Nota publicada el 21 de diciembre en Página 12
El sociólogo quilmeño no se limita a describir una geografía
sino a tejer “una cartografía de las mayorías populares”, que habilita una
sensibilidad característica.
Un cuerpo político y cultural monstruoso, siempre mutante. Así es como el sociólogo Leandro Barttolotta define un espacio tan esquivo como inabarcable: el conurbano bonaerense. Saldo negativo (Editorial Sudestada) es un compendio de crónicas que, a pesar de haber sido publicadas inicialmente en la revista Crisis, escapan de la etiqueta "periodísticas" porque –tal como propone el autor en la introducción– pueden ser leídas también como crónicas sociológicas. Hay aquí una década de indagaciones: la cronología se extiende desde 2013 hasta 2023.
La idea de Barttolotta era “desplegar un mapa afectivo y
anímico del conurbano” que funcionara también como una bitácora de las
peripecias de aquellos habitantes anónimos que lo pueblan, esos que todos los
días viajan, laburan, sufren, escabian, pasean y gastan, según enumera el autor
nacido en Quilmes. Casi todos los textos abordan el conurbano sur, pero quienes
estén familiarizados con las dinámicas del territorio podrán identificar
elementos comunes que aparecen en otras zonas. La apuesta no se limita a
describir una geografía sino a tejer “una cartografía de las mayorías
populares” que habilita una sensibilidad y un punto de vista particulares.
El volumen propone un recorrido variopinto por
diversos territorios, personajes y situaciones donde la tragedia convive
permanentemente con el goce. En ese sentido, puede decirse que Saldo
negativo está en sintonía con proyectos parientes como The
Walking Conurban (dos de sus integrantes escribieron el prólogo y uno
de los capítulos está dedicado al impacto de la exitosa cuenta de Instagram),
que abordan el territorio sin apelar a la estigmatización de sus habitantes ni
a la romantización de sus condiciones de vida. No hay un conurbano sino
muchos; se trata de un espacio complejo, heterogéneo y plagado de tensiones.
Eso queda claro al leer estas crónicas.
El itinerario incluye descubrimientos bastante insólitos
como la llamada “ruta del pis”: señoras menopáusicas del barrio que donan su
orina para que pueda fabricarse una hormona que habilita la descendencia para
mujeres estériles. Las señoras donan su pis o lo intercambian por chucherías
simbólicas –hay una ley que prohíbe la comercialización de tejido humano– pero
los tratamientos cuestan una fortuna y esa economía del meo en torno al “oro
líquido” que se sustenta en la solidaridad de género queda completamente
invisibilizada (salvo para quienes se hayan topado alguna vez con esos bidones
llenos de orina en la puerta de una casa). Hay otros descubrimientos
interesantes en torno a la recolección de basura y la sociología del olor que
desarrollan los trabajadores del gremio para armar su propio mapa de clases por
zonas geográficas. Y también hay una muy buena sobre la historia del
Fernando (segunda marca del Fernet Branca) que explora la economía conurbana y
sus consumos.
Las crónicas dedicadas a proyectos digitales recientes de
gran impacto social como The Walking Conurban, #CosasdelRoca o el
youtuber Lesa son interesantes porque tienen cierta pregnancia tanto
en porteños como en conurbanos que pueden decodificar rápidamente las
coordenadas de una esquina particular, un personaje famoso en el barrio o un
cartel icónico. Hay una exploración aguda de los espacios como creadores de
sociabilidad: los salones de fiestas infantiles con la precarización de jóvenes
trabajadoras, las pensiones que suponen una convivencia forzada, los boliches y
el after en esa nocturnidad que mixtura seducción y violencia, los vagones del
tren como territorios de venta ambulante y rebusque cotidiano, los barrios como
punto de convergencia entre el cooperativismo y el punitivismo al mejor estilo
Bullrich, los comedores y merenderos como espacios de supervivencia en tiempos
de crisis o el rol de contención en hospitales y centros de salud durante la
pandemia.
No falta una perspectiva económica: esto aparece en aquellas
crónicas que sondean los locales típicos del barrio donde se descargan las
furias cotidianas (un esquema que suele enfrentar a trabajadores explotados) y
otros donde se despliega el goce del consumismo cuando la época y las políticas
sociales lo permiten: Pago Fácil y Rapipago como sede principal de los
“trámites de la bronca”, los centros de carga de SUBE como destino de toda
clase de quejas y reclamos, el malestar social generado por las empresas
eléctricas que suelen dejar a los barrios en penumbras, las sucursales de
Frávega y Garbarino que reciben el impacto favorable de las políticas que
fomentan el consumo interno o las barberías como centro de la
sociabilidad barrial con su estética popular y el hipsterismo turro emergente.
El trabajo es un protagonista central del cornubano.
Algunas crónicas abordan el estigma hacia la Policía Local (los famosos
“pitufos”) por su falta de entrenamiento o de mística, las protestas de la
oficialidad joven en 2020, la insalubridad en la industria del carbón, la
cotidianidad de quienes trabajan en la República de los Niños (legado peronista
que devino espacio recreativo) o los padecimientos de los trabajadores de la
salud por el covid. Hay otras indagaciones interesantes como la malvinización
conurbana liderada por los ex combatientes ("cuando vos peleás por la
patria, peleás por tu barrio", dice José) o algunos análisis sobre la
forma en que circula la información o se comunican noticias como la
tragedia en Puerta 8 por las 24 muertes a causa de la venta de droga adulterada.
Saldo negativo apuesta al análisis sociológico
que por momentos combina el lenguaje turro y nociones más cercanas para
desentrañar los sentidos de un territorio salvaje, heterogéneo, repleto de
color y tragedia. Un espacio que suele resistirse a los análisis porque
necesita ser observado también desde la experiencia. Barttolotta lo hace desde
ese lugar: pateando las calles y hablando con la gente para que las voces no
sean meras invenciones sino cuerpo.
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