La
complicidad de los inocentes.
Que ese roce con la superficie y
subsuelo de la época no tiene correlato directo en el plano de “la Política”,
también es algo evidente en las formas en que el tablero político y las
politicidades se despliegan en estos últimos años de vuelta de la política, de
militancia, de juventudes “politizadas”: la juventud como sujeto político
representado o activando en el plano de la política representativa, pero
corriendo o dejando en fuera de foco muchos
de sus problemas, inquietudes y saberes propios, o convirtiéndolos en demandas o
consignas puestas a jugar en otro campo…
La complicidad de los
inocentes
Somos inocentes y cómplices a la vez.
Estas dos figuras nos pueden ayudar a pensar las vinculaciones entre nosotros y la (s) época (s). Sobre todo
en este texto que pretende dejar de lado lamentos (ya no hay tiempo de
lamentos) y actitudes pasivas que a esta altura se nos vuelven sospechosas. De
nuestra inocencia hablamos bastante, en
relación a la precariedad y a las pantallas de juego heredadas. Soportamos,
fisuramos y (hermosos milagros colectivos de por medio) aguantamos en trabajos
de mierda, en mercados laborales cuyo axioma es la alta rotación. Hasta fueron
precarias nuestras fiestas generacionales (Cromañón como acontecimiento
irreductible). Lo dicho: las vidas jugadas en estas zonas inestables y frágiles
incorporaron saberes e informaciones sensibles que devinieron códigos para
movernos en estos terrenos. Saberes que fueron y son nuestro tesoro (por otra
parte, tesoro muchas veces invisibilizado cuando se trata de traducir esa
información en potencia política. En el plano económico requieren nuestro saber cómo generacional, en los niveles
de La política no tenemos representación. Mejor así en muchos casos).
Inocentes entonces por indiferenciados.
Pero la cosa no es tan simple. La inocencia devino complicidad, o convive con
ella... Todo lo que en un plano apostamos (y perdimos) nos endeudó en el otro.
Nuestro sufrimiento en la precariedad irremediablemente buscó comodidad y
tranquilidad en la vida cotidiana, volviéndola sospechosa. Viditas que se
juegan desde supuestos personales, viditas que buscan refugio y consuelo en las
conocidas, gastadas, heredadas formas-de-vida socialmente aceptadas.
Quizás caímos en la trampa; la huida de
las afecciones y los desbordes de la precariedad se terminan buscando en las
imágenes sociales que ella misma desarma. Cierra el círculo. Estamos pagando
los platos rotos de la precariedad y los estamos pagando de manera individual.
Y por supuesto, en cuotas que nos endeudan. Pero también hay miedo (el carozo
del asunto es nuestro temor). Miedo a encarar otras posibilidades vitales,
resignación frente a lo dado (pareja, familia, semana laboral-fin de semana de
descanso, desgano o fisura). También porque habría que saltar al abismo (no hay
red para caer, no inventamos otras imágenes que sujeten nuestras vidas). De
todo esto está hecha la complicidad de los inocentes.
Toda gobernabilidad descansa, produce,
se sostiene en una subjetividad (o en varias). ¿Cuál es esta que
vemos pasar frente a nosotros, que sentimos, que soportamos, que nos atrapa,
que contribuimos a crear y a hacer funcionar…?. Condicionados por nuestra edad
somos los casi ex jóvenes de la época
(los jóvenes adultos del Kirchnerismo). Y acá es cuando emerge y se nos hace
visible nuestra cómplice e íntima alianza con la época (época muy bien
caracterizada por Cristina con la fórmula: Consumo
+ Trabajo = Paz Social. Aunque tampoco sea tan pacífica la cosa... ya que debemos
sumar a esta fórmula todas las maquinarias del poder terapéutico que
intervienen para mantenernos a flote y sujetados. Muchos de los usos sociales y
festivos o personales y medicalizadores que le damos a nuestras drogas también forman parte de estas terapéuticas. Fisurar
el fin de semana para volver a trabajar el lunes (Aunque estemos amanecidos,
obedecemos igual) o moderarnos para soportar la semana laboral, el caos de la
ciudad, los desbordes de la vida personal.
Así es que participamos del consenso de
la época y hasta somos en nuestra cotidianeidad los que más lo sostenemos, la comodidad organizada es nuestra amarga
utopía (como todas las cosas, esta comodidad está sostenida por diferentes
fuerzas: resignación, impotencia, disfrute y goce, cinismo). Nuestra
complicidad (nuestra en el sentido amplio, “generacional”) se ve en el
silencioso pero productivo y deseado tránsito por las figuras que se creían
agotadas, pero que, aun mutadas, siguen en pie, organizando vidas: la familia,
la idea de progreso, de bienestar económico, de tranquilidad social, de
mantener relaciones humanas “normales” (¿Cómo estás?, ¿Todo tranquilo?, ¿Todo en orden?).
Mudez y ausencia de imágenes para
nombrar parejas o modos de estar juntos, para pensarnos como “padres” o
“madres” (¿qué carajo es ser padre o madre hoy?), para fantasear futuros, para
nombrarnos en nuestros trabajos… Gran ejemplo: tenemos una relación ambigua con
el trabajo; conocemos y rechazamos la
precarización laboral, y nos jode, pero tampoco queremos la mera reposición de
la figura del trabajador –gil o no– ni nos cierra eso de “planta permanente”;
no somos trabajadores –en ninguna de
sus formas y mutaciones–, simplemente trabajamos. No nos da todo lo mismo,
queremos crear otra relación con el trabajo.
La alianza secreta, inaudible e
invisible en principio, pero sostenida muy fuertemente por todos y todas. Por
la gobernabilidad y la economía, (pero también por las máquinas culturales,
publicitarias, mediáticas) y por nosotros mismos. Por nuestros profundos y más
íntimos modos de vida. Sabemos que el poder empieza por la intimidad (donde
nuestros anhelos de orden son más intensos). Desde el fondo de nuestra
impotencia, pero también de nuestro desgano sostenemos el “modelo”. Y de nuevo:
somos más participantes y cómplices de lo que creemos o queremos, y no solo por
la negativa (en cuanto soportar, cargar en nuestras espaldas o entregar
nuestros esfuerzos), sino también por la positiva, por lo productivo (toda la
materia deseante que le aportamos, el conformismo que disfrutamos, con el que
realmente nos “comprometemos”). Acá chocamos con una certeza de época; lo personal ya no es político, es
comodidad.
Así es que transitamos una especie de
anillo de moebius: inocentes y
cómplices; precariedad y comodidad organizada; impotencia-desgano-miedo y
paz-consenso social; anverso y reverso que se componen y funcionan produciendo
planes de vida (algunas mas desvitalizadas que otras, todas imágenes de vidas
posibles, al fin). Acá es donde se incuba la comodidad, donde se vuelve
imposible, por ausencia de imágenes comunes, por la inexistencia de supuestos
colectivos (¿quién se banca el ostracismo?), inquietar la felicidad-ambiente.
Además, en este embrollo es donde se
compone la prescindencia Política con la aceptación de la realidad social,
donde se tocan el nivel “macro” y el “micro”. Es decir, podemos estar ausentes
del juego político (por no ser una “generación”, ni la de los gloriosos 70´, ni
la de los cínicos 90´, ni los nihilistas dosmilunistas, ni menos los tiernos
púberes de la generación 2012, la generación Danonino), pero no de los otros planos (económico, productivo,
urbano, social, etc.) con diferentes gradualidades, claro, por acción u
omisión, en forma más activa o más pasiva…
Como dijimos, cualquier tipo o forma de
gobernabilidad demanda una subjetividad que la sostenga y cuerpos que las
encarnen profundamente. Tenemos entonces una porción de la época que es
irremediablemente nuestra. Conocemos
el lado oscuro de las subjetividades que sellan la pacificación social.
Lo
trágico
Ocupamos una “posición de verdad” de la
época, un núcleo de verdad (no se banca muchas interpelaciones esa creencia de
estar “fuera de la época”, sin implicancia en sus supuestos). Ese lugar también
nos propone un devenir trágico. Trágico en cuanto no se lo sufre. O quiénes lo
sufren, sufren doble. Por habitar esta situación y este malestar y por ser
críticos. Sabemos también que acá no hay originalidad: cada época construye sus
subjetividades y su núcleo de verdad, su espacio de alianzas intimas entre Vida
y Política. Y en esos escenarios “históricos” hay quienes llevan las preguntas
a fondo, quienes se van en esas preguntas llevándolas hacia una línea de muerte
antes que hacia una derrota. Y acá es donde nosotros nos sentimos pequeños
(viditas después de todo), queriendo dar un salto difícil porque estamos solos
en eso de llevar las preguntas y las experimentaciones hasta las últimas
consecuencias. Quizás porque nos detiene el miedo. O porque no podemos. O no queremos.
O ya pensar de esta forma no es realista.
O lo más probable, de todo esto junto. Y de este subsuelo de soledad e
impotencia que acompaña nuestras movidas, sale este grito inter-generacional,
¿Dónde estamos?, ¿Qué estamos haciendo?, ¿Por qué no supimos crear otra cosa?,
¿Por qué esta clandestina alianza con la comodidad y el conformismo? ¿Cómo
convivimos con esta esquizofrenia que nos presenta como fuerza vital de la
época y como fuerzas sostenedoras de la subjetividad del orden, como servidores
y malos amos a la vez? Más aún, no tenemos ni el margen para enunciar esta
realidad.
Esta “paz social” no nace por
generación espontánea, no es una cuenta que nos cabe garpar a nosotros solos
(que no supimos “continuar” lo que generaciones pasadas hicieron…). Reconocemos
y ya dijimos que nos “quedamos en el molde” de la comodidad organizada. Pero si
la verdad de esta época es la promesa de todos y todas, también debemos incluir
en estas preguntas y “llamamientos” a los otros
generacionales (las generaciones gloriosas, las generaciones dosmilunistas,
etcétera), con las preguntas que se plantearon (qué fueron de esas preguntas,
hasta dónde llegaron, cómo no quedarse inmóviles en una secuencia pasada, cómo
mantenerse vivos, y pillos…).
Pero también están los pares
generacionales (los casi-ex jóvenes, como nosotros) que presentan una
disidencia o una postura crítica que no es potente, porque se piensa y se
apuesta desde un habitus personal e individual. ¿De qué está hecha esa disidencia?,
¿Se acompaña con la propia vida? (roqueros bonitos y educaditos, escritores
cínicos y sagaces, académicos estelares…). Todos participamos de este consenso
de época. Por eso descreemos de las posiciones críticas de la época que no
acompañan sus posturas con una intención de ponerle preguntas a una
cotidianidad conservadora que es lo intocable y la condición de posibilidad de
las vidas-militantes, progresistas, e incluso de las que se creen más allá de
eso. ¿Cuál es el lugar para el criticismo?, ¿y que sería poner la vida como
pregunta?
Esto no es un manifiesto sobre una derrota, sino un llamado a pensar en
cómo hacer cuando la época pide otra cosa a los que se le oponen. Un gesto
intempestivo. Que busque desertar. No una novedad, algo nuevo. Mutar. Si, mutar
porque otra no queda.
Bises
Parimos o reinterpretamos “textos”
–como el rock, la calle, el fútbol, la noche, los aguantes– que fueron formas
de vida, que tuvieron la potencia de desplegar y poner en juego modos comunes
de vivir. Pero en estos tiempos esos inventos parecen haber perdido su
efectividad. Seamos claros en este punto: serán nuestras memorias, nuestros
saberes, nuestras más hermosas creaciones colectivas, pero no puede ser lo que
valorice nuestras vidas de aquí en más. Si rechazamos otras nostalgias, no
podemos ser indiferentes a las nostalgias
del presente. Si esas imágenes potentes al refugio de las cuáles moldeamos
nuestras vidas y nuestros deseos, se han agotado, no queda más por hacer, hay
que huir de ellas. No sin antes decir que no las cederemos sin más a los
expertos académicos, a los publicistas, a la Política o a los esteticistas.
Antes del final, seremos sus sepultureros y luego sus arqueólogos y
profanadores más brillantes. Nunca creímos del todo en la literalidad de esas
imágenes. Más bien, fueron ocasiones para fabular nuestras vidas de manera
colectiva. Lo vivido como agite y exageración, no como memoria museística.
Gambeteamos entre el agotamiento y la
imposibilidad de creación de lo nuevo. Entre las imágenes obsoletas y la nada.
Entre la impotencia y la potencia total de cuando está todo por hacerse…
(¿Lo continuaremos?)
Colectivo Juguetes Perdidos
Diciembre de 2012.
Diciembre de 2012.
2 comentarios:
Los felicito. Hacía tiempo venía buscando un lugar como este. Con guiños, señales, experiencias y caminos parecidos a los que patie! Y sobre todo por hacer de todo eso un resorte para pensar y valorar aquellas experiencias no como una moda sino como algo con potencia creadora y formadora de nuestras vidas!
ZIPPO
Gracias Zippo!.
Abrazos.
Publicar un comentario