Por Leandro Barttolotta
Artículo publicado en Tiempo Argentino, septiembre de 2023.
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Hay una paradoja recurrente en la mente de muchos
intelectuales, periodistas y dirigentes al momento de pensar al conurbano
bonaerense: prepotencia demográfica + espacio vacío. En un juego
retórico que asimila clientelismo a caudillismo (o a alguna de sus variantes)
Carlos Pagni en El nudo. Por qué el conurbano bonaerense modela la política
argentina (Planeta, 2023) cita al Facundode Sarmiento para mencionar la
propensión del desierto a generar jefaturas autoritarias. Ese lugar común al
momento de imaginar al conurbano toca, aunque pervirtiéndola, una frase de gran
potencia descriptiva en la vida cotidiana que resuena cada vez que se quiere
indicar que en una zona X (desde una plaza hasta una parada de bondi
hasta esas cuadras cercanas al descampado…) no hay fuerzas de seguridad o
fuerzas de una sociabilidad más o menos conocida que te resguarde: “Es tierra
de nadie”. Pero si el enunciado de nadie demanda, de manera implícita,
alguna forma de intervención gubernamental para no quedar regalado a los
riesgos del ambiente, cuando se lo utiliza desde el diagrama de Poder tiene
efectos muy concretos en el imaginario político. Estar frente a una tierra de
nadie (o a una “tierra arrasada”) implica, en un mismo movimiento, desertificar
lo que se enuncia vacío. Pero el desierto, lo sabe la historia de nuestro
país y sobre todo ese siglo XIX al que le gusta regresar al autor, es más una
percepción que una geografía. Un desierto más para la nación (esta vez para su
conurbano bonaerense).
Los desiertos perceptivos nunca están vacíos. Se llenan de
lo que proyecta la febril imaginación del visionario. Sobre lo que se
desertifica, se fantasea y se paranoiquea. Hablamos, después de todo, de una
razón de Estado y de la percepción de territorios desconocidos e inéditos en
los que siempre pueden habitar monstruos inconmensurables, aun cuando
ingresan en datos demográficos. Lejos de una tierra arrasada, el conurbano
bonaerense -como muestran las vidrieras de las librerías- es un terreno
sumamente fértil para arrojar cualquier dato que suspenda el principio de
incredulidad y haga que prenda un delirio cualquiera. Convengamos que son zonas
muy prolíficas para la hipérbole. Ese delirio seguro va a crecer medio torcido
y obtener alguna representación con efecto de verdad en el debate público. El
cinturón industrial conurbano de clichés, estereotipos, imágenes exóticas,
fantasmas y fantasías está más pujante que nunca. Sería interesante que también
se pueda regular esa industria y cobrar impuestos para financiar el desarrollo
de polos culturales de producción local. Por este movimiento de desertificación
es que, cada tanto, pero sobre todo en años impares, regresa la frase: “el
problema del conurbano”.
Aprovechemos la fábrica de clichés para armar un guion
rápido de una serie de ciencia ficción. Resulta que una editorial quiere
publicar un ensayo muy extenso sobre el conurbano bonaerense y decide
encargárselo a algún ChatGPT. Antes tienen que entrenarlo: con información, con
un corpus de textos, con palabras claves. Somos testigos privilegiados en ese
procedimiento de carga de data y vemos lo que le van ingresando durante un
período no tan extenso de tiempo. Varios archivos con bibliografía sobre
“clientelismo” de los últimos veinte años, citas del Facundo de Sarmiento y
discusiones sobre el siglo XIX. Se le repite varias veces las palabras:
caudillo, masas, temor, amenaza. Se introduce la infaltable bibliografía
sobre peronismo. Se desgraban cientos de horas de charlas de café con
intendentes, asesores, ex funcionarios (algunos intendentes de Juntos, cuadros
también del Vidalismo nostálgico, y de otras fuerzas políticas, etc.). Se
agregan partes etnográficos superficiales de visitas a villas del conurbano
bonaerense. Es importante que las recorridas por los barrios seleccionados se
hagan con actores reconocidos de la comunidad, pero, sobre todo, que se
completen con esa charla de efecto tira-posta en la que se alterna el
tono del Momento-whisky con la conversación de café rosquera. Puede ser con un
funcionario o “militante” (generalmente) amarillo de turno que refuerce el
realismo que todo el mundo conoce: el problema es “la pobreza”, “la droga”, “la
inseguridad”, “la informalidad”. Se trascriben entrevistas a curas, a punteros
(punteros tradicionales, “punteros profanos”, “narco-punteros”. Se ven punteros
por todos lados en el conurbano, eso tiene que saberlo la IA). No pueden faltar
las categorías-cuco, esas que más que explicar o comprender con un
punto de vista sociológico dinámicas sociales y económicas complejas se dedican
a hacer: ¡buuu! al lector. Se tienen que mencionar (pero evitar entrevistar)
“transas”, “soldaditos”, pibes tomados por consumos problemáticos, etc. Se
tiene que agarrar al azar, para darle una imagen de amplitud a la muestra y
reforzar el efecto de verdad, a una vecina laburante y estudiante, por ejemplo:
“Una chica de 20 años que trabaja como peluquera y al mismo tiempo cursa la
Licenciatura de Trabajo Social en la Universidad Arturo Jauretche”. Se tiene
que lograr que el chat quede entrenado en reconocer que realismo barrial es
igual a sacerdotes hablando de la droga; policías o “funcionarios con calle”
hablando de la violencia y el delito; dirigentes y funcionarios hablando de la
vida cotidiana, etc. Se pueden agregar datos que se presenten como
descubrimientos sociológicos de último momento: “discriminación entre
discriminados” y “enfrentamientos de pobres contra pobres”. Grandes
innovaciones sociológicas como que hay “pobres aspiracionales”,
“empredendedores”, etc. Se debe remarcar, una y otra vez, palabras como
“informalidad”, “pobreza”, “inseguridad”, “narcotráfico”, “delito”,
“demagogia”, “distribucionismo”, “subsidios”, “economía intervenida,
estadocéntrica”), “mafia”, “barrabravas”, etc. No pueden faltar frases como
“las masas del conurbano”, “clientela privilegiada”, etc. Se incorporan
recuerdos personales, muy entretenidos, sobre el detrás de escena de la
Política en los años noventa (la instrucción: lograr ese tono de best seller político
de los noventa que siempre resulta atrapante). Es importante que se escriba
recurriendo siempre al lenguaje dominante al momento de representar el
conurbano. Que se muestre esa pérdida misteriosa de la sustancia. Que estén
presentes esos momentos en los que el conurbano se hace verbo. La palabra
“conurbanizar” entonces no puede faltar. Igual que conurbanizado usado como
adjetivo que remite a una ciudad, pueblo, localidad: “abandonada”,
“inhabitable”, “insegura”, “violenta”. Si una versión ficticia de El nudo
podría haberlo escrito (con la consigna, el corpus de datos, los algoritmos,
etc. y el entrenamiento adecuado) una Inteligencia Artificial, lo cierto es que
el libro real está escrito, en cambio, por una inteligencia de Estado
y desde una razón de Estado. Eso se percibe, sobre todo, en los momentos en que
el Pagni liberal se topa con alguno de los rostros del monstruo que pretende
investigar (del “laberinto”, “del misterio”, de “lo infinito”) y trata de
esquivar la invitación a adentrarse en sus entrañas a través del salto a los
enunciados pegajosos y de sentido común.
Pasan los meses y El nudo sigue imbatible reinando en la
góndola Política de las cadenas de librerías que, a pesar del año electoral y a
acorde con el cansancio general, están casi vaciadas de coyuntura política. Un
boom editorial garantizado porque el mercado del conurbano siempre es
redituable (otro libro reciente, también de periodistas de La Nación, se
titula: Conurbano Salvaje. Relatos extraordinarios sobre un territorio en
el que se juega el destino de la Argentina) y porque lo escribe el
periodista que miramos y escuchamos todos. Envueltos por su voz, absortos por
la revelación de secretos del Poder y expectantes por sus análisis políticos.
Si al libro se lo lee con el modo en que se escucha al autor es también porque
Pagni trata de escribir como habla. Escribir una extensísima editorial y que
ese mismo efecto de verdad se meta en cada capítulo. Un libro de casi
ochocientas páginas (y casi la misma cantidad de horas de entrevistas y
charlas) sobre el que se escucharon o leyeron pocas críticas profundas o
rechazos a sus hipótesis. El nudo parece avanzar y colonizar sobre un vacío de
investigación real: una ausencia dramática de mapas, diagnósticos, enunciados
que puedan neutralizar o al menos bajarle un umbral a ese ruidoso y aplastante
efecto de verdad.
2
Ninguna definición es ingenua e inofensiva. Qué conurbano
ensambla Pagni y para qué propósito va quedando claro mientras lo leemos. Pagni
descubre que el concepto de conurbano como algo homogéneo y unívoco es engañoso
(“Hay muchos conurbanos. Esa diversidad no está capturada por la imagen de la
región”). También anuncia que en la simplificación que se hace del conurbano se
excluye a una amplia clase media y también al conurbano opulento. Entiende que
la característica principal del conurbano bonaerense es el contraste de la
desigualdad, pero decide no profundizar en esos “hallazgos conceptuales”. Más
bien se va a encargar de recurrir de manera reiterativa a una historia
divulgada en la que hace tocar sus hipótesis casi con esencias inmutables. Se
coquetea con la necesidad de investigar “el paisaje mutante”, pero se termina
optando por invariantes colocadas en los virajes justos. Por momentos, el
conurbano parece una amenaza desde que estaba en la cuna (sí, hay un conurbano
no nato que ya era un quilombo para el resto del país). Si te distraes y doblas
a las apuradas por algunas páginas o capítulos (nada infrecuente en un libro
tan extenso y repetitivo) te perdes en pasadizos desconocidos y olvidados que
te mandan un siglo y medio para atrás. Quedas atrapado escuchando en loop la
profecía de Alem sobre el descabezamiento de la provincia de Buenos Aires y la
falta perpetua de agenda propia. O quedas atrapado en ese juego de muñecas rusas
que arman una genealogía del mal conurbana en la que es casi lo mismo Barceló,
Fresco, Duhalde o Kirchner.
Hay una gran definición sobre el conurbano que Pagni le
asigna a un puntero peronista: “El conurbano se hizo solo”. Ese conurbano silvestre,
una historia del conurbano silvestre, es lo que no se investiga. Ese hacerse
solo implica pensar en la persistencia vital, en los posibles sin explorar
dentro de las mayorías populares y no en reproducir lugares comunes sobre el
déficit y la falta. Ese conurbano que se hizo -y se rehace continuamente- solo
es el que se devora las postas: tiene mesetas, recovecos, pliegues que no
soportan demasiado enunciados fijos ni verdades históricas inamovibles.
Investigar de verdad el conurbano es meterse dentro de la fractura social y ver
cómo (mal)conviven diferentes mundos. Hace falta esa investigación del
territorio que es “un lugar donde se vive de otro modo” y que enloquece, marea
y pierde al gobierno de los algoritmos. Hay que investigar las variaciones
anímicas de las mayorías populares. Ese conurbano que no es, sino que
siempre está haciéndose. Para Pagni, y de ahí que sea más rápido y fácil hacer
el diagnóstico, el conurbano es lo estancado (o lo decadente, lo que está
pendiente abajo), no un territorio que, a pesar de las recurrentes crisis
económicas, se mueve y sigue inaugurando cordones: movimiento constante de las
vidas populares, de migraciones de todo tipo (incluso las recientes de ex
habitantes de la ciudad de Buenos Aires que pasan a residir al otro lado del Puente
Pueyrredón o de la General Paz expulsados por la crisis inmobiliaria). Si se
mira lo que se mueve desde una posición de quietud es para hacer diagnósticos
que ya vienen con manual de instrucciones. Incluso si se hace “etnografía”, si
se recurre a los encuentros cercanos de primer tipo son para reforzar esa
lejanía perceptiva y sensible. Un estar allí para remarcar las certezas que ya
se tenían antes de estar “en el territorio”. En El nudo hay “actores”
reconocibles a kilómetros de distancia, pero faltan fuerzas vitales. No están,
sobre todo, quienes no llegan a ser sujetos autorizados para hablar de sus
formas de vida y de su barrio. No está el conurbano vivo y en movimiento,
luchando para no caer bajo la línea de flotación. No están los diferentes umbrales
en que se van moviendo los y las laburantes empobrecidas o en acelerado proceso
de empobrecimiento en medio de una inflación creciente. Un millón de munditos a
investigar que no se registran. Un libro sintomático entonces para mostrar de
manera obscena lo que no se va a mirar: el conurbano real, común y
silvestre. Más acá de sus representaciones espectaculares y de “los problemas
de gobernabilidad”.
3
Más que datos estadísticos faltan datos sensibles
sobre las formas de vida concretas de esas mayorías populares que se condensan
en el territorio del conurbano bonaerense. Pero Pagni parece requerir la
información para otros propósitos. Quiere un orden conceptual fuerte, al modo
en que lo solicita un punto de vista de control, sobre un territorio siempre representado
como “caótico”, “misterioso”, “inabarcable”. Más allá de rodeos y concesiones,
no oculta que el conurbano-amenaza es una preocupación de círculo rojo:
“Recuerdo la noche en que le comenté a Paolo Rocca que
había comenzado a garabatear este libro. Él, que mira la Argentina desde dentro
y desde afuera, comentó: “Si yo tuviera que hacer una pregunta a la dirigencia
argentina sobre el destino del país, le preguntaría qué va a hacer en los
próximos quince años con el conurbano bonaerense”. Ya pasaron cinco años de esa
conversación”.
El conurbano-amenaza, el conurbano-problema es en
verdad el conurbano anómico (ese concepto explica-todo que siempre brilla como
un cartel de neón) y no el conurbano anímico. No el conurbano como territorio
geográfico, pero, sobre todo, sensible, vital en el que se expresan las
oscilaciones anímicas de las mayorías populares (y no las emociones que se
pretende sondear rápidamente para dar cuenta de climas electorales o de
peligros sociales). Ese conurbano-amenaza que está en transformación, eso el
autor lo detecta con lucidez, y por eso hay que diagnosticarlo.
Pagni hace una crítica que se puede extender a la mayoría
de la elite dirigente. Van a ciegas a La Plata. Reconstruye la llegada de cada
gobernador o gobernadora a la capital de la provincia de Buenos Aires.
Encerrándose a leer bibliografía sobre la historia de la provincia, mirando
encuestas y escuchando lo que dicen los focus group o ni siquiera eso. Entonces
investigar el conurbano bonaerense con anterioridad es también ahorrarse tiempo
valioso para la urgencia de la gestión. Conocer para transformar. Y hacerlo con
más gradualismo que shock porque “el conurbano constituye el límite de
cualquier receta que se abrace sin flexibilidad a reformas ortodoxas”. Si El Nudo
parece más bien un libro de campaña, no es solo porque piensa en las
turbulencias electorales. También se lo puede inscribir en una guerra más
amplia; en una campaña como las del citado siglo XIX. Aunque se oculte bien y
parezca inofensivo, todo liberal quiere dar la guerra. Lo que no entra con el
consenso, o lo que entra con el consenso forzado, siempre requiere de
diferentes grados de violencia. Suave o fuerte (o extremo, como en la versión
violeta de La Libertad Avanza), pero siempre guerra contra las vidas populares.
Carlos Pagni fantasea, quizás, con el Sarmiento del diario de la campaña en el
Ejército Grande. Ponerle punto final a su libro (o dado que ya se publicó, al
menos autografiarlo con dedicatoria) en los despachos de un futuro gobierno
ocupado al fin por dirigentes con valentía y sabiduría para afrontar: “El
desafío estratégico que representa el conurbano para la Argentina”. En todo el
libro se puede sustituir conurbano bonaerense por país popular y sus tesis
funcionan igual.
Aceptamos que el conurbano es un problema, pero antes que
de gobernabilidad (como piensa la razón de Estado) es un problema
perceptivo. Si el conurbano-amenaza es un ensamblaje político más que
conceptual, es porque se busca con esa hipótesis clasificar, categorizar, diagnosticar
para controlar. Si la investigación de Pagni circuló tan cómoda es quizás
porque se comparten sus supuestos. Más que un campo de investigación (un
territorio al que uno se adentra suspendiendo certezas, y dispuesto a escuchar
sonidos desconocidos) el conurbano bonaerense es representado como un campo
minado. Más que posibles a explorar hay peligros que pueden explotar. Se habla
de manera constante de conurbano amenaza, pero no para ponerlo como sujeto
político activo y darle una genealogía histórica. Se lo levanta (y desborda)
como sujeto (las menciones a 45 y a 2001), pero para transformarlo y reducirlo
mejor como objeto de intervención estatal. El conurbano en el punto de mira y
no como punto de vista. Siempre colocado como enunciado (estetizable o
criminalizable) y nunca como lugar de enunciación. Una investigación real de
sus mutaciones tiene que empezar por la crítica a esta posición jerárquica.
Escuchar las lenguas menores en los cuales se siente, se vive y se reproduce la
vida cotidiana en el conurbano bonaerense. El Nudo muestra un conurbano más
rumoreadoy tira-posteado que investigado. Sobran rumores, pero faltan
investigaciones sobre los susurros y los silencios que siempre son más difícil
de registrar. Son menos audibles desde cierta lejanía perceptiva.
Si Pagni viene pensando el conurbano amenaza desde el lado
de afuera de la cordillera, cuando se acerca a la actualidad pos-pandémica
empuja hacia adentro ese montaje amenazante: “El conurbano es una
amenaza para quienes viven en él”. La operación concluye perfecta. Mete para
adentro esa misma presión y lo hace para conectar su diagnóstico con un
realismo agobiante que queda así reforzado en su necesario arraigo interior (el
de los habitantes de la “catástrofe detenida”). Un gesto que cierra cualquier
tipo de investigación de las profundas disputas de realismos que
proliferan a nivel cotidiano en medio del ajuste intenso de ese conurbano
popular y precarizado.
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