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jueves, 21 de julio de 2022

déjense de joder.

Perón: la realidad efectiva te la debo (parte 3. Episodio final)

Por Colectivo Juguetes Perdidos

Nota aclaratoria: Lo que leerán a continuación comienza (no hablamos del inicio del texto o sí: su inicio sensible, como solemos aclarar) por una derrota dolorosa: la del "punto de vista del peronismo silvestre". Podríamos llamarlo de manera más rutilante, pero presentarlo así es correcto (confiamos mucho en la sagacidad de nuestros lectores como para ponernos tan explícitos). El peronismo silvestre como músculo popular vital, difuso, afectivo (con fuerte expresión electoral: quienes votan y esperan que sus vidas mejores. Tan simple y tan potente como suena) que puede ser pensado en continuidad –de allí el nombre– con nuestros laburos sobre "los pibes silvestres" y sobre las "fuerzas silvestres" que desarrollamos durante más de 14 años (lo silvestre, dicho rápido: lo que no se inscribe fácilmente en "orgas" o movimientos o agenditas o instituciones, cuya lógica ignoran profunda y naturalmente. Nos dió risa escuchar en estos años el uso de la categoría "jóvenes silvestres" en boca de algunos funcionarios y funcionarias o dirigencias que son absolutamente incapaces de "silvestrizar" sus espacios políticos para que ingresen otros aires y otras fuerzas).

 

Tanto nos cebamos con esta inquietud y posición que (además de militarla, como todo, de manera no financiada –por ninguna moneda billete o simbólica– durante todo el 2019... recordarán nuestras intervenciones, presentaciones, agites, etc.) hasta conquistó réplica concreta en germinal espacio político. Fue una de las, por suerte, varias vidas del Colectivo Juguetes Perdidos (investigación, análisis, tallerismo, consultoría, agites varios y blabla). Asfixiado, sin lugar para lo silvestre ni por arriba ni por abajo, sí caben esas rápidas categorías en esta nota-aclaración. Es decir: no hay peronismo silvestre en el Palacio ampliado, en las dirigencias altas y medias de las orgas y en movimientos sociales que cartelean más o menos peronismo, no hay peronismo silvestre en funcionarios, funcionarias etc. Esto no quiere decir que no lo haya, en dosis altas, en varios y varias "militantes de a pie" o militantes dejados a pata, podríamos decir. En la intimidad nos cuentan muchos compas que están fundidos o quebrados (entre otras cosas, por más que no se lo diga en voz alta, fundidos, quebrados porque esas mismas lógicas políticas no permiten que pase absolutamente nada no identificable por una lengua política ineficaz). Tenemos una peligrosidad, para mandarnos un poquito al menos la parte, discursiva: como decimos lo que pensamos podemos boquear libremente (que es diferente al lorear que tanto impugnamos en el texto) y hacer zoom en la ausencia alarmante de realidad efectiva en la percepción, acción, militancia y gestión en todos los niveles de gobierno y también en quienes "compartiendo grupos de Wa", pasillos y temas, forman parte de esa burbuja. También lo decimos bien claro, la derrota de este peronismo silvestre no hace, por nuestra práctica política, que nos podamos refugiar más o menos alegres y con "goce militante" en "la nuestra" en una "agenda militante" a la que no le importa demasiado que pasa "más allá de quienes integran su construcción". Está intervención es desde las entrañas de las mayorías populares y pensando en esa realidad.

 

Es una fuerte intervención, en otras cosas, "contra las ciegas dirigencias" (políticas, sindicales, de movimientos y orgas, etc.) que parecen hacer todo lo posible para darle cada vez más entidad social a los fantasmas que denuncian "las castas" escindidas de la realidad efectiva. Es una fuerte intervención que busca siempre los alertas, preocupados primero y principal, por el desplome salarial y la devaluación de vidas populares que implica (las vidas heridas, etc. Es muy hiriente percibir la ausencia casi absoluta de laburantes, ni siquiera aparecen representados...). Segundo, por el entusiasmo de quienes viven en un recital político o cumpleaños y no piensan en el daño que hace esa reconversión del vector política como "un plano más de estrés cotidiano". Tercero y no menos importante: porque contextos como estos, en los que cada quien raja a su caja, casa o agenda, son también de profundización de las guerras intra populares (si, ta bien, pobres contra pobres) y de preparación sensible de preocupantes contextos represivos (la otra parte del "no queda otro camino") que se llevará puestos vidas de todos los calibres.

 

Avisamos también que está será la última "intervención" de Juguetes Perdidos. Seguimos laburando, pensando, activando, preparando publicaciones y espacios de laburo y pensamiento) pero así, no. El modo de intervención, el tono de escritura, la necesidad de barricada, la urgencia y las alarmas, etc., llegan a su fin. Se cierra un ciclo iniciado hace muchos años. Claro que los y las estaremos molestando de otros modos: hay plagas imposibles de exterminar...

 

Afectos silvestres!

 

 

 

1.

 

“Se repiten, en los últimos meses, cada vez más con mayor frecuencia esas coyunturas preocupantes que hay que tratar de conjurar, las que desencuentran a una sociedad que está en otra y a una agenda política que está en cualquiera. Una sociedad, apretemos zoom y seamos más específicos, unas ‘mayorías populares’ cansadas, sobre-endeudadas y con cada vez menos pulmoncitos libidinales por donde respirar. Una sociedad materialmente en otra: en la lucha cotidiana por mantenerse a flote y más o menos alejados de los fondos más inquietantes de la precariedad” (“Olvídalos y volverán por más”, marzo de 2021)

 

Una lengua Política que no tiene drama. No lo tiene, no lo carga, porque su tono alterna entre la charla de pasillo en una facultad o en un plenario y las chicanas o los palazos que solo agarran sobreinformados en Villa Twitter (se le habla al círculo rojo o al círculo militante). No tiene drama porque no levanta el ánimo y el tufo de lo social implosionado. Una palabra pública, la de esta Política (de rosca de Palacio, de “orgas” y movimientos peleando caja, de jetones, dirigentes y analistas que hablan a los gritos o en voz baja, pero siempre entre ellos y asilados, en modo submarino, de las mayorías populares). No tiene drama porque, quienes la lorean y la hacen crecer de manera inflacionaria, no viven en primera persona los dramas que padecen las vidas laburantes. Se toma la palabra pública, y se lo hace sin espesor afectivo y social, para privatizarla. Una economía de la atención pública y mediática, que descansa sobre cuerpos exhaustos, metida a la fuerza dentro de un grupo de WhatsApp que despliega una conversación interminable (físicamente imposible de seguir para cualquiera que no viva de la rosca o de los kioscos Políticos). Una conversación veloz con emojis y stickers desconocidos en un grupo del que nadie (más o menos crítico) parece querer salir. En ese grupo, cada tanto, alguno o alguna dirá: “pensemos en el 40 y pico por ciento de pobres”, “en los que la están pasando mal”. Así lo deben enunciar, desde esa exterioridad con la que se le habló desde el inicio de este ciclo político a “los nuestros” y “las nuestras”: “los pobres, los informales, los trabajadores empobrecidos”. Un habla exterior que buscó siempre interpelar a una platea no-popular, buscar empatía, pero nunca empoderar el salario laburante. Esa exterioridad fue una constante. Quienes participan de esa inflación verbal –que sumada a la otra hace la cotidianidad cada día más densa e insoportable– por cualquiera de sus pliegues legitima y reproduce el régimen de obviedad. Fue, finalmente, un gobierno de cientistas (sociales). Era una buena presentación. Un gobierno de gente que se encarga de comprender la Realidad (sin transformarla). Pero, en verdad, parece que ni la comprendieron ni la transformaron. Un gobierno entonces de comentaristas de la Realidad. Ahí calza mejor. Qué problema que un funcionario (gobernador, intendente, presidente, ministro, cualquiera que tenga acceso a la botonera) se dedique a comentar la Realidad sin pesquisarla y alterarla a la vez. Lo que logra, y eso es una mala transformación, es convertir a la Política en un lejano vector (uno más de tantos) de irritación social. Una afección más en medio de tantos despelotes.

 

 

2.

 

“Las peleas que reproducen y vitalizan al peronismo fueron, son y serán siempre, las que acontecen dentro de las mayorías populares; de sus sensibilidades y formas de vida (‘peleas entre pobres’ las traducen ahora: bueno, sí, disputas entre pobres que tienen que ser dentro del peronismo). Las peleas que se dan entre agendas militantes, entre ideologías o de espaldas a esas mayorías no reproducen el peronismo: lo congelan y atentan contra su sensibilidad plebeya. No se escucharon los susurros: solo las bolas que se corren (que luego se hacen de nieve y bien visibles, físicas, pero obvias y que desaparecen a las 24 horas, como una historia de red social). Esta vez, parece, que los gritos y susurros no eran de reproducción, sino de palacio y bien lejanos a los caldos de cultivos subjetivos del peronismo” (“Perón la realidad afectiva te la debo, parte II”, octubre de 2021)

 

Una parte importante de esa lengua Política que no tiene drama está empezando a justificar el ajuste: se desbloqueó la palabra tabú, pero para aceptarla y no para revertirla. Cuando en diciembre del 2019 publicamos La Sociedad Ajustada nos dijeron que no era un título acertado: “la sociedad del ajuste es la que quedó atrás. La del macrismo que derrotamos, compañeros”. Solíamos responder, antes de que nos gane el cansancio a nosotros también, que no era una arqueología sobre lo que Cambiemos hizo en la sociedad: era una investigación sobre la sociedad que dejaba el macrismo. Sobre su pesada herencia. Pensábamos que el ajuste era un proceso en ciernes y que esa sociedad ajustada (a nivel económico, social, anímico, psíquico) llegara para quedarse implicaba que había que pensar en profundidad qué sociedad se iba a “gobernar y/o militar”.

 

En el epílogo de La Sociedad Ajustada escribimos un texto-apertura sobre el peronismo silvestre. Un escrito de esos que se ponen al final de un libro denso que parece cerrado y que, sin negar la oscuridad social precedente, apuesta con todas sus ganas a que ese músculo político, afectivo, vital que había permitido la inesperada victoria contra Cambiemos no sea dejado de lado al momento de gobernar (dejarlo de lado, pensábamos en aquel momento, sería un suicidio político).

 

“Peronismo silvestre que es fondo ‘virtual’ desde el cual negar las extorsiones de los realismos de derecha y que continúa perdurando como una opción para rechazar de a muchos y muchas la sumisión total. Ese peronismo que, unido y silvestrizado, convoca gestos sueltos de atrevimiento y agite ‘público’, imágenes y fibras históricas de aguante y coraje subjetivo, una  inoxidable pasión alegre que moviliza desde la dignidad y el buen desborde fuerzas gedientas y desorganizadas que rechazan las obediencias mulas y las jerarquías políticas y sociales, incluso aquellas que establecen vidas militantes –y ‘militables’– y vidas outlet (esas vidas de ‘segunda mano’, esas vidas a las que se les quita el cartel de políticas son sobre las que cayó con más fuerza el ajuste feroz): peronismo silvestre que rebalsa los moldes de las organizaciones sociales y políticas –‘mi único heredero es el pueblo silvestre’, sentenció su líder hace tiempo– y que se niega a blanquearse y a institucionalizarse porque es antes que nada rechazo que hace volar por el aire los discursos que pretenden ‘transformar las sensibilidades y los hábitos’ de las vidas populares.” (LSA, diciembre de 2019)

 

La vida mula resentida y sus mayorías cansadas, la densidad y la expansión social de la máquina de gorra, la implosión social cada vez más intensa organizó una situación imposible de la que solo cabía salir ‘por arriba’: Frente de Todos, Alberto y Cristina, etc. Se pudo salir por arriba, pero nunca más se volvió a mirar abajo; a la fuerza que había permitido esa propulsión inesperada. Al contrario, se gobernó desde ‘lejanías’ perceptivas; ninguno de los mapas y de las cartografías de los territorios sociales implosionados, complejos, heterogéneos, dramáticos y vitales que acercamos, nosotros entre otros, a varios y varias… de distintos niveles de gobierno, ninguno se tuvo en cuenta porque “no era tiempo de investigar”. Se salió por arriba, pero el gobierno se desprendió luego de todo rastro de esas fuerzas de ‘abajo’ (o solo quedándose con una traducción pobrísima de esas fuerzas, con su espectro, su representación dirigencial…).

 

Viajar al pasado, al momento de escribir ese epílogo y tirarnos este spoiler: el peronismo silvestre no va a ser el relleno afectivo del peronismo en el palacio. Y tampoco será, por variadas razones (ajuste, cansancio, pandemia, pero también algunas razones internas) la fuerza vital que lo haya obligado a no despegar(se) y alejarse jamás de las vidas heridas por la precariedad y por el ajuste de guerra. No lo fue porque se ocuparon también de que así sea: no fue Gorra coronada pero más o menos. Se coronó un modo de gobierno palaciego, posperonista. El “era por arriba” (rajar al macrismo) coaguló y taponó cualquier otra fuerza.

 

Ahora que se desbloqueó la palabra ajuste lo podemos repetir más fuerte y quizás se arrimen más orejas. Ya no importa igual. Nunca nos interesó ser los “amigos” y “amigas” que se sientan en el sillón y organizan la planilla de Excel con “los potenciar” o con las becas, que tienen que decirte entre lágrimas y abrazos sentidos que ya no te pueden renovar el contrato o la beca, que te van a tener que echar. Debe ser re doloroso eso. Rajarte en una oficina con prolijidad estilo Pinterest y repleta, saturada, de íconos prolijos y pop de Néstor, Cristina, el Diego, las Madres mirando la escena. Nunca quisimos eso. Tener que hablar así de los pibitos y las pibitas, tener que decirles “hay que hacerlos laburar más”. Sí nos preocupó, y nos preocupará siempre, acercar mil proyectos a quienes ocupan o no cargos, que tienen más o menos injerencia e influencia en los diferentes niveles de gestión, etc. Rompimos siempre con lo mismo. Hay que investigar la sociedad que queda: la máquina de gorra funcionando a pleno, la herencia afectiva, anímica, social (y no solo económica) del macrismo está viva. Si íbamos a volver mejores, quizás, esta vez sí se podía investigar a la sociedad precaria y sus violencias sin que se enojen o nos ignoren para llamarnos solo cuando gana la derecha. Hay que investigar lo que pasó durante la pandemia, decíamos, queda una sociedad hecha mierda y re picante. Pero nunca hubo ganas, tiempo, necesidad, interés genuino de investigar nada.

 

 

3.

 

“Lo social implosionado e implosionando es un proceso en curso: acontece cada vez más hacia acá: desde un vagón de tren o un bondi hasta un barrio, un hogar o lo que sucede piel adentro de los cuerpos. Si la amenaza de un estallido social está en el horizonte futuro de cualquier gobernabilidad contemporánea, la de la implosión social ya está ocurriendo y carcomiendo en el presente vidas, barrios y ‘entramados sociales e institucionales’. Para enfrentar y lidiar con las implosiones sociales no alcanza con la convocatoria a los movimientos sociales y a las organizaciones o dispositivos que ‘contienen’ los desbordes. Las implosiones silenciosas, con temporalidades y espacialidades propias, reconfiguran (o se le suman a) los repertorios más tradicionales de la conflictividad social (…) Si las implosiones y dramas sociales son la mayoría de las veces huérfanas de imágenes políticas, si quedan regaladas involuntariamente al gorrudismo ambiente, al securitismo, se vuelve cada vez más urgente y necesario conectar las agendas políticas y militantes ‘tradicionales’ con una ‘militancia en la implosión’; insistencias y agites varios que a pura prepotencia vital y organizativa saltan por el barrio, por una escuela, por una sede comunitaria, por un espacio, etc.”

 

Spoiler dos: nada de esto tampoco sucedió. O los esfuerzos de esas militancias en la implosión quedaron huérfanos, desfinanciados, ninguneados. El establishment actual de los movimientos sociales está en las antípodas de ese registro de las militancias en la implosión. Ni hablar de las discusiones públicas, macro, palaciegas (Planes sociales, cargos, caja…). Nunca hubo tanta distancia entre las agendas en este país, históricamente movilizado, siempre gediento, con grandes tramos de agendas cruzadas por arriba y por abajo, con encuentros y desencuentros, sí, pero con músculo político (Derechos humanos, calle, barrios, tradición histórica y alianzas insólitas). No es joda la tonalidad que han tomado las discusiones políticas este año: y en varios planos (no solo Palacio; cualquier gil o gila con una mini caja o un mini poder replicando yeites y lejanía sensible con el país real).

Desarmar, debilitar, ignorar ese músculo social, vital, anímico que permitió la victoria del 2019 en pos de mil peleítas, mil agendas, mil discusiones internas sin carne popular masiva detrás, es lo que explica también el presente político y augura un destino oscuro.

 

La pregunta de siempre: ¿puede pasar que aquello que no llega a impactar provoque el mismo ruido estruendoso de un choque violento? Pongamos que sí. Hay, se siente fuerte si se afina el oído, un intenso y denso silencio; el de esa no colisión entre una agenda Política que está en cualquiera (y acelerando, cada día más, ese cualquierismo) y unas mayorías populares que están en otra; en guerras y guerritas para llegar a fin de día (¡ya no existen los meses! decíamos hace un tiempo, la inflación violenta lo viene a certificar).

 

En ese nuevo calendario post-apestado, y cada vez más ajustado, nadando en ese minestrón, se arremolinan esas mayorías populares con sus guerras piel afuera (viajar, laburar, pelear la moneda como se pueda) y con sus guerras piel adentro: el cansancio, la fuerza que amaina, las ganas de parar como sea. Se esperan, desde las burbujas politizadas, siempre gritos (se intenta dar con el tono del grito reconocible) y no con gemidos, lamentos, dolores que apenas se oyen. Pónganse en mute, quienes están meta lorear. Silénciense y traten de producir hechos que despejen variables que quilombifican las vidas precarias; que drenen un poco lo social implosionado que pudre todos los interiores.

 

Se apuesta a que esas mayorías populares cansadas “no van a hacer nada” porque están saturadas de quilombos a gestionar y la Política es solo un murmullo de fondo, o se las intenta convocar desde representaciones ineficaces y absolutamente perimidas “para que hagan algo”, pensando solo ese algo desde agendas de una delirante imaginación política.

 

La pregunta de siempre: ¿qué ontología de lo social naturaliza que la suma de garrones deviene en estallido? ¿Qué son los estallidos hoy? ¿Cómo pueden ser en una sociedad como la actual, qué forma adquieren? Pero, si así fuere (no se pueden descartar: se está haciendo todo lo Política y económicamente posible para haya un big bang total) antes y después (como sombra, como estela) quedarán violencias de la implosión casi invisibles para el ojo político, para el lenguaje militante. El mismo que ve garabatos en lo social y no le interesan traducciones.

 

Con implosión, con la teoría sobre la implosión, nombramos siempre un poquito (la cosa es difusa, es difícil de percibir) de los conflictos sociales inéditos. Aquellos que vienen en nuevos paquetes sellados para la vida Política clásica, para la máquina de registro militante (en estos últimos años con el mismo registro y tono –cuando no la misma agenda– que el sistema político y de Palacio. Un funcionario militante te habla como analista, medio politólogo, un militante que no es funcionario te habla como funcionario y como analista, medio politólogo, un politólogo medio funcionario medio militante te habla y te habla y te habla).

 

Es una boludes pretender indagar qué piensa “la gente”: la gente, ese fantasma, puede ni siquiera tener idea de lo que piensa y porqué lo piensa, pero sí tiene muy en claro una sensación: está cansadísima. Cada vez más. Están haciendo, desde “arriba” un experimento inédito, una alquimia novedosa para nuestra sociedad: están logrando que una crisis política y económica profunda devenga un vector más de extremo cansancio social.

 

Por cada micro estallido visible y resonante que festejen o impugnen desde el régimen de obviedad, con eslóganes militantes o ferocidad de funcionario que llama al orden (son coyunturas que preparan escenas de represión, que empiezan a preparar esos montajes), habrá veinte mil réplicas oscuras barrio, familia, cuerpo adentro que no se van a percibir y que no van a interesar. Lo dijimos sobre las tomas de tierra y también cabe para un saqueo o un quilombo de “protesta vecinal”: la guerra vecinal que intensifica, en un momento de nervios chamuscados y fierros y armas listas para disparar, puede ser más oscura que finales de los 80 o principios de los 2000. No hay margen para la “politización de conflictos” si primero no se los entiende.  Dejamos solo un ejemplo. ¿Alguien, cualquiera que resida, recorra, camine, labure, milite en cualquier barrio de clase media, media baja, baja en picada, infra-baja y anda a saber cuantos cortes más, del conurbano bonaerense o de cualquier otra periferia en Argentina piensa que un amague de saqueo a un local cualquiera por pibes detonados puede salir bien “a nivel político” (sea desde cualquier “izquierda” o cualquier “aparato”)? Las secuelas, las réplicas de una escena así son incontrolables para cualquier actor político, social, en cualquier barrio. Un saqueo que puede tener como destinatario cualquier local de cualquier don o doña, un vago que no responde ni a sus amigos más pillos ni a sí mismo si está empastado, un comerciante hecho pelota y enfierrado, un “puntero” o referente re cagado que ni siquiera tiene diálogo con esos pibes, una policía descontrolada (y mucha: nuevita) que tampoco conoce bien el paño y que está cargada de vueltos. Casi nadie controla nada en los nuevos barrios. Esa es la primera premisa de investigación política que boqueamos hace ya diez años.

 

 

4.

 

En medio del loreo del todes contra todes circulan discursos de distintos lados que pretenden disputar vidas populares como si fuesen muñequitos sociales a los cuales ir ubicando en un tablero. Se escucha: que hay empresas que no consiguen mano de obra, que qué tarea se les asigna a quienes cobran un plan, que las pymes y empresitas de barrio absorban fuerza-pibe laburante, que qué hacen los municipios con los Potenciar y sus tareas asignadas, que hay que formar a los jóvenes en oficios que se requieren hoy, etc., etc. Un monólogo. Esa fuerza que está del otro lado (siempre es una otredad radical) aparece nuevamente como disponible (como cuando decíamos en plena década ganada con los ni-ni: disponibles y malvenidos), siempre representada, hablada, organizada –por arriba–, convocada, pero sin voz real.

Sobre todo, pibes y pibas, pandemia mediante, con secuelas bien jodidas a cuestas, con mil inventivas puestas en juego en estos largos años de sociedad ajustada para ganarse el mango: vendedores ambulantes de ocasión, emprendedurismo barrial a cara de perro, rebusques, hasta laburos riesgosos de todo tipo y color (que ponen a prueba cualquier discurso de desidia generacional… ustedes entenderán). “Falta mano de obra”, festejemos al empleador (incluso sea tu cuñado, o ese que se automulea igual que a sus laburantes), pidámosle tal y tal cosa a las del Potenciar que sino están ahí esas horas sin hacer nada, boludeando, etc.… Las preguntas por la precariedad laboral y el verdugueo, a un costado. La pregunta por el salario como ensamblaje guita + fuerza subjetiva, ni existe. La pregunta por la cantidad de laburo y gestiones que cargan a cuestas las vidas populares hoy, parecen quedar silenciadas. La famosa “relación de fuerza” no da para preguntas finas, la crisis y la pérdida de valor de la guita y los ingresos varios, apura y resta margen para cualquier pregunta; todo parece cerrarse de nuevo en un Realismo que aplana. Un remake post-salarial de los famosos ‘ejércitos de reserva’; como si el resto de ese mundo todavía seguiría en pie, como si hubiera reservas...

 

Es probable que los hijos e hijas del peronismo de la década ganada ya no voten al Frente de Todos en ninguna de sus alquimias. Avisamos, casi al comienzo del 2020, que esos votos jóvenes y silvestres fueron los primeros que se perdieron. Se extraviaron en el sopor de un gobierno auto-percibido peronista que no les llegó ni les habló nunca (en ninguno de sus niveles de gobierno). Los votos no se recuperan con parla. Primero el bolsillo después el chamuyo (siempre fue esta la fórmula).

 

“Despacito y casi sin gastar saliva las vidas populares y laburantes son empujadas, cada día unos pasitos más, a las bocotas abiertas y hambrientas de la derecha. Desde el camionero que manda a sus hijas al colegio privado para sacarlas de la junta del barrio, pero abre un comedor adentro del barrio para dar una mano –y, quizás, por algún peaje que obliga al “privilegiado”– pasando por el remisero (y también chofer de Uber y Didi y de la próxima aplicación), por la enfermera y mamá luchona a la que le reventó la tarjeta naranja; por el vaguito al que le robaron la bici con la que laburaba en Pedidos Ya y ahora vende el pan que hace la vieja; por el vaguito que le robó la bici a uno que laburaba en Pedidos Ya y ahora, cada tanto, va a laburar a la obra con el tío; por casi todos los pibes que ahora cantan –junto a sus padres, madres, tíos y vecinos– “gracias a la harina que me ha dado un mango” (o a San Lavandina) mientras caminan los barrios un poquito más residenciales ofreciendo la mercadería puerta a puerta o semáforo a semáforo en la avenida; por la vaga que cobra la Asignación y tiene la tarjeta Alimentar y su novio que cobra el Potenciar, pero que saben que ir al shopping un fin de semana o a un local de Personal es parte de la antigua normalidad. Podríamos continuar la fenomenología barrial hasta mañana. Vidas laburantes que están arriba de esa cinta transportadora, la que los desliza a la derecha, hace al menos diez años, pero que, en el último tiempito, pareciera, que ese desfile se acelera cada vez más. De un lado los esperan con los brazos abiertos y sin escrutarlos. Mientras desde “nuestro lado” se reduce la complejidad del mundo popular a la invocación lejana y exterior del “40 por ciento de pobres” (“Perón la realidad afectiva te la debo. Parte I”, octubre de 2021)

 

 

5.

 

Pensamos mucho, en todos estos largos años, las mutaciones del mundo laboral: la vida mula, la subjetividad de los nuevos laburantes, el vínculo entre salario, trabajo, consumo, engorramiento, ciudad, etc. Nos preocupa también la simplicidad y la chatura con la que se enuncia el trabajo y sus percepciones en la discusión “pública” actual. No se piensa el trabajo desde su percepción subjetiva (no solo objetiva), no se percibe, valga la redundancia, lo que la gente percibe sobre su dinero, su economía personal. No solo la objetividad destruida de los números.

 

Conocemos bien esa sociedad partida de nuestros países vecinos (vidas endeudadas, trabajos sin ni siquiera el recuerdo de un sindicato, salarios realmente en la línea de flotación, de subsistencia…). A la precariedad acá, sabemos, se la combate también con Trabajo, pero no con la noción chiquita, economicista, del trabajo, sino con el trabajo a la argentina: el trabajo ligado a la dignidad, al Plan Barrial (¿por qué no?). Así como aprendimos a no sacarnos de encima demasiado rápido al Estado, es necesario no regalar al trabajo y al salario como imagen posible de una anti-precariedad.

 

Esquivemos los cientos de libros y trabajos sobre el posfordismo, el tema de la autogestión y el neoliberalismo, etc., etc. que fueron generalmente pensados más al calor de las experiencias europeas que de estas tierras. Pero sí pensemos qué pasa cuando hoy estás arriba de una moto trabajando de repartidor y también tenés que gestionar –solo o en banda– la seguridad, el cuidado, ni hablar el tema de la contratación, de la irresponsabilidad de las empresas, el tema de las aplicaciones; o cuando un docente en la pandemia se tuvo que garpar Internet, conseguir una silla cómoda o romperse la espalda, laburar en el quilombo de su casa… Esto es algo peor que el posfordismo, digamos: un posfordismo a la argentina, tercermundializado… Y más acá todavía: lo que está en juego es un pos-peronismo, en el sentido de que cuesta cada vez más meter hoy la discusión por las condiciones de laburo, por la precariedad laboral entendida de manera amplia (no solo en los modos de contratación o en la informalidad de las tareas o sectores productivos). Hoy en día cuesta meter la pregunta por la precariedad laboral ya sea en los segmentos de trabajo estatal (en todos sus niveles), el trabajo en los programas sociales, el mundo privado, etc., y ahí es donde vemos que es un peligro que, desde los discursos políticos, de gobierno, se trate de enfriar todo esto, o se lo vea con miedo, o de costado (por el riesgo de que te lleve puesto un armado, un equilibrio político, una gestión). Es un problema mayúsculo: porque si el peronismo saca los pies del plato en este terreno (qué significa trabajar hoy), ¿qué queda?, ¿quién lo agarra?, ¿qué alianzas se pueden tejer?

 

En este sentido, enunciado como se lo hace, el salario básico es casi una ofensa al empoderamiento salarial peronista (el peronismo es eso: salario fuerte). Además, los números que se manejan, en medio de una inflación que sube por ascensor son una cargada. Se asoma de fondo ese imaginario gorila (sea progre o facho) de quien cree que el laburante empobrecido total se las arregla. Cuando desde un gobierno (autopercibido peronista) en toda su amplitud, decíamos en el 2020, te hablan de ‘preocupación por los pobres y la pobreza’ tenés que preocuparte. Cuando se enuncian políticas económicas o posibles medidas desde esa ajenidad, desde esa exterioridad y sin ruborizarse, estamos en problemas (sea habilitar el dólar como unidad de valor, devaluaciones controladas, etc., etc.). De fondo, lo que se blanquea es la fractura social expuesta (lo que podía parecer impotencia estatal o desgobierno deviene en algo peor): que las vidas dolarizadas vivan tranquis, que el resto no se retobe, que bajen algo los precios, que se acepten las condiciones de laburo de mierda, y no hacer mucho ruido ahí en el famoso poder real.

¿Salario universal y dolarización? Más explícito no puede ser el sueño de un país popular pos-peronista –y franciscano– (¿y después se asombran si en las encuestas sube cualquier candidato falopa?).

 

¿Qué paz social es la deseable a futuro? ¿Una que tolere la fractura social expuesta y violenta, en la que conviva el laburante que vuelve cansado y sin un mango a su casa y por la ventanilla pasa por el polo gastronómico de su localidad y piense: qué bien, mirá toda esa gente consumiendo, me alegra que la economía de mi país repunte… O la doña que mira el móvil de noticias en las costas reventadas de turistas internos y el festejo, como el del verano pasado, de gobernadores y ministros por el éxito del pre-viaje? Quizás, se apuesta por la doña y sus hijas y vecinas diciendo: qué bueno que esa gente pueda disfrutar, me alegro, a nosotros ya nos tocará. Por ahora alegrémonos con esa vida ni pal viaje. Imaginarios difusos sobre una seudo-sociedad de castas.

 

Al gobernar enfriando le sigue una imagen peor: preparar sensiblemente a la sociedad para cualquier cosa… Y lo imperdonable es que esta vez esa tarea indigna no sea solo realizada por la derecha. El terror anímico viaja con los debates económicos y los rumores mediáticos y palaciegos: el riesgo de una Híper, una dolarización a medias, devaluación… La funcionalidad de esas bombas en el plano anímico y sensible es enorme, bombas que van en tándem con el enfriamiento. Enfrío - agito con cagazo - alejo el plano de la política (encarnando en definitiva el discurso de la casta de la falopa libertaria) - tiro una bomba discursiva… Una secuencia cuyos efectos sociales son insondables (y se acoplan al efecto de los precios y salarios, de la materialidad de la economía, etc.)

 

Que el proyecto profundo del poder político sea pedirles a las vidas populares que bajen un cambio, que tengan expectativas vitales moderadas, que abandonen sueños de consumo (una de las formas de ascenso social), que se olviden de la casa propia para siempre, que alimenten el cuerpo con pan y el alma con rezos. Que acepten que esto es lo que tocó. Que los van a ayudar familiares, que si tienen suerte se van a endeudar para siempre con familiares más pudientes. Que no deseen nada: ni la vidriera del local, ni la motito o el auto del prójimo. Que van a tener que laburar como nunca para no poder tener casi nada. Que se queden tranquilos y tranquilas y que toleren que ser laburante y pobre es un destino divino. Eso no es peronismo. Eso es otro evangelio. Que, aunque ya circula con fuerza en los barrios y las vidas populares, no es aún mayoritario (digan lo que digan). Aún se está disputando la batalla de las almas laburantes y plebeyas de nuestro país. Una batalla concreta, real, de formas de vida.

 

                                                                              *

 

Más allá de lo importante de investigar las transformaciones del mundo laboral (ultra necesarias: cualquier investigación de las transformaciones de la vida popular las celebramos) dejamos una alerta: ojo cuando esas investigaciones devienen fetiches y muñecos para el juego de las elites progres. Una cosa es pensar la potencia de los movimientos de desocupados, como se hizo en los viejos años de cambio de siglo, barrio adentro: sin sacarlos de una trama vital, cultural, política, etc.; y otra cosa es arrancar experiencias, “sujetos”, movidas y llevarlas a laboratorios fríos y academicistas. Que la economía popular no sea el nuevo laboratorio para “caer a un barrio” y buscar “informales” implica que se la piense, se la investigue, se la conciba en medio de una economía vital amplia: la de una sociedad precarizada e implosionada que hay que salir corriendo a registrar. No se puede sacar a una vida de su barrio, pincharle mil enunciados políticos y ver cómo reacciona. El paquetito de tierra barrial que saquen afuera para investigar, que se lleven encima, no puede servir para generalizar y pensar que “todos los territorios barriales son así”. Escuchamos, ay, perplejos a gente de gran buena fe pensar que, en cada barriecito, en cada tomita, en cada calle perdida de un complejísimo, caótico, enorme y sinuoso conurbano bonaerense (esa serpiente negra a la que nunca se le ve la cola ni la cabeza) hay zonas liberadas de autogestión laboral. La mayor parte de un barrio es la que no se ve. La que no tenemos idea qué pasa. La que no llega a percibir nadie. La que no se investiga. La que cada tanto muestra, apenas, un programa de televisión. La que oculta secuencias difíciles de pensar y digerir para una lengua política. Nos llena de bronca pensar que muchas políticas públicas (a nivel municipal, provincial, nacional) se hacen a partir de rumores y representaciones propias del ‘híper realismo’ con respecto a lo que es la vida cotidiana de las mayorías populares (ese mismo imaginario de las inolvidables y patéticas frases de campaña y post-elecciones: “es que los vimos tan contentos a los vecinos en los vacunatorios que pensamos que nos iban a votar”).

 

 

6.

 

Analistas filo-albertistas, sus desencantados. Los que piden el VAR para aumentar el registro del “no se pudo”. Quienes te hablan desde una oficina en la Casa Rosada, pero con el tono de un charlatán de café. O los y las fans de Cristina que asisten al recital con entradas protocolares. O los “movimientos sociales” que participan de los mismos grupos de WhatsApp, recorren casi los mismos pasillos, pero boquean imitando mal el acento del barrio. Y encima, no aceptan recriminaciones porque ellos y ellas están luchando: no aceptan críticas de quienes no luchan “como ellos”.

 

En un capítulo de Borgen –una serie medio pedorra danesa que reduce la política a la rosca de Palacio y que seguro es la preferida del presidente y sus asesores– un viejo militante del Partido Laborista se lamenta porque ya no hay obreros en el partido. Más o menos tira, con la educación escandinava del caso, acá no te cruzas un laburante ni en pedo. Esa pregunta, al menos desde hace una década, cada vez empieza a oírse más dentro del peronismo. Cuando no se había coronado la sociedad ajustada aún, pero sí empezaban a emerger modos de gobernar que prescinden de lo laburante como variable fundamental de una política popular. Esa primera derrota poco pensada e investigada (¿de donde también surge el macrismo cada vez más como una posibilidad política real?). Esa línea anti-laburante atraviesa todos los niveles de gobierno. El problema de la ausencia de vidas populares en los diferentes niveles de gobierno es que se tarda demasiado (o no se lo hace nunca) en comprender cómo viven los laburantes (incluso en preguntarse: ¿qué es trabajar hoy?). Se percibe de manera más obvia en quienes antes sostenían programas sociales (y políticas públicas) con laburantes híper-precarizadas y ahora ya en umbrales delirantes, no conciben la vida real (cómo vive, cómo siente, cómo piensa) de laburante, una laburante empobrecida.

 

Esa línea anti laburante (consolidada durante el macrismo, y no desmantelada, sino mas bien reforzada durante estos últimos años) corrió (corre) a la par del enfriamiento territorial de cualquier quilombo contractual. Muchos conflictos se ha resuelto despidiendo trabajadores y cambiándolos por militancia fiel –familiarismo y círculo de amigos ampliado–. Todo esto digerido bajo la excusa de que “hay que sacar a los quilomberos del Estado, meter militancia propia. Así es la política”.

 

Pintó un estado de amigos y amigas. Un estado centro-cultural: del estado de los amigos del secundario de elite (Cambiemos) al estado con compas de “la orga” o el centro cultural. Una endogamia fatal (“pero me creía que la gente…”). Lo imperdonable para quien se dice peronista es no saber qué siente, piensa, hace cualquier persona del amplio, fragmentando, despedazado por mil partes “mundo popular”.

 

Una elección se puede perder, pero desconocer lo que piensa y siente alguien que no te votó o que sí lo hizo es un error histórico.

 

¿Se le va a pedir compasión, apoyo, movilización para la ofensiva desnuda y feroz que se viene a esas mismas mayorías cansadas que verduguearon y desgastaron? Estamos en el 2022 y siguen pensando en el 2023 o 2027. Y, mientras tanto, la resaca de esta gran ineficacia va dejando todos los elementos servidos, flotando en el aire y sobre las cabecitas quemadas, para que la derecha avance caminando la cancha: Y ahí, claro, las derrotas siempre serán de los otros.

 

Si para un lado de la mesa, la dirigencia tiene la posibilidad de investigar, intervenir, sobre las condiciones de vida de las mayorías populares, y para su lado contrario, podría investigar e intervenir sobre cómo se mueven y concentran los grupos económicos, elige quedarse girando como un trompo en el centro de la mesa. Y encima como si en su aceleración se convirtiera en un taladro, enceguecido en sostener ese movimiento, se fueron enterrando hasta ir perdiendo perspectivas para intervenir. Ese parece ser el juego palaciego: chicana, disputa y concentración de poder, y hablar entre pares. Y esta dinámica se está dando desde el primer año de gobierno del Frente de Todos. Cada uno de los actores del Frente cierran fronteras para sostener su cuota de poder, cerrando la posibilidad de que una noción más amplia de la cuestión social atraviese esos muros blindados. Por eso fueron agendas políticas que no dialogaban con las mayorías, que no se podían agrietar

 

Y en esa concentración de poder, algunos actores del Frente parecen gozar del correlato de fuerzas inédito para su organización, mientras más de la mitad del país se hunde. Y no se trata de una cuestión de silencio o complicidad. No es nada de eso. El tema es que, en ese movimiento de cerrar filas, se dejó de apostar por una alianza fuerte que dispute el macrismo que sigue vivito en cada una de sus herencias y heridas.  

 

Decíamos hace cuatro años:

 

“Si el macrismo atacaba en todos los frentes fue imposible pensarlo y “resistirlo” desde una única y conocida columna. El macrismo pareciera ser la suma de los odios históricos de la derecha tradicional y de los ‘nuevos odios’ de la derechización existencial en la precariedad. Una suma de todas las fuerzas Anti-todo a las que sólo cabe oponerle un Aguante todo: sacrificio, disciplina y ascetismo; fiesta, agite y gedientismo; militantes de rostro serio y militantes de pura carcajada; cuerpos de pie y cuerpos acostados; vidas endeudadas y vidas sonadas; pibas a todo ritmo y doñas de vieja moral; economía popular, laburantes pillos y vagos inquietos. Que estén los ‘cuadros’ pero también las vidas heridas por el ajuste de guerra. Una ‘militancia’ que convoque a todas las fuerzas silvestres que circulan sueltas por la sociedad gorruda. El rumor cada vez más audible de esas fuerzas caóticas no puede ‘aislarse’: para esas fuerzas no hay ‘antídoto’ posible y eso todos los ocupantes del Palacio lo saben”.

 

Están encallados, acelerando, dando manijas entre todes profundizando una deriva delirante.

 

 

7.

 

Se piensa a lo popular desde los sujetos, desde la representación y no desde el estado de una sensibilidad popular. El peronismo, su tarea histórica más perdurable, fue primero entender las sensibilidades plebeyas en disputa y no almorzarse la cena tratando de partir de representaciones medio fantásticas de las vidas populares. Es necesaria, más que nunca, la sociología silvestre, porque precisamente en lo social es donde se pinchan las preguntas políticas y se ve cómo funcionan.

 

Vemos dos dificultades. La primera, en términos históricos, para el país popular: la cuestión de la pobreza estructural, que es bastante reciente en Argentina. El hincapié en la figura del “pobre” es bastante complejo, sobre todo cuando realmente le estás hablando y estás interpelando a alguien que se está cayendo del mapa, que está cayendo bajo la línea de flotación y que no quiere que lo interpelen desde la pobreza. Nadie quiere que le digan permanentemente y que le recuerden su situación de empobrecimiento sin a la par tratar de mejorar su salario, tratar de hacer algo con esa maquinita que es realmente una verdadera guerra contra los cuerpos populares como es la inflación (y una guerra que incrementa a otras guerritas, que estresa y violenta a las mayorías populares). Lo complejo es que detrás de esa categoría y detrás del número de 40% de pobres (o de lo que ahora aparece –a veces mencionado con una liviandad que da bronca– como ‘trabajadores pobres’), lo que no se ve es lo que sucede en términos de las nuevas violencias que aparecen, de las nuevas disputas por un barrio, disputas entre trabajadores que están en las economías formales y laburantes desenganchados, etc.  

 

El problema es que hay un montón de cuestiones que no se pueden mapear si te quedás únicamente en la categoría de pobreza sin poder perforarla y ver lo que hay detrás. Lo que hay detrás es un estado de sufrimiento, de cansancio, un estado realmente de sobreendeudamiento de las mayorías que no solo son tus bases electorales, porque no es solo una cuestión de la coyuntura electoral: es el compromiso que vos tenes como gobierno con las mayorías populares. Mientras el concepto de pobreza estructural da una imagen de sujeto a representar, el de precariedad totalitaria, en cambio, apunta a otra cosa; a pensar las fuerzas, las fronteras, las tensiones, evitando congelarse en los sujetos y en la pobreza como categoría, para pensar en términos de precariedad y de disputas de realismos (no se trata solo de una Realidad inquebrantable, única, sino siempre de disputas y tensiones por cómo se vive o se quiere vivir en un territorio). Disputas de realismo que exceden el régimen de obviedad y que se juegan también en planos que exceden lo económico; o mejor dicho, que incluyen otro tipo de economías que también hay que pensar e investigar, y en las cuales hay que intervenir.

 

*

 

Hay un error que empieza a escala barrial, muy chiquita, que es únicamente mirar el barrio militante, o mirar el barrio donde hay algún tipo de dispositivo que vos creés eficiente y que está relación con tus expectativas políticas y no mirar el barrio de manera más amplia. Las no-investigaciones se pagan; electoralmente, pero sobre todo o más grave aún en otro sentido: dejar mundos afuera, vidas afuera, no atender heridos, y perder el peronismo como sensibilidad. No atender a las vidas heridas y a las vidas de frontera (ambigüas, que van y vienen de un mundo a otro, las que no tienen un solo rostro). Lo que es preocupante es que cada vez una mayor porción de las vidas populares y de muchos laburantes espontáneamente miran a un tipo de dispositivo político que parece un poquito más dispuesto a recepcionarlas. Y eso es algo que no tiene que pasar en una gobernabilidad que se autopercibe peronista. No ver la realidad efectiva es perder la disputa de realismos: se la dejás a la derecha. 

 

8.

 

Experimentar, probar umbrales de tolerancia es gobernabilidad de derecha. Así lo demuestra el pasado histórico. Las vidas populares no son laboratorios políticos. Una cosa es experimentar y resonar un enunciado creado desde las entrañas de esas mayorías populares y otra es jugar a pinchar ese cuerpo ajustado y cansando para ver cómo reacciona. Pareciera que están tratando de testear (que no es investigar) una sociedad que desconocen profundamente preparando una fea pacificación.

 

Aparecen entonces esos enunciados peligrosos, no porque no porten verdad, sino porque se los enuncia (y se los fabrica) desde la misma exterioridad sensible: “ojo que el conurbano no aguanta más. La situación no da para más”. ¿Qué implica esa frase? Siempre, ante esos enunciados (vengan de donde vengan: del signo político que sea. Podría ser una frase que resuena en el tono con aquella gorila: “el conurbano, así como está, es ingobernable”) hay que preocuparse: ¿qué imaginario los respalda? ¿Qué fibra busca activar? ¿A quién se le habla? Esos enunciados temerarios parecen hechos para profundizar el gobernar enfriando. Preocupan porque, digámoslo ahora con la menor inflación verbal posible, es la primera crisis de las tantas que arrastra la economía argentina qué será chusmeada con el rostro de perplejidad de “extranjeros” y “extranjeras” (a nivel perceptivo, afectivo, de clase, geográfico). Antes de subirse a la combi, al auto con chofer, al autito de gira militante, a cualquier móvil para volver a los lejanos códigos postales de residencia esperemos que hagan un profundo esfuerzo por entender lo que está pasando. Las reacciones de primerizos siempre son un poco preocupantes: el primer reflejo para actuar antes situaciones críticas suele estar moldeado por feos imaginarios de realismo único y agobiante. Todo es exterioridad en su enunciación: “el conurbano va a explotar”, o el de signo opuesto: “el conurbano no va a explotar por las redes de contención y blablablá”. Mientras tanto, un abismo insondable (esa guerra sórdida de inflación, precariedad, violencia del rejunte feroz, etc.) se traga a las mayorías populares y a los restos del imaginario peronista de dignidad, bienestar social y un mínimo orden vital a salvo de la economía predatoria. Lamentablemente (en este texto, detrás, está el dolor popular profundo y el cagazo a que una experiencia histórica popular llegue a su final tantas veces anunciado, y que en ese ocaso nos deje tirados y desprotegidos…) en esas menciones difusas a una “paz social” en peligro o a una pacificación amenazada, dejan muy claro que en varias oficinas estatales las computadoras quedaron encendidas con las planillas de Excel abiertas.   

Eso es derechización afectiva. Son de derecha y no lo saben. Hay continuidad en algunas sensibilidades con el gobierno anterior. Ser de derecha en este país, queda claro cuando gobierna, es odia a los cuerpos que habitan este país. Un país tan cabeza. Se quejan. Querían otros rostros. Otros tonos de voz. Otros cuerpos. Les tocó esta tierra y se quieren matar. Y tenemos que escuchar, en medio de una economía que se retuerce y chilla y que hace mierda el alma laburante, a cuadritos quejándose de que “el pueblo no lucha”, de que “el pueblo está dormido”, de que “no hay reacción”. No comprenden las vidas que dicen representar y no comprenden por qué viven así las mayorías populares. Esa perplejidad es profundamente gorila.

 

Pareciera, por momentos, que están preparando el terreno para esa pregunta tonta que siempre interpela: ¿por qué gana la derecha’. Los últimos años son de una evidencia abrumadora para buscar respuestas.

                                                                                              *

 

No queremos imaginarnos lo que viene en el futurito. Dejando la realización sensible casi total para un pos-peronismo a nivel popular, para la pos-Política a nivel social: no jodamos, ahora sí que este loreo y este fantasmeo sin realidad efectiva deja la mesa servida para que se carguen sin dolor hasta al último símbolo político. Total muchos no se van a enterar, seguramente, de los muertos, los heridos, los sonados sub-políticos que caerán como piedras en el desierto, alejados de las pantallitas espejos en las que se reflejan. Que ni siquiera quede la esperanza negra del peronismo como un umbral mayor (no mucho más que eso hoy en día) de dignidad humana.

 

Ultimo clavo al cajón del Siglo XX argentino. Acá no hay que confundirse. A un cuerpo moribundo se lo puede revitalizar. Sobre todo, si dejó memoria viva inoculada en las generaciones venideras (Néstor sopló las brasas de un peronismo suelto y oculto que, incluso en la noche oscura, parecería brillar un poco en algunos cuerpos radiactivos). Para los pibitos y las pibitas que integran las mayorías populares (para esas vidas que “no militan”, “no están organizadas” y no les alcanza el megusteo y el faneo) no le podremos dejar legado material: acá, si cada vez vivimos peor, no hay trasvasamiento generacional posible.

 

 

9.

 

Te imaginás volviendo demolido de tu laburo (cualquier de las formas que esa palabra adquiera hoy), viajando en el tren, en el bondi, bajando de la parada y pateando esas cuadritas que empiezan a ser familiares. Te imaginás yendo al laburo, saliendo con las zapatillas hechas mierda que no pudiste cambiar, esquivando en la casa los restos abandonados del cementerio de electrodomésticos (todo se rompe y no se cambia) todavía con lagañas en los ojos, chusmeando el celular en el tren, en el bondi y leés de refilón que un dirigente social te tira: “el pueblo está dormido y tiene que reaccionar”. Dormido estás, olvidate. Cagadísimo o cagadísima de sueño.

Pedidos Políticos de reacción social: ¿a quién le están hablando? ¿A quién le están pidiendo que active o no active, que se calme y sea paciente o que haga “reclamo”? Hay una lengua política que intenta “representar al pueblo” y solo, y con suerte, acopla chirriando apenas por los parlantes que cuelgan en los ángulos superiores de la sociedad. Errores –siendo buenos– políticos que antes son perceptivos: piensan así a las mayorías populares los que creen que el peronismo fue “beneficio sin lucha”, los y las que creen que “el pueblo tiene que sacrificarse” para mantener lo “ganado” (sea sacrificio bueno “luchando” o sacrificio malo ajustándose el cinturón). ¿Qué mierda significará luchar hoy en día, además de llegar al final del día? ¿Qué será luchar, más allá de hacer malabares para llegar a ese nuevo fin de mes que es la quincena o la decena de días? Preguntas que se hacen los y las millones de personas que habitan ese conurbano bonaerense en toda su heterogeneidad. Porque si las luchas y luchitas en la precariedad no cuentan a los y las laburantes “desorganizadas” (casi todos y todas, va) y no se concibe como luchar a la acción de mantenerse sobre la línea de flotación en medio de la guerra de la inflación, ¿de que sensibilidad popular se está hablando? En un país como la Argentina, ¿laburar no fue luchar incluso si no estabas sindicalizado? (Muchas de estas preguntas las trabajamos con el concepto de vida mula en ¿Quién lleva la gorra?).

 

A esa percepción empañada de quienes tienen la posibilidad de “sentir y mirar” lo que pasa “abajo” (y contárselo a la oreja al Presidente o a la Vice o al Gobernador o a Intendentes) se les escapan las tortugas gigantes: pasan y se van, en la cinta transportadora a la derechización afectiva y “discursiva” vendedores y vendedoras, emprendedores y emprendedoras, repartidores y repartidoras, empleados y empleadas que siguen bancando con salarios desplomados a una o un jefecito verdugo que pide vorazmente más sabiendo que la plata (y la vida) rinde menos.

 

Un momento de tranquilidad y descanso es la plegaria cotidiana que más se escucha “a las horas pico” en cualquier nodo popular y vienen a picotear orejas diciéndote que dormís. Que no hacés nada. Primero te llamaron “pobre” (ese dato subjetivo que también es realidad pura y dura, una enorme mayoría de la sociedad se piensa clase media y guarda pulsiones de ascenso social te dicen “pobre”; te miran el lado empobrecido y te lo iluminan en HD sin modificar las condiciones que producen ese empobrecimiento en ciernes) y ahora te dicen que te cabe el ajuste y que fue.

Casi no se escucha, pero cuando se lo hace la reacción, para el vago o la vaga de a pie, es que no están viviendo en la misma Realidad (no en el mismo barrio, no en la misma ciudad, no sobre la misma sensibilidad; hay una Realidad Política paralela: otra galaxia). ¿La idea sería acumular políticamente en cuerpos populares casi exhaustos? ¿Se piensa que mayorías cansadas van a sumar a sus vidas el vector de interés Político que es solo loreo sin nada concreto? ¿Le piden, a quién, que participe de qué debate público? Se intensifica, se acelera de manera preocupante un goce militante cuyo subidón es proporcional al incremento de los garrones laburantes. El contraste, la fricción, casi violenta es similar a aquella que motiva tantos quilombos suburbanos. Un pibe que vuelve de gira cuando el don arranca a laburar a la obra. Una piba que vuelve a la casa cuando la vieja enfermera se está levantando para ir al hospital a laburar. Este contraste es igual: unos van o vuelven de laburar y los otros de su girita militante.

Esas mayorías populares lo saben: desconectarse del loreo Político es hoy terapéutico. Es dramático, a esta altura, que quienes piden la palabra “representando la popular” no terminen de encontrar las venas para inocular enunciados políticos en un cuerpo social demasiado oscurecido.

 

 

10.

 

Mientras tanto, y quizás a largo plazo, se están pensando en cómo rediseñar de manera profunda el alma laburante. Qué difícil hacer sociología de las distopías urbanas. Circulan escenas de un futuro apocalíptico que cada vez se percibe más como el único deseable: cada vez que te dicen que no hay alternativa (te lo diga Macri o Cristina) estamos al horno.

 

Acá van a coincidir los franciscanos y los empresariales: el alma plebeya argenta tiene que transformarse radicalmente. Bajar las expectativas vitales, aceptar que trabajar no es sinónimo ni habilita a derrochar, que hay que vivir mal y bancársela, que hay que volver a vivir en comunidad (¿qué es hoy una “comunidad”?, ¿qué pasa con los rejuntes agobiantes de la precariedad implosionado de los cuáles se quiere rajar como sea?). Se tiene que terminar el alma gedienta de las mayorías populares argentas. Esa es la nueva pedagogía. A los pibes y las pibas, sí, que pasaron la pandemia rezándole (como muchos de sus padres y sus madres) a San Harina y San Lavandina para rebuscársela. Que se hacen deliverys. Que si tienen suerte y algún familiar más acomodado pueden conseguir buenas changas o que los viejos los banquen. Que incluso se ilusionan con la irracional micro especulación del dólar. O si no les queda otra la resignación. El feroz verdugueo laboral que no se modificó en nada con respecto a los años del macrismo: los jefecitos y las jefecitas antis siguen mandando; los pibes, las pibas que están cada vez más precarizados (esa alta rotación laboral en la que cada nueva vuelta de tuerca es peor o igual que la anterior; a dónde quedó, se preguntan, esa alta rotación laboral precaria, pero con derecho al consumo y al bienestar anímico –entonces: a la dignidad– de la que les hablaban sus hermanos y hermanas mayores en la década ganada). Ahora todo es peor. No tienen billete (ni tiempo: el verdugueo laboral de las Pymes –ese proyecto de los productivistas– les exprime como uvas, y a empleos más chetos es imposible entrar…) ni ganas ni cabeza para estudiar, para tratar de pensar en un futurito mejor. Millones de vidas pibes así, no de las que se chusmean en los videítos de las Bresh o en influencers exitosos eh. Las vidas reales de los pibes. Los que se hacen o intentarán hacerse policías (por el sueldito fijo, por todo lo que eso implica y no por pulsión gorruda) y a los cuales ya no se podrá cargar con el “Ya no sos igual” cuarentón que suena tan patético como ese de “Estudiá no seas policía”. Y están los que se hacen o se harán chorros (cada vez más feroces, cada vez más violentos y anti-laburantes son las secuencias. Vos sabes de qué hablamos) o pichones de transas. O buscarán como sea el billete. O los y las que podrán hacer malabares entre “los potenciar” y la moral (la disciplina moral) familiar, cultural, religiosa y todo el combo que les permitirá bancarse la situación. Suben las adicciones y sus efectos picantes porque también suben las drogas y aumentan los cortes pedorros y las pastas y los malos escabios. Todo está sombrío. Todo está oscuro. Bolsones. Burbujas de festejo trapero de derroche que contrasta con las vidas reales sin guita ni para la feria. Por arriba y por abajo se está condensado una desigualdad estructural que muestra un desfasaje total con el discurso Político y que en su profundidad cada vez honda se devorará la subjetividad peronista (y sus posiciones vitales: esas terceras posiciones con respecto a la guita y el laburo, por ejemplo, esos matices entre la joda forzada en un barrio ajustado y malherido y el muleo callado, sin oxigenación alguna…). Mutilación que empieza por lo afectivo, lo anímico: que te roben la dignidad y te devalúen también tu vida. Pero es difícil hablarle de los jóvenes a muchos que solo activan en casos de violencia institucional, que se conmueven por la muerte joven pero les importa tres carajos la vida joven. ¿Se acuerdan, quizás algunos nos están leyendo, que nos invitaban preocupados a pensar “el deseo por las zapatillas y la ropa deportiva” (pensar que ahora para ver una llanta recién comprada tenes que hacer un gran esfuerzo perceptivo) de los pibes pero que después se hicieron bien los boludos y cerraron el ojete cuando hubo que pensar “el no-deseo de los pibes por la Sube y el tanque de nafta vacío y el teléfono sin carga”? Intencionalidades aparte, había, en esa indiferencia por la pérdida gradual del derecho a existir (¿no es eso acaso la mutilación salarial?, ¿cómo existe un laburante si no es empoderado por el bolsillo que da aliento vital?), una coincidencia con respecto a la forma de vida deseable para las vidas populares, con ese enfriamiento libidinal del que empezamos a hablar en el 2013 y 2014 y que ahora empieza a mostrar sus resultados. Bajar el umbral de consumo. Aceptar el ajuste brutal. Para las mayorías populares, ni hablar para quienes viven de su salario, para los pibitos y las pibitas a las que el futuro se le cerró como una bolsa de nylon asfixiante sobre la cabeza, no se percibieron diferencias entre el macrismo y el volver peor.

 

 

Colectivo Juguetes Perdidos

21 de Julio de 2022

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