Publicado
en el diario Tiempo Argentino, 23/01/2024
Foto: Cris Sille (TÉLAM)
El rayo de sol pega justo en uno de los ojitos brillantes
del Búho que está en la etiqueta. Unos segundos de irrealidad en los que
desconozco la botella: ¿vos que haces acá? Pero el fuerte olor dulzón me
arranca del extrañamiento por el objeto nuevo que estoy sosteniendo y regreso
concentrado a la tarea de tirar el chorro de Fernet Buhero en un vaso grande de
aluminio donde ya flota un cascote gigante de hielo. Si bien el ajuste llegó
hace años, el veranito shockeado (promovido por quienes no parecen
tener drama en poner a la sociedad a tomar las curvas sin bajar un cambio)
aceleró a fondo la sustitución de alcoholes que se estrenó de manera masiva en
las fiestas de fin de año. Que haya recital, cancha, fiestas y te retiren de la
mano el Fernet Branca es un sinceramiento del mercado etílico que te hace
tambalear, pero que te obliga rápido a agarrarte de otra bebida y continuar. Un
“Yo te conozco” no lo tenía en sus góndolas (“Por ahora hay este nomás”) y en
un Chino lo querían vender a precio-órgano. En verdad, el que me saca del
cuelgue es Cristian que se pone a evocar cuando, hace más de 20 años atrás,
tomábamos y veíamos flotando en las calles los Vittone, Imperio o incluso el
Fernandito.
Hoy es sábado a la tarde y es el cuarto y último de los
recitales de La Renga en el Estado de Racing Club. La charla la tenemos
mientras hacemos una previa de la previa en el playón del estacionamiento del
Shopping Alto Avellaneda que, al igual que todos los alrededores de la cancha e
incluso lugares más alejados, se dejó habitar sin inconvenientes por la familia
renguera. Se desplegó un entorno blando para que se acomoden los grupitos que
se arman; para que se escuchen los discos por los parlantes de las camionetas o
los comercios; para que caigan sin molestias latitas y envases y para plegar
sitios imprevistos y transformarlos en paradores. Un entorno blando, pero
cuidado. Primero y principal, en el plano sensible. Porque no hay ganas de
bardear y porque sabemos que tenemos que proteger el último acontecimiento
nómade y multitudinario que nos queda y porque la invitación es rotunda:
juntarnos a escabiar, transpirar y respirar todos juntos en el primer banquete
que se realiza luego de la asunción de un presidente que viene con ganas de
retorcernos más que a remera mojada.
Mientras el evento desbloquea los recuerdos sensibles y
sociales de las crisis anteriores y el calor descongela algo de esos pasados
que se habían criogenizado como anécdotas de otra era, nos convencemos que,
incluso sin saberlo, las memorias subjetivas son siempre la primera política
vital anticíclica. Para no perderme en estas digresiones y adelantar un poco la
tarde, desde allá enfrente, asomándose apenas de una Suran, un sub-50 mueve un
tubo de vino como un malabarista y pega un grito pidiendo un sacacorchos. “No
tenemos, che: mandale unos golpecitos que sale”. “Se, quédate tranquilo que lo
vamos a tomar igual”, responde largando una risotada.
La nave del olvido
En enero del año pasado, La Renga tocó en Mercedes,
Provincia de Buenos Aires. Un verano del 2023 en el que todavía teníamos la
resaca del mundial. Al menos, cada tanto, un rayito de sol entraba por la
ventana, rebotaba en la Copa y ese resplandor te levantaba el ánimo popular.
Ahora es jueves, es el tercero de los cuatro shows, y
vinimos en bandita. Además de recordar lo que hicimos el recital del verano
pasado -y entre las obligadas rondas de quejas sobre los precios y los días-
repasamos anécdotas de viejos recitales. Alguien recuerda que la última vez que
La Renga tocó en el conurbano bonaerense fue también en zona sur: en el Club
Argentino de Quilmes. Fue en el año 1997, luego de presentar el disco Despedazo
por mil partes. Apenas antes de participar en el Festival que organizaron
las Madres de Plaza de Mayo por los 20 años de la asociación y un año antes del
recital, también en Racing, de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Entre
esos años y esta tarde pasaron muchos recitales en el interior de la Provincia
de Buenos Aires y en la ciudad de La Plata: el 2003 en el estadio de Gimnasia
(el día de la represión feroz de la Policía Bonaerense), el 2011 con el trágico
recital en el Autódromo donde falleció Miguel Ramírez y luego el salto a los
shows en el año 2022. Después del veto del gobierno de Vidal para tocar en el
2016 en el Estado Único (a la que se agregó la censura del 2018 en Mar del
Plata que hizo que el banquete se mude a San Luis). Si esto no fuese una
crónica demasiado participante y no estuviese en modo verano y con el
ventilador removiendo aire caliente, podría hacer el esfuerzo de chequear todos
estos datos anteriores. Lo que seguro no tiene margen de error y no falla es el
reflejo del músculo político de una banda que parece saber que estas eran las
coordenadas exactas para tocar en medio de un eterno verano de malaria obscena
(que miran y les pega a los reviaje, a los previaje, a los sinviaje y a los
nipalviaje).
Hoy parece ser el día perfecto
Una panza perfecta. Las que tienen esa curvatura que
parecen una letra C. Mirada de lejos podría ingresar exacta en esos
transportadores semi circulares que usábamos en la escuela. Atrás se asoma una
heladerita térmica salvadora sostenida por un brazo que la zarandea sin
esfuerzo. Un outfit mayoritario de remeras negras, que resaltan como moscas en
las paredes blancas del Coppel, bermudas de jean o shores de fútbol y cuerpos
en cuero que paseamos sin ocultar las cicatrices de clase, las papadas, o los
tatuajes de las tribunas y el rocanrol del país que a la distancia parecen
figuras deformadas de alguna ley de etiquetados frontales. Acá no entra el
estilo aesthetic y los filtros. Se repele, a nivel fisiológico y por igual, la
ostentación trapera y la austeridad sacerdotal. Pero más se rechaza la
exigencia de sacrificio hasta que duela. Ese nuevo cover del rito de los
órganos-bolsillos sangrando.
Pasan pegadas una madre con la hija, ambas con la misma
remera con la imagen del águila gigante, o por ahí son una tía con la sobrina,
o una hermana mayor con una hermana menor. En un mapa de calor, una mancha
etaria amplia mete a los que están entre los veintilargos, treinta y pocos y
los cuarenta y muchos. Después están los más cincuenta que siguen viniendo y
los y las de la sub-21 que se exiliaron o negociaron con las playlist de la
época, pero igual están acá. Como ese flaquito que tiene escrachado el logo de
las Viejas Locas en el antebrazo, me dice que tiene 20 años, es de González
Catán y “escucha rock nacional por los amigos del padre”. Todavía se acercan
los que recién empiezan a caminar la vida adulta y ya renguean.
Rituales de pasaje que sí funcionaron (muchos de quienes pudieron transmitir
qué música escuchar, pero, quizás, no a quién votar).
Se hizo de noche. Puede ser la del jueves o la del sábado y
estamos en la segunda y última previa, la del pasillo extenso, sinuoso y
embriagado a los ingresos al estadio. Hay vendedores y vendedoras de todas las
edades y procedencias sobre estoqueados de cerveza. Nos custodian a los
costados o nos siguen como los vendedores de panchos a Homero. Entre la micro
especulación, el regateo y la confusión propia de la inflación descontrolada
los precios de las latas no se quedan quietos. A entrada revuelta también
ganancia de escabiadores. Alguien festeja que compró unas Heineken a 1000 pe:
“El mismo precio que allá atrás tenían las Brahma, boludo”. Si el pensamiento
mágico de la convertibilidad argentina recuerda escabios y drogas baratas, lo
cierto es que en esta crisis las birras están carísimas y muchas marcas nos
saludan despidiéndose de nuestros labios. En la ciudad amigablemente sitiada
también hubo lugar para la economía desregulada. Se dice que algunos trapitos
pedían 5000 pesos y otros 10000. Se dice que algunos vecinos y vecinas
guardaban los autos en improvisados garajes por 15000. Se ven, se huelen, unos
choris radioactivos y atractivos a 3000 pesos y unos Patys completos a 4000.
Alejado de la red
Creo que era el año 2000 o 2001, Baby Etchecopar conducía
un programa de televisión llamado El ángel de la medianoche y la cortina
musical era el tema “En el baldío”. La Renga, en aquellos años, prohibió su
uso. Esa canción integra La esquina del Infinito, el mismo disco que
tiene “Panic Show”. ¿Quién se iba a imaginar el arco narrativo que el Rey León
-protagonista de esa vieja canción- tendría en la serie postapocalíptica
argentina de los últimos años? Son los primeros recitales de La Renga con el
presidente que usó las estrofas de la canción en los actos de campaña e incluso
la recitó después de dar su primer discurso y desde la Casa Rosada. Esta vez, no
solo no se pudo evitar el uso proselitista de la canción (con el comunicado que lo enviaba al ostracismo rengo), sino que se
transformó en banda de sonido de los libertarios. Además de los palazos en
otras canciones (“Vende patria clon” a tono con la consigna La patria no se
vende y de paso con el imaginario de clonación) y dos canciones para
“estos tiempos oscuros” (que recordaron aquel mítico show de noviembre del 2002
en la cancha de River) “A tu lado” y “HielaSangre”, que sirve como “conjuro
protector” con el “Un paso atrás, ¡No me toques!” (durante estos años ese fue
también el enunciado que dio nombre a un Colectivo
feminista roquero). En la tercera fecha sonó, finalmente, “Panic Show” y
Chizzo le traficó un mensaje leyendo la reescritura libertaria. Si el
parafraseo incluía el “Toda la casta es de mi apetito”, la frase que se agregó
incluyó tuteo y hasta un lugar crítico para que se manden las y los
defraudados: “Atención, Javier: el león se quiere comer a la casta y resulta
que están todos al lado tuyo”. Hablando de castas, me cuelgo pensando en una
noticia que en algún momento leí sobre la India: parece que hay gente que vive
del aire. En una de esas venía por ahí el significado.
La luna existe aún si no la miras. El árbol cayó en el
bosque aún si nadie lo escuchó. Y La Renga siempre, durante estos 35 años, se
mantuvo en la ruta aun cuando no la viste en las pantallas (o la viste en los
momentos en que apareció el zócalo televisivo o la editorial criminalizante).
Estos recitales son parte del cumpleaños de una banda que se formó en la noche
vieja de 1988, también en medio de una inflación intensificada (se podría
superponer en algún gráfico el porcentaje de inflación y el nivel de ingresos
de la población argentina en cada uno de los años de los recitales más
emblemáticos de la banda). A dónde me lleva la vida y a dónde va la Argentina. Dos
preguntas que en verdad son una para las mayorías populares cuyos cuerpos
funcionan con la arritmia de la economía nacional.
Una banda que desde arriba del escenario vio pasar tantos
gobiernos, también lo hará con quién resignificó su canción. Mientras tanto nos
cantamos con fuerza esa canción que tanto habla de lo que pasa abajo del
escenario: “Tripa y corazón”. Canción de la buena esperanza y del optimismo de
la voluntad. La que siempre escuchamos conmovidos -y para cargar el tanque
anímico- en recitales y en auriculares: música de agite público y de trincheras
privadas. En la ruta a los banquetes y en el viaje a los laburos: “Es tu
canción la que quiero oír en mi voz, cuando me digas que todo va a estar
mejor”.
Truenotierra
Faltan segundos para que se apaguen las luces. Si hoy es
jueves, en un rato vamos a estar agitando el arranque con “Buena Pipa” y si hoy
es sábado lo haremos con “Tripa y corazón”. Dicen que algunos problemas no se
resuelven: se disuelven. La frase calza perfecta para la forma-adulta que vamos
a deshacer por unas horas: en el pogo, en esa gran exfoliación natural en la
que friccionando los cuerpos dejamos caer la piel muerta (exorcizando los
dramas que se pegan como la humedad). Se ven figuras geométricas: un
rostro alegre que forma un círculo, un cuadrado conformado por varios cuellos
con tendones iluminados, un triángulo que arman brazos en alto que por momentos
se tocan. Vuelan remeras, hay pantallas de celulares que filman el recital y
hay celulares que ya se están despidiendo de su dueño para ir a parar al
bolsillo de alguna piraña. Parece un pogo más pesado, más lento, pero más
intenso. Que se levanta un poco menos del suelo. Se ven también ondeando los
trapos de las localidades (con sus delegados): Caraza y el histórico paraguas,
Merlo, Ezpeleta, Solano, Catán, San Miguel y sigue la lista infinita con todas
las localidades, ciudades, provincias de la patria renguera que vinieron hasta
Avellaneda. Flamea una bandera de El Diego, la de Macri Gato que quedó
fijada en el campo desde el 2017 o 2018. Años en que el MMLPQTP fue enunciado
que se escuchó por primera vez en tribunas de fútbol y luego en recitales y en
otros eventos. Un grito que expreso una sensibilidad popular que rechazaba el
ajuste y que, si bien no tenía aún representación política, se viralizó
rápidamente (junto con el icónico dibujito). Pero estamos en otra galaxia.
Todavía no hay una bandera o un enunciado sustituto de aquel que gastamos de
tanto cantarlo. Enunciado que salió espontáneo y desde bien abajo. Se escuchan,
en la previa y luego de algunos temas, las canciones de protesta: “El que no
salta votó a Milei” (que al oído se confunde con el que no salta es un inglés o
votó a un inglés) y con más fuerza: “La patria no se vende”. Pero se oyen más
canciones de repudio que bocas y cuerpos cantándolas. O se oyen fragmentos que
no se sostienen mucho, que les falta insuflarle más aliento. Quizás porque hay
algo aún de inercia y el set list quedó bastante tildado en modo-balotaje (y la
elección pasó hace mil años); quizás porque La Renga siempre fue The Working Class Band argentina y entonces (como
buena muestra representativa) hay todavía muchos y muchas que mantienen esas
esperanzas que desmiente la Realidad y miran para otro lado o agachan la
cabeza; quizás también muchos no saltan y se prenden porque falta esa canción
que sea fuerza motriz y toque una fibra sensible. Porque aún falta inventar (o falta
traducir a consigna que se agite y se viralice) ese enunciado nuevo que muerda
profundo en las sensibilidades populares descontentas y huérfanas; quizás
tendría que dejarme de joder un poco con este párrafo porque esto es nuestro
banquete y son días de disfrute que hay que exprimir al máximo (y es necesario
olvidarse de todo y no cortar tanto el mambo. Ni siquiera con la coyuntura).
Son las dos de la mañana del sábado y estamos saliendo
tranquilos del estacionamiento del Shopping. Repasamos la lista de temas y nos
asombramos, una vez más y como siempre, de la energía vital desbordante del
Tete. Pienso que faltó “Bailando en una pata” y me cuelgo pensando en esa
frase: Podrán sacarme todo, todo, menos: … En esa línea punteada cada quien
completa, en un imaginario y cruel juego de la vida ajustada, que cosas son las
últimas que se va a dejar arrancar. La canción ya viene con su vieja respuesta:
el rocanrol.
Mientras nos alejamos de las inmediaciones del estadio y el
cierre relámpago gigante que mostró esa sociabilidad encantadora y fuera de la
rutina (esas fechas de cansancio alegre ganadas al almanaque) comienza
a cerrarse, se ve allá adelante, apenas asomando entre dos edificios, una M
roja gigante. Puede ser la letra de algún supermercado. O puede ser la eme del
Marzo que espera aterrorizando y entonces también la eme del Moloch hambriento
de más sacrificios. Ese banquete de distinto signo: en donde el alimento que se
devora son las vidas laburantes.
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