martes, 24 de octubre de 2023

Sostenerse en el conurbano



Desde una percepción en movimiento, desde los recorridos por el conurbano infinito obligado por los laburos y el cotidiano semanal, salen estas instantáneas sobre el clima electoral escritas por Gonzalo Sarrais Alier, autor de "Rima pa los compas. Rap, conurbano, memoria". Susurros pescados al azar (y no tanto: la escucha atenta sabe dónde apuntar) y coordenadas para pensar no solo los números y los votos sino, sobre todo, los ánimos populares y lo que se juega en estas coyunturas.

1.

Tres laburantes que pegan carteles de campaña elegían entre dos montañas, una que estaba el candidato municipal, Kicillof y Massa, y otra en la que este último no aparecía. Tenían un croquis de diferentes esquinas donde tenían distinguido  cual correspondía en cada calle.  “Tuvieron más trabajo que nunca”, le gritó uno que esperaba avanzar en aquel semáforo. 

Había un clima pre-electoral, una información sensible que se sentía estos dos meses en los recorridos semanales por el conurbano sur. Escenas, susurros, frases que salían de la nada. No era solo la información que se comentaba en la insistencia de la militancia por lo bajo. Eran frases fueras de contexto de disímiles recorridos laborales, viajes en trasporte público. Secuencias se te quedaban en la cabeza y armaban una intuición delirante: Massa gana en primera vuelta. Pero está de más decir que estamos bajo un clima inestable, que puede cambiar repentinamente los pronósticos. Una corrida del dólar que se pudo frenar de alguna manera, pero que de todos modos pego rápido en el chino, en las góndolas sin precio, etc. 


Cuando intenté re-escribir cada escena, lo primero que pensé es que una victoria de la elección a nivel nacional iba ser difícil de apropiársela, pero no por la ausencia de Massa en los discursos de dirigentes importantes, en el día a día, o al no estar en muchos carteles de campaña. Sino porque muchos de esos Massa que sonaban por ahí no respondían directamente con los recorridos militantes de compañeros con los que también me cruzaba. Expresaban algo difícil de capturar. Provenían de un registro barrial, de recorridos suburbanos al que le venimos metiendo pata hace tantos años, donde ese tipo de enunciados no eran fácil de codificarse en lo electoral.  

Cuando Massa salió el domingo a la noche en soledad a dar el discurso de la victoria, parecía el contraplano de esa no presencia anterior que tanto se percibía territorialmente. Con esto no quiero reducirlo a un enunciado que puede sentenciar  algún politólogo en la televisión: “si gana Massa es solo una victoria de él”. La ausencia de dirigentes atrás de Massa en el discurso no hay porque leerla como una reacción ante una falta de apoyo. Ese supuesto vacío (falso en los hechos, tras los apoyos explícitos de Kicillof, intendentes,  sindicatos, y otros dirigentes políticos ese mismo domingo) se puede llenar sustancialmente con ese clima preelectoral que después se expresó en las urnas.

Pensar ese clima pre-electoral previo es entender un componente de la sustancia de ese voto. Ese millón y medio de votantes que se sumaron de agosto a octubre en el conurbano, se lo puede encontrar previamente en el estado de ánimo que se va caldeando en los barrios.     

A estas alturas, ya nadie puede ignorar, como hace tiempo, que hay un distanciamiento de los funcionarios y las políticas con la realidad de las mayorías. Un distanciamiento que es más estructural que algo producto de una incapacidad de algún que otro dirigente. ¿Cómo intervenir en un escenario de movilización de las mayorías  expuestas a una precariedad cada vez más totalitaria, cuando por esta propia condición, están constantemente cambiando y modificándose los diagnósticos de referencia de los que se parte? Y en este ese escenario de inflación, ajuste, salarios por el piso, donde Massa, además, es el ministro de economía que está atravesando la crisis. Y podemos seguir sumando capas: fueron años en donde la mezquindad se convirtió en un dispositivo predominante, un modo de lidiar y dar una respuesta social al ajuste, que capturó muchos vínculos, entre ellos los políticos.

En ese contexto, con todas estas variables en juego, se votó más allá del resquemor  cuerpo a cuerpo que se  escuchaba en off de muchos laburantes con las dirigencias.  Los números de agosto ya anticipaban esto. En  la victoria de muchos oficialismos en el conurbano  se mostraba el vínculo entre el ajuste, la inflación y los gobiernos locales (como junto con la boleta se apostaba fuertemente a sostener vectores fundamentales para la cotidianidad, no solo laburos, el hospital donde te podés hacer el tratamiento gratuito, la escuela de los pibes, el comedor). Más precariedad, más ajuste, más inflación no es traducible a más bronca. Es antes más terror. La victoria de Milei en las PASO terminaron de armar el escenario de juego: se empezó a conectar el terror anímico de fondo de nuestras vidas, con lo electoral.


2.

Al cantante de cumbia le salió, fuera de contexto, mientras cantaba unas canciones en una jornada en el Penal de Varela: “Si gana Milei desaparecemos. A los que son como nosotros nos vuela”.

En la calle fue principalmente una campaña de las militancias silvestres que se movieron más allá de los silencios selectivos, de la falta de carteles. El voto se pareció más a un anticuerpo, a un impulso de supervivencia que nació de las entrañas, de la memoria del pueblo. Difícil adjudicarse ese aspecto de la victoria a algo. Nos votamos a  nosotros mismos.

¿Qué es un clima social? Algo más que las solas frases que descifremos de los susurros. Es principalmente la tonalidad afectiva de estos susurros. Es un clima sensible que se respira mientras laburamos, viajamos o intentamos de manera frustrada bajar. El terror anímico como estado de ánimo que últimamente aprisiona demasiado contra lo material –la temporalidad entre el terror y su experimentación es casi inmediata–. Demasiado concreto todo. Demasiada inflación. Se queman los billetes en todos los vectores posibles.

Un grupo de zanjeros y zanjeras mientras almorzaban repetían el terror que ya recorría la ciudad. No era preocupación. Trabajar y cobrar un salario que alcanza solo para llenar la heladera dos semanas, ya era terror suficiente. Pero se repetían entre trago y trago que se podía estar peor que eso.

Sería un error confundir el clima social en donde se jugaron las elecciones con una “campaña del miedo”. El terror anímico es una afectividad de la vida en la precariedad, de los últimos largos años en Argentina. Se votó por esa intranquilidad anímica, sí. Por un terror que no requirió de una campaña como la de la quita del subsidio a los trasportes. No fue tampoco el miedo a perder en el futuro: sino que se trata de la relación entre el miedo actual y el equilibrio precario en el que se vive.

Asamblea barrial en Villa Springfield y una doña, de la nada, mientras repasábamos algunas obras que se estaban haciendo en el barrio, miró la escena y saltó: “Si gana Milei nos quedamos sin nada”. Y hacía un gesto con la mano como si barriera la escena.

Susurros fuera de foco, en medio de una materialidad excesivamente hiriente, que puestos en serie tienen siempre mucha más información que una encuesta random. Conquistar esa percepción, a la cual estamos condenados como laburantes, se vuelve fundamental para rastrear los climas y lo que está en juego.

Si los enunciados políticos no podían entrar en el escenario de las mayorías cansadas, con cada vez más quilombos, y si la política se convertía en un vector de cansancio más, aquel terror anímico –que es un afecto cotidiano–, empezó a conectar con el clima electoral.  Un clima social que se respira: heridas tan abiertas y ardientes del ajuste, de la inflación, de la picantez de lo social. Tan frescas que nos dan información de que siempre se puede estar más abajo, aunque ya se mire todo desde el séptimo subsuelo.

 


3.

Principios de septiembre. El tren Roca de vuelta a Korn hasta las manos de gente. Una charla en el furgón improvisado sobre pequeños conflictos laborales toma toda la atención y salta de un rubro a otro. Nos damos cuenta que el tren se había quedado frenado entre Gerli y Lanús. Otra vez la jornada laboral se extendía tortuosamente. Entre las puteadas al aire y los que revisaban la aplicación de trenes sin parar, uno de los que venía sentado en el fondo y callado ante el monólogo de su compañero, saltó y tiró: Votemos a...

Tambaleando en una cuerda floja a punto de deshilacharse, te agarrás de lo que queda: cuatro o cinco elementos que todavía te sostienen en la cotidianidad. Voto conservador al mango. No ideológico, sino de supervivencia. Voto equilibrista, apelando a la única destreza que nos queda: memorias de crisis que nos recuerdan para dónde nos puede tirar un viento político, en un contexto en el que no hay margen de maniobra.

En los 15 puntos de más que sacó Massa no solo está ese clima social. Está el cambio de postura de muchas provincias que a diferencia de las PASO ahora se estaban jugando senadores, etc. El riesgo es volver a ignorar el clima anímico y la materialidad concreta de las mayorías populares desde donde se votó, algo que viene sucediendo con las últimas elecciones por lo menos desde el 2015.

Es imposible, estando y partiendo de ese terreno anímico, pensar que los 37 puntos de Massa, o los 30 de Milei, fueron una sorpresa. En ese estado de equilibrio precario algunos intentarán conservar y agarrarse con uñas y dientes de lo que sea, y muchos se tirarán al vacío –algunos porque ya están cayendo hace tiempo–.

¿Desde qué lugar una generación adulta puede cuestionar a un joven de 20 a 24 años que vivió un tercio o más de su vida sin agenda política joven, sin  laburo o con laburos con verdugueo empresarial (y algunos casos dirigencial), que tuvieron que dejar el estudio para salir a laburar, o que no pudieron ni empezar, o que tuvieron que elegir entre exponerse violentamente a un contexto picante y encerrarse y bajar dolorosamente en sus habitaciones?

El terror anímico no se distribuye igual para todos y todas. Mucho menos siendo joven y piba. Y así podemos seguir, y encontrar cómo la distribución de ese terror se vuelve cada vez más desigual. 

Lo que viene inmediatamente, el balotaje, tendrá mucho en juego por arriba –con quién acordará Massa para un posible nuevo gobierno y que eso le pueda llegar a dar los votos para ganar en noviembre cueste lo cueste–. Pero también hay que sostener ese 37 por ciento: y ahí no caben los diagnósticos alejados de la materialidad de las mayorías, que atribuyen los votos solo a uno u otro candidato, haciéndole oídos sordos, otra vez, a cada uno de los imperceptibles susurros.

Sostenerse en las militancias del conurbano (jóvenes, municipales, sindicales, territoriales) es apelar a ese lado b, a esa información de ese clima social que siempre queda en off y después no termina en las gobernabilidades. Pero bueno, la próxima parada es el balotaje, y ahí, _...cueste lo que cueste_....




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