Por Leandro Barttolotta
(Publicada en Revista Crisis/ Mayo 2021)
Cenó en casa junto a sus ocho hermanos. No se animó a decirle nada a la madre. Al otro día, antes de las cuatro de la mañana, salieron rumbo a la estación de tren. Su padre se iba a laburar a una obra en construcción y Pepe se iba a la guerra. Le pidió tomarse un café con leche en Plaza Constitución y ahí le largó: “Me voy a Malvinas, por eso tuve el permiso”. El padre fingió no creerle. Revolvió el café en silencio, llamó al mozo para pagar la cuenta y se alejó a mirar el cartel gigante con los horarios y destinos de los trenes. Pepe se levantó, le dio una última mirada a la espalda de su viejo y se fue. No quería verlo llorar.
Cuando arrancó la cuarentena, Pepe se puso a escribir, en su activo perfil de Facebook, pequeños capítulos de sus vivencias bélicas. Luego de varios posteos decidió soltar el teclado y alejarse por unos días de las redes. Tiró un estado: “les quería comentar por qué estos días no escribí mis vivencias en Malvinas. Es muy duro hacer este recorrido, sumergirme en miedos, incertidumbre, hambre, cansancio, frío. Me tomé unos días de descanso. Trabajé en casa. Traté de distraerme. Vuelvo a enfocarme en estos días. Saludos y gracias por estar ahí”. Pero desde el año pasado no volvió a escribir.