lunes, 4 de octubre de 2010

¿Cuánto soportamos por la puta guita? (Segunda Parte)

Sobre el currículum oculto

Pensemos en la “oferta” de trabajos disponibles para los pibes y pibas, y a su vez en los “requisitos” que nos ponen como condición para trabajar… ¿Qué saber necesitan de nosotros?, ¿qué información necesaria portamos en nuestros cuerpos para el mercado o para el estado? Hay muchos datos que completar en un currículum vitae… pero ¿qué hay del “currículum oculto”?

Hay algo implícito, obvio, que requieren de nosotros y que no aparece como condición visible en el currículum. Hay un currículum oculto del pibe y la piba: se trata de las formas de vida, de las subjetividades, los saberes, la información para habitar y movernos en los terrenos sociales actuales.

Hay un saber que se requiere de nosotros y que no se dice sin embargo en una entrevista laboral: por ejemplo el conocimiento de la calle en el caso de los motoqueros o los cadetes. El Aguante aparece como saber y estrategia generacional; la creatividad, lo anímico, la disposición de todo nuestro cerebro y cuerpo para el trabajo… Un arma de doble filo para nuestros empleadores...



Cadeteando.
Para cadetear la calle en moto, en bici o a pata hay que bancarse miles de quilombos e imprevistos. Por eso las empresas requieren de tipos curtidos; buscan de tipos que la aguanten, que aprovechen todo ese saber y experiencia callejera para moverse y desplazarse por las ciudad. Cincuenta trámites en cinco horas, entonces... a desplegar estrategias. Ahí surge la solidaridad y la red... vos bancas en la fila a uno, mientras otro te está bancando en otra a vos. Pegás onda con las cajeras y cajeros, para ser más eficaz. Vas a mil por las calles; y ante cualquier quilombo saltamos todos... sabemos quiénes están en tal esquina y quiénes en la otra. Todo esto forma parte del currículum oculto. A todo eso se lo valora, y se lo pone a trabajar. Todo eso es lo que termina volviendo difusos los límites entre trabajo y no-trabajo…
Y las preguntas nos apuran: ¿cuándo aguantamos, cuándo nos solidarizamos con el otro, cuándo nos volvemos creativos para nuestro propio beneficio y el de los demás y cuándo para que nos sigan muleando y exprimiendo? ¿En qué punto le estamos regalando todo nuestro saber y experiencia al empleador? ¿O es eso lo que “vendemos” como fuerza de trabajo?
¿O esos momentos y gestos son grietas en el mundo laboral, en ese tiempo-garrón que es el trabajo?
Siempre está el peligro de que seamos nosotros mismos los que nos exprimimos, converténdonos en auto-empresas que se gestionan cada vez más tramites para hacer unos pesos más como cadetes, por ejemplo. ¿Cuánto valen tantas caídas, choques, y muertes recorriendo la ciudad a las chapas?
¿Cuándo nos ponemos como combustibles de esta sociedad precaria y cuándo estamos creando zonas de libertad poniendo en juego nuestras experiencias y saberes?



La cara feliz.

La atención al público es uno de los trabajos por excelencia de la sociedad de mercado. Por eso, de a poco, da lo mismo ir a reclamarle a Movistar, que a una salita de barrio, o un establecimiento estatal. Y el principal problema de que las relaciones mercantiles sean dominantes hoy en día, es que detrás de cada atención al publico, estamos nosotros, un montón de pibes que soportamos diariamente miles de puteadas y deliradas, en la cara o por teléfono. En estos trabajos también se requiere de nuestras habilidades generacionales...



Sabemos movernos en contextos de permanente cambio, podemos adaptarnos a la inmediatez de la resolución de las urgencias. Podemos estar atendiendo un reclamo, respondiendo un mail y contestando un teléfono a la vez. Ingresamos al mercado del trabajo sabiendo que nuestras energías son ambicionadas. Porque sabemos que en una entrevista laboral, uno de nuestros “defectos” tiene que ser, el ser obsesivos con el trabajo, ser perfeccionistas (eso es lo que nos enseñan a responder, defecto-virtud solicitada a la hora de tomar un empleado). Aprendemos rápido cómo hacer el trabajo y cómo no hacerlo, y en la medida en que mas “productivos” somos nos premian con la promesa de “crecer en la empresa”, que si logra convertirse en mas que solo palabras, termina siendo el beneficio de tener mayores responsabilidades y tareas…por el mismo precio. Pero si pensamos en lo específico de la atención al público, cargamos con la consigna de la amabilidad ante todo, la sonrisa más allá de cualquier sentimiento y cualquier puteada. Porque no dejamos de enojarnos cuando nos gritan del otro lado, porque sabemos que ponemos la cara por sostener lo insostenible. Porque aprendemos a caretearla con speachs ambiguos que no dan la respuesta al que esta del otro lado. Y él lo sabe, e intenta hacernos decir lo que sabe que no podemos decir (si, te están cagando!). Porque nos están grabado y escuchando, vigilando que decimos y cómo…obviamente con la excusa de poder contarnos después cómo mejorar la atención al cliente…Y fantaseamos con algún día dejar de soportar la puteada del cliente, la careteada de la sonrisa y la mentira del servicio. ¿Por qué soportamos el maltrato?

Conocemos nuestro laburo, y sabemos cómo robar esos minutos de tiempo productivo para hacer algo que deseamos. Descubrimos fácilmente cuál es ese punto ciego, lejos de esos ojos que nos observan, como pueden ser el “timer” del call center, el supervisor en la atención al público o el jefe en cualquier otro lugar. ¿Sabemos encontrar nuestro espacio de libertad en medio de todo ese ruido?


¿Cuándo le robamos “algo más” que puta guita al laburo? ¿Cómo robarle espacios habitables a las horas laborales?; ¿cómo alargar tiempos propios?

Cuando los trabajos actuales son puros medios para obtener la puta guita, en ese “algo más” se juega todo. Algo más que el ingreso económico, algo intangible (los deseos, los anhelos). Ese “algo más” es la apuesta; es el pasaje por los espacios laborales esquivando las muleadas o el mero “soportar” y tejiendo, en cambio, libertades...



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