A partir de reflexiones sobre la vida y debates con pibes de distintos barrios de capital y el conurbano bonaerense, el Colectivo Juguetes Perdidos propone algunas claves para pensar el triunfo del macrismo y las políticas de derecha. “El plano de los hábitos, lo sensible y los afectos explican mucho más de la época que el plano ideológico”, dicen, y se preguntan cómo la precariedad y el terror atraviesan nuestros modos de vida.
Por Lucía Maina para La tinta
Un grupo de amigos. Un colectivo de investigación política. Una maquinita de escritura para molestar la vida e intervenir la realidad. Así definen Ignacio Gago, Leandro Barttolota y Gonzalo Sarrais Alier al colectivo Juguetes Perdidos, que lleva diez años compartiendo debates y reflexiones desde abajo, creando conceptos para pensar la sociedad y los modos de vida de nuestra época por fuera de los límites de la academia y las miradas estereotipadas.
Desde esa singularidad, y con los pibes de los barrios de capital y el conurbano bonaeresense como aliados, el grupo propone algunas claves para explicar el triunfo de la derecha a partir de cambios que la precariedad ha generado en la existencia diaria de la ciudad y en los hábitos y los afectos de lxs vecinxs.
“Siempre nos estamos moviendo para conectar con cosas que están vivas, no sólo para pensar qué pasa en el barrio, con la violencia, el consumo, el securitismo sino para preguntarnos sobre nuestras propias vidas, desde un lenguaje político que no sea sólo un slogan para quedarse tranquilo”, explican desde Juguetes Perdidos, que empezó como un encuentro entre estudiantes de sociología que se propusieron disputar desde la escritura una voz propia como generación.
En el Municipio de Avellaneda, donde estuvieron participando del 4º Encuentro Latinoamericano de Medioactivismo Facción, los integrantes del colectivo dialogaron con La tinta sobre algunas de las ideas y desafíos que plantea el contexto actual, a partir de reflexiones nacidas de talleres que dieron en los últimos años en distintos barrios de Buenos Aires y que plasmaron en su último libro “¿Quién lleva la gorra? Violencia. Nuevos barrios. Pibes silvestres”.
—Uno de los conceptos que utilizan desde Juguetes Perdidos a partir de su trabajo con los pibes en los barrios es el de precariedad totalitaria, ¿que implica esta idea como parte de la coyuntura política actual pero que, como señalan, también la trasciende?
Ignacio: La idea de precariedad totalitaria es fundamental para pensar la dinámica de violencia barrial, de economía de la ciudad y la relación del barrio con la ciudad desde lo anímico, para explicar la violencia no sólo desde lo estatal o institucional sino conectarlo con el suelo sensible que hay en el propio barrio. Y es totalitaria porque inunda todas las facetas de la vida: lo laboral, la ciudad, lo institucional. La precariedad no es simplemente pensar que faltan cosas, sino la movilización permanente de la vida.
Gonzalo: Nos conectamos con la lectura que hacían los pibes en los barrios, porque ellos no entraban a la violencia de la Gendarmería desde la violencia institucional sino desde su manera de esquivar eso: había muchas estrategias que eran previas y que jugaban mucho con modos de vida que había en el barrio y trascendían el barrio. Nosotros le pusimos vida mula a ese encadenamiento de todas la cosas que uno tiene que hacer en el día a día para llegar más o menos parado, y ahí se visibiliza la precariedad como totalitaria. Con Juguetes Perdidos veníamos discutiendo hace mucho la precariedad porque era parte de nuestra vida: era el precipicio y había que ponerle aguante, imágenes arriba de ese precipicio. Pero la idea de precariedad totalitaria nos da otra perspectiva, porque la precariedad era un habitar eso todos los días. Y sirve también para pensar cómo las disputas entre las clases se dan más por lo alejado que se está de esa precariedad totalitaria.
Leandro: Hay un fondo de terror anímico que es el que provoca esta precariedad totalitaria, que permanentemente te dice que te podés fragilizar, que se puede desarmar tu mundo, que se puede pudrir tu barrio, tu casa, que es un quilombo el laburo y la ciudad.Ese es un plano distinto a decir: esta es una ciudad que se corrió a la derecha, y yo me quedo afuera, en mi mundo y mi autonomía, distante de eso. El plano de los hábitos, lo sensible y los afectos explica mucho más de la época que ese plano ideológico.
—Otra idea que plantean es la derechización de los afectos ¿a qué se refiere ese concepto?
L: Lo que queríamos pensar con esa idea es que había que desplazarse un poco de un plano ideológico desde el cual se veía la derechización de la sociedad, como si sólo pasara por un plano de representación y no en el nivel de los afectos. Porque para que haya un enfriamiento en la economía previamente hubo un enfriamiento libidinal, vital, existencial. Hay una derrota previa en los afectos que es fundante de toda la derechización social y el ajuste económico. Lo que pasa es que para morder en esa primera derrota, en la cual se puede pensar que los afectos se han derechizado y se ha enfriado lo existencial, hay que realmente hacerle preguntas que son un poco picantes a tu forma de vida: ¿qué pasó con tus experiencias políticas concretas? ¿cuáles son tus derrotas, tus frustraciones?¿por qué las vidas se cierran sobre sí mismas? ¿por qué hubo tan poca necesidad y empuje para salir a explorar lo que estaba pasando en los últimos años? ¿cómo cambiaron los barrios, las ciudades, las relaciones de los adultos con los pibes? ¿qué pasó con ciertas imágenes de militancia?
I: Lo central es que no es una categoría moral, acusatoria: “Hay vidas de derecha y listo”. No es que te separa y te deja afuera, sino que implica meterlo en una investigación más amplia: qué significa una afectividad, un estado de ánimo, un barrio que es precario, una vida que no se sostiene. La derechización vital entra a jugar con todo eso.
G: Esto se veía en cuestiones concretas: cuando pensábamos con los pibes en la entrada de la Gendarmería en los barrios lo que se veía claramente era un caldo de cultivo donde la derechización fue lo que triunfó. “Los gendarmes entran y nos verduguean, pero estamos más tranquilos”, decían los pibes. Entonces no supimos pensar otro tipo de afectos que circulen por los barrios, por eso es que hay una derrota previa: los últimos cinco años antes de que gane el macrismo habíamos perdido afectivamente en nuestros modos de vida. Y nosotros también hacemos una alianza con los pibes para pensar la ciudad porque hace muchos años que nuestra generación entró en una comodidad y una derechización de los afectos. En los rajes de los pibes de los barrios encontrábamos algo de potencia, porque en los otros lugares de la ciudad ya estaban todas las vidas cerradas en el familiarismo y los pequeños mundos.
—Desde esta perspectiva ¿qué lectura hacen del auge de la derecha en el plano ideológico o macro político y cuáles son los desafíos que plantea?
L: A partir de que gana Cambiemos nosotros hicimos circular un cuadernillo, que se llamó “La gorra coronada”, donde decimos que esta especie de engorramiento que estaba circulando a nivel social, bien por abajo y metido en lo cotidiano y en lo micro, tiene ahora una especie de coronación en lo gubernamental. Hoy en día la gobernabilidad del macrismo sería impensable sino se apoyara en lo que nosotros llamamos fuerzas anti-todo que ocurre en los barrios. Lo que hace el macrismo es tener una astucia política para realmente conectar con esas fuerzas oscuras.
Un ejemplo muy concreto es cuando se habla de eliminar las pensiones por invalidez: cualquiera que recorre un barrio ha visto una imagen de una persona que se sube a un colectivo con un carnet y desde el bondi lo sacan y le dicen “eeh bajate”. Y ese “bajate” inmediatamente tiene una cierta legitimidad o un suelo de aceptación entre los mismos pasajeros. Lo mismo pasa con la impugnación a los docentes. Lo que hace esa política es conectar con eso, que permanentemente lo nutre a nivel sensible.
Un ejemplo muy concreto es cuando se habla de eliminar las pensiones por invalidez: cualquiera que recorre un barrio ha visto una imagen de una persona que se sube a un colectivo con un carnet y desde el bondi lo sacan y le dicen “eeh bajate”. Y ese “bajate” inmediatamente tiene una cierta legitimidad o un suelo de aceptación entre los mismos pasajeros. Lo mismo pasa con la impugnación a los docentes. Lo que hace esa política es conectar con eso, que permanentemente lo nutre a nivel sensible.
“El desafío es operar de la misma manera desde el antimacrismo: ¿cómo sería hacer un antimacrismo conectado fisiológicamente con pequeños gestos que rajan del macrismo, que lo discuten no en un nivel ideológico, argumentativo, ni de plan o programa sino en un nivel más corpóreo, del día a día? ¿Cómo disputar esas fuerzas antitodo?”.
L: Las disputas y las resistencias al macrismo que son más exitosas son las que realmente pueden morder en esas disputas de fuerzas y esos realismos “por abajo”. Porque hay un cierto revanchismo, esas fuerzas anti-todo cuando son procesadas por ese coronamiento estatal y gubernamental vuelven al barrio recargadas. Entonces la cuestión es poder pensar esas políticas desde experiencias bien concretas: cómo se van incubando, cómo se pueden resistir, qué cosas se vienen escapando todos estos años. Porque hay pibes y pibas que no son solamente una reacción al macrismo sino que afirman otra manera de vivir, de relacionarse con el trabajo, con los vecinos, con el barrio.
—Desde las prácticas que vienen sosteniendo como colectivo con sus textos ¿qué potencialidades creen que puede tener la escritura? ¿qué cruces pueden darse entre escritura y política en este contexto?
I: Nosotros siempre ligamos escritura a investigación, y por otro lado a una alianza concreta con gente que está haciendo cosas. La escritura puesta al servicio de un raje y una alianza para buscar formas que insisten y proponen otra forma de vida. No cerramos todo en el acto de escribir, de fetichizar la escritura, sino ponerla en el plano de la expresión de cosas que están pasando.
L: Por eso mismo nuestro tipo de escritura no es una crónica muy leal o fiel a la realidad, no es una escritura comprometida en el sentido más tradicional, sino que hacemos una investigación y una escritura más delirantes, que dé espacio para cierta inventiva, cierta ficción y que no sea simplemente representar agites sueltos por la ciudad sino provocarlos. No sólo incorporar el acontecimiento y escribir a partir de él sino provocar el acontecimiento y hacer que con la escritura pase algo . En el caso del libro “Quién lleva la gorra” pasa, hay algo que está vivo, que permite que te inviten a un barrio, que empieces un trabajo, donde incluso se va olvidando la experiencia originaria de la que partió ese libro y lo que queda es algo que puede conectar.
Por eso también nos parece interesante pensar una escritura política que no sea la mera crónica o el mero testimonio. Incluso en la primera etapa de Juguetes Perdidos, donde está más presente el nosotros generacional, la cuestión no era únicamente dar un testimonio absoluto de lo vivido: más que representar la vida se trata de molestarla, agujerearla.
* Por Lucía Maina para La tinta / Imágenes: Colectivo Manifiesto
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