Por Ignacio Gago y Leandro Barttolotta
Artículo publicado en la revista Crisis, octubre de 2023.
Luego
de un debate presidencial que dejó más dudas que certezas, la pregunta por lo
ocurrido en las últimas PASO todavía flota en el aire y hay quienes intentan
descifrar algo que se agita más allá de las pantallas y el análisis de la rosca
política de palacio. En este texto, los autores del recién salido “Implosión.
Apuntes sobre la cuestión social en la precariedad” (Tinta Limón) proponen
coordenadas para leer lo que se agita desde abajo.
Un día a votar y luego a seguir en la tuya. En la tuya: en
rebuscártela para llegar al final del día. O para sobrevivir a partir de la
segunda semana cuando ya no hay más plata. O para cuidar la moneda que ganaste
en el día si trabajás en la calle y estás con el moño puesto. Un día a votar y
a seguir en la tuya: en todo ese gasto de energías anímicas, físicas; en esas
grandes luchitas que implican mantenerse sobre la línea de flotación (¿cómo no
va a ser luchar hacer malabares para llegar a ese nuevo fin de mes que es la
quincena o la decena de días? ¿Qué “quietud” o “desmovilización” puede haber en
medio de la guerra de la inflación?). Un día a votar y en ese mismo día (o con
pocos días de anticipación) se decide qué se mete en la urna. Todos los votos
valen uno y los sufragios no son instancias de reflexión ideológica ni
situaciones para sentirse bien con uno mismo y cuidar el capital moral: son
para ganarlas o perderlas y andá a cantarle a Gardel. Un día a votar convocado
por un calendario electoral que cae en medio de una crisis económica profunda y
a la que llega una sociedad cansada. Cansada antes que “derechizada” o “enojada”
o “resignada” o “esperanzada” o que piensa que la clase política se está
portando mal y tiene que ser castigada (tags de moda para traducir rápido lo
social en códigos reconocibles, incluso la etiqueta de la Anti-Política, que no
deja de ser código Político).
Las elecciones, lo muestra la historia de nuestro país,
pueden devenir acontecimientos que sacuden al Palacio y entonces siempre tienen
algo de imprevisible y de opaco (el cuarto es oscuro y el voto es secreto; eso
sigue funcionando). En medio de lo social implosionado estalló, con los
resultados electorales, una burbuja discursiva. Se pueden armar oleadas de
intensidad que luego son difíciles de desviar o parar. Se pintó el país de
violeta. Se pintó, una parte importante del país popular de violeta. Las PASO
duraron, como mucho, cuarenta y ocho horas; una previa con charla rápida el día
anterior (quienes decidieron ir a votar y quienes lo decidieron adentro del
aula. Algunos charlaron con su familia, con sus hijas e hijas, con sus padres y
con sus madres, con sus novias, novios, amigos, amigas, al pasar con algún
vecino y vecina, chusmearon qué onda en algún escroleo la oferta electoral y a
otra cosa). Unas pos-elecciones chusmeando el domingo a la noche y metiéndose
en la conversación al otro día: en el viaje al laburo o en algún grupo de
WhatsApp. Hasta ahí llegó la jornada electoral para las mayorías populares (con
más o menos preocupación: pero la política es un vector más y lejano de los
cientos que hay que gestionar a nivel cotidiano).
Pero quedó el acontecimiento abierto y preocupante. Se
hicieron miles de diagnósticos electorales. Diagnósticos mostrando placas,
porcentajes, llamando a expertos, a analistas políticos, a periodistas, a
candidatos y ex candidatos. Diagnósticos que, a la vez, capturaron la pantalla
de ese domingo y la estiraron hasta el hartazgo.
En los diagnósticos no se registran movimientos vitales, no
hay grises ni ambigüedades, no hay mapeo de fuerzas anímicas (no se investigan
los estados de ánimo: solo los climas electorales y mediáticos); solo
codificación y tabulación de emociones. Diagnósticos sobre “sujetos electores”
y no investigación sobre las formas de vida populares, mapeo de fuerzas
concretas y de la subterránea mutación de la sociedad argentina en los últimos
años. (Un ejemplo son los pibes: no se los pensó como pibes, no se los pensó
como pibes laburantes y ahora se los quiere atrapar y psicologizar como
pibes-votantes). Mejor que diagnosticar es investigar, pensar de qué está
armada la cotidianidad más acá y más allá del momento del voto, escuchar los
murmullos y los susurros y los silencios de lo social implosionado.
ajuste y precariedad
Hay una lectura electoral, entre tantas que se escucharon
en estas semanas, que quedó en el olvido. Una posible continuidad entre las
elecciones del 2019, las del 2021 y las primarias de este año: un rechazo
difuso, desorganizado, ambiguo (complejo de interpretar desde el análisis
político) al ajuste en ciernes. Pensamos tres maneras de abordar la sociedad
ajustada. Hay un modo visible en que el ajuste se efectuó en la historia
argentina: con la máquina letal del Estado desplegada en todo su esplendor. Un
segundo modo, en sincronía con la dramática novedad histórica de laburantes
empobrecidos, parece pensar en un ajuste que cierra con austeridad (más que con
represión), lo que implicaría una modificación rotunda del alma plebeya: una
especie de pobreza con ascetismo. Una aceptación de vivir con lo puesto (más
que con lo nuestro). Un ajuste que empieza desde adentro (a diferencia del que
“entra” con represión) y que requiere una modificación profunda de la economía
vital y libidinal: despegar los deseos sociales del consumo y de la lógica de
mercado (lo cierto es que en nuestro país la más radical crítica y
desnaturalización del consumo popular siempre la realizó la pedagogía feroz de
la inflación). Un ajuste que también descarta las pulsiones de movilidad social
ascendente, de escasa posibilidad en términos objetivos en medio de una
economía destrozada, pero que sobreviven como estampitas y como injertos
íntimos de esos que te impulsan cada mañana a levantarte y salir a buscar el
mango. Sueños de mandarte a mudar de la casa de tus suegros o de construir al
fondo, sueños de mandar a tus hijos al colegio privado que está lejos del
barrio que se picanteó, sueños de comprarte la moto, sueños de festejar a todo
ritmo cumpleaños y fines de años, sueños color rojo –de carne y ladrillos–.
Este ajuste + austeridad, cuando no hay comunidad y sí rejunte en la
precariedad, es imposible de sostener como política de vida masiva.
Hay una tercera manera de pensar la sociedad ajustada y es
desde lo social implosionado: el ajuste y la crisis económica detonando en un
adentro (barrio adentro, institución adentro, familia adentro, cuerpo adentro)
cada vez más espeso e insondable, con una precariedad que se volvió totalitaria
y que fue dejando vidas heridas y mayorías populares huérfanas (en términos de
imaginarios y también de problemáticas y demandas concretas).
cansancio, inflación e hipermovilización
Hay una sociedad cansada. Lo social implosionado: denso,
picante, asfixiante. Lo social implosionado se devora lo público y lo privado,
borra fronteras, se deglute cualquier vector Político que esté lejos de su
materialidad; que no pinche en esa consistencia. Lo social implosionado, que
muestra en sus pliegues aumentos de suicidios, crisis de salud mental, violencia
difusa, bajones brutales, etc.) y hace que se pierda una excesiva energía
cotidiana (y mucha atención) en todos los actos que implican sostener y cuidar
tu vida y la de los tuyos. La inflación y la devaluación te empequeñece (las
vidas pesificadas valemos menos) y te empuja a una precariedad sin red, la
inflación creciente, esa guerra contra las vidas populares en argentina cuya
memoria doliente es inversamente proporcional a la producción bibliografía
sobre la cuestión, intensifica esa densificación de lo social y hace aún más
fuerte el cansancio. Desde la fatiga por imaginar cómo vas a hacer los muchos
días que le sobran al mes para comer, hasta el recorrido por comercios para
buscar ofertas, hasta la descarga o no de una aplicación en la que obtengas
descuentos, hasta la modificación de la dieta cotidiana, hasta enojarte con el
comerciante o la feriante –que no oculta el rictus alegre–. Miles de gestiones
cotidianas para cuidar una moneda que cada día vale menos. Rezando para que en
la casa, que ya es un cementerio de electrodomésticos, no se agregue ningún
fallido dispositivo más. Para que la ropa siga tirando. Para lidiar con el
aumento de los vicios y los servicios.
También, y con gran dramaticidad, la inseguridad (así se
traduce también la intranquilidad permanente) produce un cansancio oscuro no
pensado: el cansancio de cuidarse a uno mismo y a los suyos (te descuidás y
perdés), el cansancio de mirar veinte veces para todos lados caminando en la
calle, el cansancio de tener el moño en la cabeza en la parada del bondi, el
cansancio de avisar y mandar mensajes y preocuparse por lo que puede pasar
(incluso si no pasó: el cansancio quedó).
El cansancio de la inseguridad, el cansancio de la
inflación descontrolada, el cansancio del viaje infinito al laburo, el
cansancio de enroscarte y pensar y pensar (la planilla de Excel que cada quien
tiene en la cabeza). Una sociedad cansada, un cansancio que no es moral sino
material (efecto de las condiciones concretas en las que se vive) es un enigma.
Casi tanto como ese país pintado de violeta. No sabemos lo que de una sociedad
cansada puede salir (no hay lugar para profecías o diagnósticos apurados), pero
sí lo que en ese estado de hiper movilización no puede entrar: un quilombo
público más para gestionar.
cuando no te vote más no diré nada, pero habrá
señales
La única verdad es la Realidad. Que se la haya vaporizado
en el Régimen de obviedad (esa máquina de comentar e interpretar sucesos
cotidianos acrecentada en estos años), que no se la haya investigado en
profundidad, tiene como resultado una derrota y una crisis que es primero
perceptiva antes que representativa. Si no reponés la Realidad caés en
enunciados y discusiones delirantes o, un riesgo que también aparece en la
superficie en estas semanas, instituir un realismo único y de acero sobre las
vidas populares (determinismos o reflexiones de vaso dado vuelta:
incuestionables y fatales). Se piensa a lo popular, se lo representa, en
bloque: se pierden las disputas de realismos, de hábitos, las disputas entre
los modos de vivir, sentir, vincularse con el laburo, la guita, la calle, los y
las vecinas, las fuerzas de seguridad, etc. Hay que recordar que la única
verdad es la Realidad pero para agujerearla y disputar realidades y verdades;
las vitalidades populares en tensión. Sociología urgente en contexto de
belicosidad y fragmentación.
El bolsillo es un órgano. Si se lo manipula el efecto
repercute, se siente, en todo el cuerpo. Se alegra una vida si se lo empodera
(bajar los precios y no solo poner platita; atenuar los efectos de esa feroz
guerra a las vidas populares que es la inflación). Se arruina una vida –o una
forma de vida– y se la pone a temblar cuando se lo aprieta. Si gana el
candidato de La Libertad Avanza (soltamos un segundo el teclado y hacemos
cuernitos: cada día parece que hay que apelar más al azar o a alguna carta
escondida del fullero) no sabemos si va a habilitar la venta de órganos
fresquitos en mercado libre, una feria barrial o Marketplace, pero sí estamos
seguros que va a quitarle el respirador artificial a ese cuerpo popular en coma
de moneda.
Se devalúa la moneda y aumenta la densidad de lo social
implosionado. Sabemos que la inflación descontrolada prepara sensiblemente a
una sociedad para cualquier cosa. Sabemos menos, parecen insondables, los
efectos de lo que puede suceder con una sociedad en crisis inflacionaria, pero
además exhausta y precarizada.
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