Los despidos serán televisados 2 (segunda ola)
por Gonzalo Sarrais Alier
Los despidos siguen siendo televisados, anunciados en el prime time, festejados desde los palcos del Congreso a carcajadas. En su reverso, está la soledad política de muchas vidas laburantes; una soledad previa y posterior a los anuncios. Previa porque no se llegaron a crear del todo enunciaciones sobre muchos de los recorridos y vidas laborales, ni sobre las distintas formas de financiamientos (económicos y anímicos), y por esto mismo, tampoco se encuentran retaguardias posibles en donde caer.
Un shock: tres meses, despidos por todos lados, pulverización del salario, inflación descontrolada, recesión y miles de ventanas cerradas. En este escenario no parece ya existir la posibilidad de conseguir otro laburo o de estirar los ingresos más allá del 10 de cada mes. Y el reflejo inmediato es un silencio espeso, donde vemos caer muchas experiencias laborales que sosteníamos casi a pulmón.
Esta segunda
ola de despidos que comenzó en abril (estatales, paralización de grandes
metalúrgicas, Pymes), cuenta con el antecedente sensible previo de la primera
ola de despidos apenas asumido Milei en diciembre (de algunos programas
sociales, obras públicas) y con el registro de cómo se fueron viviendo estos
primeros meses de recesión. Los momentos de soledades que se experimentaron, no
pueden leerse como la ausencia de reclamos por reincorporación o estrategias de
luchas. No se trata de un problema de representación. Todo lo contrario, en
este contexto el músculo (sindical, de organizaciones, de la solidaridad que
siempre aparece por lo bajo) se está estirando demasiado, cada vez más allá de
lo exigible.
El problema
previo que se impone en esa soledad es un problema de percepción, de no haber
podido crear enunciados, agendas que incluyan a muchos de los recorridos
laburantes que fueron tomando generaciones enteras, y que ahora ante un shock
de despidos, se vuelve casi imposible contenerlas.
Si tomamos solo el ejemplo de los despidos en programas estatales, la vinculación entre esta soledad política con la ausencia de enunciaciones previas es más clara. La figura del “ñoqui” que se fue imponiendo, al referirse a laburantes que dedicaron su vida a trabajar territorialmente por décadas, con pocos recursos, malas contrataciones y bajísimos salarios, expresa claramente una derrota perceptiva previa. Si hay una figura contraria a la del ñoqui es la del laburante que requirió sostener más de un empleo, desplazarse por la ciudad, extender jornadas laborales para llegar a conquistar un sueldo básico. Fueron generaciones enteras que ingresaron en el estado y que en esta ola de despidos se enfrentan no solo a la desocupación, sino al intento de una fuerza política que quiere borrar la existencia misma de la importancia de sus trabajos.
En los despidos de estatales, en las trayectorias de gremialización de los conflictos en todos estos largos años, se puede visualizar cuándo ciertos recorridos laborales pudieron ser enunciados y encauzados desde los sindicatos y los gobiernos. Pero también cuándo no se los terminó de incorporar (contratados de programas, tercerizados, planes sociales), en una gran cantidad. Son esas mismas separaciones las que terminan reduciendo fuerzas ante una avanzada de despidos como la que se está viviendo. El problema no es solo la falta de enunciación de vulneraciones laborales o demandas de algunos sectores. Sino que en muchos de estos recorridos se podía leer cómo se fue caldeando, en dispositivos fundidos, una transformación del vínculo entre las mayorías y la presencia del estado en los territorios. Ahí ya se podía percibir que la figura del ñoqui no está hecha solo de una bajada mediática o política, sino que tomaba cuerpo en roces previos o en dispositivos que no conectaban con el pulso social y que se habitaban desolados.
Por eso el problema perceptivo, de enunciación de las vidas laburantes, no es un problema de que se reduce si se nombran o no las condiciones laborales. Para conquistar percepciones hay que generar consistencias, agendas amplias, registrar recorridos y continuos vitales de las mayorías. Armar consistencias no es solo estar presente, sino conectar experiencias, generaciones, puntos diferentes de la ciudad, registrar movilizaciones.
Soledad política y generaciones laburantes
Pero si en la
superficie, con una borrosa visibilidad, se escuchan los anuncios de los
despidos de muchos estatales, por lo bajo todavía se arman más mesetas de
recorridos laburantes (a quienes también los está destruyendo el shock de
ajuste, inflación y recesión), que son generaciones enteras sin ser enunciadas,
que quedaron ahí mirándose en multitud, en un centro comercial de barrio, en un
tren, en el kiosco o en un Rapipago.
Leer estas
mesetas es leer las soledades políticas de manera más amplia y pensar sobre qué
escenario sensible caen los despidos, cuáles son las posibles retaguardias o cuáles
los desencuentros (o no) entre los nuevos
caídos (recesión de la obra pública, metalúrgicas, estatales, etc., que
veían con un umbral de formalidad) y los
que ya venían cayendo hace rato, esas mayorías laburantes que vivían de
changas, ingresos y rebusques día a día.
Hay antecedentes previos que nos dan elementos para pensar lo que puede ocurrir con esas convivencias. Una fue la pandemia, esos largos meses en los que muchos y muchas vieron cómo sus vecinos estatales seguían cobrando y ellos no. Pero también es un precedente la estratificación de los salarios que se dieron en los últimos años de inflación entre quienes tenían paritarias y quienes no, que generó que convivan en una misma manzana de un barrio popular alguien que cobra diez veces más que el que vive al lado. Esas heridas tuvieron sus resonancias no solo en lo electoral, sino en el estado anímico actual donde caen muchas de estas políticas hoy.
(Secuencia previa)
EMPLEADO/A Productora: Casting Publicidad SONY-COCA-CINDOR Cine / TV: TRES PADRES SOLT-ZAFANDO-LA OTRA VERDAD, Busca nuevas CARAS para trabajar YA 1 a 100 años $300 a 500 x mes
Año 2002: el desierto de empleos que
figuraban por esos años en los clasificados en los diarios contaban de todos
modos con una fija semanal: “Buscamos para trabajar en una publicidad… de 1 a
100 años”. Como no había otra opción nos mandábamos igual. Y en el caso de
quienes por edad recién estábamos caídos al mercado laboral, era casi la única
opción. Bondi, tren y bondi hasta el barrio de Once o microcentro, entrábamos a
una nueva oficina que se abría momentánea, y adentro esperando en fila los
mismos de siempre: laburantes desocupados, jubilados, madres con pibitos. Te
vendían un book de fotos a 20 pesos. Todos sabíamos que era una escena absurda
(ni siquiera entraba en la escala de estafa), pero de todos modos algunos se
sacaban las fotos igual, casi como jugando la última ficha.
Veintidós años después, esa escena parece continuar de otro modo (como si fuera el mismo amontonamiento de cuerpos, pero con vestimentas adecuadas al ajuste made in 2024). En esta oportunidad se trata de hacer una fila para escanearte los ojos en la puerta de un boliche de Montegrande o Quilmes o Retiro. Algunos se quedan con las criptomonedas, otros las venden en la esquina.
Ensayemos líneas arbitrarias. Puede haber decenas de cartografías alternativas. Series generacionales de opciones de laburos que fueron sosteniéndose sin enunciaciones ni agendas.
Algunos son recorridos laburantes recientes; aquellas vidas jóvenes que en pleno ajuste del 2016 ingresaron a sus primeros roces laborales y se tuvieron que bancar estar contratados y verdugueados por dueños de algunas Pymes –que se sintieron empoderados en los primeros años del macrismo– y que hasta hoy se mantienen en esos laburos, todo a cambio de no poder ni sostener ni un tercio del consumo que vieron disfrutar a sus hermanos mayores.
Están las ofertas laborales de la pospandemia para jóvenes que se distribuyeron entre “patear la calle con productos de limpieza, alfajores en el tren, rosquitas en San Martín, laburar de carrero, albañil, hacer changas de las que sean, ser feriante con lo que sea, delivery ocasional, prelaburantes estatales, hacer billete para sostener intensidades que empezaban por afuera y terminaban adentro de esas horas de trabajo. Así pasan, semana a semana, laburos que se terminan quemando, porque requieren demasiado combustible para habitarlos sin premios para el que no abandona. Laburos de mierda donde hay que curtir la calle. Reventarte la espalda en una semana de obra. Reventarte la cabeza en una gira semanal de Calzada a Constitución, ida y vuelta. Amargarte el día vendiendo dos boludeces y endeudarte en la feria de Solano. Y podríamos seguir enumerando intentos de ser laburantes sin laburos disponibles”[1].
Están las pibas que salieron a laburar desde muy chicas cuando el ajuste pegó duro en los barrios, manicuras, peluqueras, emprendedoras, mozas, enfermeras prematuras; y siguieron sosteniendo el doble rol, el cuidado de sus hermanitos y las tareas de la casa. La calle era “la parada de bondi o la puerta del jardín”. Después, moverse entre diferentes laburos y “rezar con que no salga el último tren para no volver al barrio de noche”.
Están quienes hicieron las filas para la publicidad fantasma en 2002 y fueron rechazadas y rechazados de los call centers (o tuvieron una etapa falopa de unos meses) y hace años laburan de comercio en comercio en negro, y vieron subir las ventas y caer, y pasaron por varias liquidaciones; y en ningún momento, ni siquiera estaban sus nombres en esos carteles.
Están las pibas del salón de fiestas, los barberos, las doñas que venden su pis de la mañana, los que batallan arriba del tren, las que se bancan las puteadas vendiendo la Sube o el Rapi; la familia que vende tragos en las noches barriales de Quilmes, el pibe que rasca el fondo del barrio para subir videos en YouTube; por nombrar algunos de los recorridos que registra detalladamente Leandro Barttolotta en su libro Saldo Negativo, crónicas del conurbano (2013-2023) (Editorial Sudestada). Libro indispensable para para sumergirse en el terreno de juego de las mayorías laburantes.
Y todo el tiempo se inauguran nuevos rebusques. Laburos eventuales, fleteros casuales de una temporada de ventas de Mercado Libre, camioneros de temporada de Coca Cola de navidad, albañil de ocasión de aguinaldo, carpintero sin herramientas pero con oficio, mecánicos a pura prepotencia, revendedor de depósitos que nunca se termina de requisar del todo. Policía de día, UBER de noche, ¿delincuente en alguna tarde libre? (tanto giran las fichas que ya es difícil descifrar quién corresponde a qué). Prestamistas familiares y barriales. Vendedor feriante de fin de semana. Venta de pilcha y electrodomésticos por Marketplace.
Los rebusques en la recesión de los 90, todavía tomaban algo de la identidad del laburante que se trataba de sostener y reconquistar. ¿Cómo traducir un rebusque hoy en día, en generaciones que nunca terminaron de armarse sensiblemente y materialmente en una identidad laboral? ¿De qué manera se rearmarán los desocupados de la recesión, los cuentapropistas, laburantes mini-temporales? Y el desocupado que se queda sin uno de los dos trabajos que tenía para alcanzar un salario digno… ¿entra dentro de la categoría de desocupado o es un casi-ocupado o un casi-desocupado?
Es urgente
pensar las desocupaciones sin desanclarlas de la soledad, de las gestiones que
se multiplican y de los agenciamientos oscuros: sumergirse en noches de juego
virtual, buscar escabio barato, bajones profundos, rencores afilados para
habitar los duelos. Vidas que están despedidas pero no desocupadas de las miles
de gestiones que se multiplican con el ajuste y la recesión. Por esto la
soledad política siempre se puede reforzar aún más, y se vuelve indispensable
ponerla en diálogo con todo lo que se cocina en las eternas horas sin diálogo,
en esos meses que se habita entre intentar resistir, aguantar la embestida y la
experiencia concreta de la recesión e ir quedándose sin billetes.
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