguna…). Mutilación
que empieza por lo afectivo, lo anímico: que te roben la dignidad y te devalúen
también tu vida. Pero es difícil hablarle de los jóvenes a muchos que solo
activan en casos de violencia institucional, que se conmueven por la muerte
joven pero les importa tres carajos la vida joven. ¿Se acuerdan, quizás algunos
nos están leyendo, que nos invitaban preocupados a pensar “el deseo por las
zapatillas y la ropa deportiva” (pensar que ahora para ver una llanta recién
comprada tenes que hacer un gran esfuerzo perceptivo) de los pibes pero que después
se hicieron bien los boludos y cerraron el ojete cuando hubo que pensar “el
no-deseo de los pibes por la Sube y el tanque de nafta vacío y el teléfono sin
carga”? Intencionalidades aparte, había, en esa indiferencia por la pérdida
gradual del derecho a existir (¿no es eso acaso la mutilación salarial?, ¿cómo
existe un laburante si no es empoderado por el bolsillo que da aliento vital?),
una coincidencia con respecto a la forma de vida deseable para las vidas
populares, con ese enfriamiento libidinal del que empezamos a hablar en el 2013
y 2014 y que ahora empieza a mostrar sus resultados. Bajar el umbral de
consumo. Aceptar el ajuste brutal. Para las mayorías populares, ni hablar para
quienes viven de su salario, para los pibitos y las pibitas a las que el futuro
se le cerró como una bolsa de nylon asfixiante sobre la cabeza, no se percibieron
diferencias entre el macrismo y el volver peor.
Colectivo Juguetes Perdidos
21 de Julio de 2022
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