jueves, 6 de mayo de 2010

Colgados del tren




(Algunos esperan que, en cada estación, los viajantes se introduzcan en el tren para hacer de sus cuerpos un escudo humano de protección ante la imposibilidad de cerrar las puertas... y por esto, viajan colgados, rebalsando del tren, y desde ahí pueden trazar un mapa de cada viaje... Ocupan la posición de estar colgados en aquel viaje, y ponen su cuerpo en esta trama...
... Muchas veces, cuando los trenes viajan vacíos, o digamos, con pocas personas paradas, se pueden ver, todavía, algunos de esos cuerpos que viajan colgados del tren, como viajantes fantasmas, ángeles caídos que se suben a un tren sin saber de dónde viene ni a dónde va...)

Recogiendo Puteadas
Precariedad-violencia-autogestión a bordo.
Eran más o menos las seis, las siete de la tarde, y hacía muchísimo calor. Los cuerpos rebalsaban el tren, en su mayoría todos terminando la jornada laboral (espaldas cargadas de gritos, peleas, humillaciones; nervios en carne viva) El tren frena en la estación Paternal, y los golpes y empujones cotidianos comenzaron a irritar a todos los que colgábamos de aquel asunto. En aquella estación entró una mina con un chiquito en brazos, un pibes con instrumentos para tocar, un par de vendedores y una embarazada. Los gritos y puteadas comenzaron su sinfonía...

“Nadie deja sentar a la embarazada...
¿¡No hay hombres acá!?... La puta que los parió”...
“¿Donde esta el asiento que me corresponde?... Llevo un chico en brazos... Mira como se hacen los boludos...”
“Encima se ríen... Negros de mierda”...
“No me empujes...¿No ves que no hay lugar...?”
“Estoy laburando, señora, pare un poco”...
“Yo le dejo el lugar, pero usted es una mala educada... Yo estaba durmiendo”.

Aquellas fueron las melodías que se podían distinguir. Desde que partimos de la primera estación, se pasó de un clima cargado de silencios tensos, calor, cansancio y agobio, a una multiplicidad de descargas y gritos, interferencias y estallidos, que despertaron a todo el tren. Algunas cabezas se daban vueltas y se volvían a poner los auriculares al oído –subiendo aun más la música-; otros se reían; también estaban los que seguían mensajeando, y no faltaban los que gritaban para que los dejen dormir… Ojos para abajo, Ojos para arriba, corazones asustados, agobio y algunos murmullos... “ COMO ODIO A ESTOS.......

¿Por qué se cristaliza la bronca, se da lugar al odio hacia los cuerpos con quienes compartimos todos los días? ¿Por qué con aquellos que vivimos laburos, nos empujamos, con quienes competimos por un asiento? Viajamos doscientos todos los días en cuarenta asientos... ¿y quien debe viajar sentado, la mina con el pibe, el que viene de laburar cuarenta horas, la vieja?... pero también están los que nos mulean, tipos de trajecito que miran arriba del hombro, viejas garcas. Las mismas que en otros ámbitos nos dicen qué hacer, nos hacen ir de acá para allá, ¿No será que ahí en el vagón les podemos arrebatar algo, como sea un asiento? ¿Es una revancha? ¿O es siempre seguir metiéndole ficha al “sálvese quien pueda”?
El tren como una parada donde estamos todos en la misma, camino también a ser tan distintos… Siempre vamos corriendo tras una carnada. A los empujones y codazos, nos apuramos a llegar primero. ¿Pero seguimos el mismo anzuelo? ¿Es lo mismo ir a buscar un turno a un hospital que a una oficina, donde esperan un par de mulos para laburar y encima hacer un cafecito?

Los sincerebros
Racismo a bordo

A los empujones, haciendo fuerza, pude entrar. Me quedé retorcido al lado de la puerta. Nos fuimos acomodando. Un pibe de mochila y gorrita traba la puerta con la gamba. Del otro extremo de la misma puerta quedó un tipo alto, anteojos negros, bolsito al hombro. Por el viento que entraba, el tipo del bolsito le tira al pibe “che nene, cerrá la puerta.” El guacho ni cabida. Ni un gesto. Nada. El flaco (laburante, curtido, onda que no se come ninguna) le vuelve a decir otra vez, y frente a la indiferencia, le tira “cerrá la puerta pendejo, por que te rompo la boca”. Un hombre grande, de camisa y valija se mete, y dice “bueno, bueno, por ahí el chico tiene calor… bajemos los ánimos señor”. “Sabe lo que pasa, es un cabeza… son pendejos cabeza…” dice el tipo del bolsito mientras se toca el bocho. En medio de una nebulosa de palabras, respiraciones espesas y miradas amenazantes, se cierra la puerta.

Llega Liniers e irrumpe un remolino de cuerpos, que entran y salen. Entre manotazos, empujones, quejidos y risas, todo se acomoda. Otra vez quedo en la puerta con los otros. El pibe vuelve a abrir la puerta y sostenerla con el pie. El tren va demasiado cargado y hay movimientos, el vagón bambolea, el guacho va muy al limite... Estamos llegando a Villa Luro y se acomodan las filas para salir; en eso, hay empujones y cuando el tren esta pisando el anden, el pibe se cae. Hay gritos. El tren se para. Salgo para afuera. Muchos se dan vuelta; otros sacan las cabezas por las ventanillas. El pibe se levanto y se metió en otro vagón. Nos metemos adentro, y El del bolso tira, buscando miradas cómplices “Viste, es un negrito boludo… Está bien, por cabeza...”

Olvidémonos si hacia frío o calor, ¿Por qué siempre esta idea de que los pibes no tiene nada en la cabeza? ¿Ya una imagen de piel trigueña, oscurita, da lugar a semejante rótulo? ¿Cómo circula y se van produciendo estos estereotipos y representaciones? Siempre hablamos del poder mediático para engendrarlos, pero ¿qué pasa cuando muchas veces son fabricados por vecinos, compañeros de laburo, hasta familiares? ¿No será que no salen de la nada las etiquetas mediáticas, sino que pivotean –y obvio refuerzan- en estos ánimos y construcciones bien desde abajo? A su vez ¿Cómo cabalga el estigma? Este laburante, ¿No será también a su vez mal mirado en la gran ciudad?

Añadir vídeo
Apartando de vista
Indiferencia a bordo

Iba apretado entre la gente. Me había podido hacer un lugar entre el primer asiento y la puerta. De repente, siento mareo y como que me falta el aire. Una cosa me empieza a subir y bajar por la garganta y la boca del estómago Me empiezan a correr calores. Me saco el buzo. Se esfuman y parpadean los límites de mi entorno. Me agarro fuerte del caño de arriba y apoyo la cabeza en el brazo. Saco un libro de la mochila y me doy aire… Nadie me dice nada. No aguanto más. Me arrojo desesperado para tratar de abrir las ventanas. Hago fuerza y no puedo. Nadie nada. Ninguna pregunta. No se escucha ningún “¿Que te pasa nene?” “¿Te puedo ayudar?” “Tomá flaco, vení, sentate..” Estamos llegando a floresta. Me bajo. Me mando detrás de un árbol y empiezo a lanzar. Me sentí mejor. Espere que pase el otro tren y me baje en caballito. De ahí camine, me tome el subte a, me baje en castro barros y fui para el laburo.
¿Nadie me veía? ¿Alguien me veía y no se dio cuenta o se dieron cuenta y no le importó a nadie? Si no les importó, ¿es por que soy un “pendejo”?... ¿importó pero vale más quedarte con el asiento?… nada nos une. ¿O será que nos une que cada uno hace lo suyo y nada más que eso? Estamos todos apretados, más cerca que nunca, pegoteados casi, ¿pero qué fronteras nos dividen? Cada vez más comunicados a distancia, pero más desunidos estando cerca, uno al lado del otro… difícil que vuelva a ver a alguien con quien compartí el viaje en tren, dificil que comparta más que esa secuencia... Bastante parecido a otros lugares y escenas de nuestra vida. Lugares de paso, tránsito rápido. Trabajo, parejas, ¿Para qué tender puentes, si después se dinamitan?

La náusea, el espectáculo y la impotencia.
Criminalización a bordo

Domingo a la nochecita. Tipo 8. El tren ya había dejado atrás la estación de Remedios de Escalada. Había olor a domingo en el ambiente, a día distinto, a bajón, porque se terminó para algunos el día de descanso (mujeres y hombres con niños a cuestas, después de un día de paseo, pibes que volvían de la cancha, de alguna plaza, de vaguear por ahí…), o porque eso del “día de descanso” no ha tocado y nos desangramos como siempre en el laburo (hoy no tuvimos franco, nunca toca el franco los domingos…). La cosa es que el clima estaba raro, mala onda generalizada.
Al llegar a la estación, de golpe un pibe se dobla y empieza a vomitar en medio del vagón. Me di cuenta cuando vi la gente corriéndose. Ropa deportiva y gorrita él. La gente se corrió sin chistar… Todos sin chistar menos uno: el guarda del tren (igual de joven que el que vomitaba) corte patovica, con chaleco de la empresa ferroviaria, lo agarra de un brazo y lo zamarrea queriéndolo bajar del tren… todo acompañado de puteadas, borracho de mierda, bajate del tren, así no viajás, estás re duro… El pibe empezó a decirle “ya está, estoy bien, sólo vomité, déjame seguir que quiero llegar a mi casa…”. Estaba sereno y se lo notaba débil; ni ahí que estaba duro o que venía regalado. Pero el botón le discutía, estaba empecinado en echarlo del vagón, y le sacaba cabeza y media y cuarenta kilos de músculos; y lo peor es que tenía un handi con el que ya había llamado al policía de la estación de Lanús. Todo súper rápido.... Lo bajaron al pibe, ya resignado y sin fuerzas para plantarse, o sin ganas, o sin posibilidades…
El tren arrancó y la nausea me atacó ahora a mí, en la otra punta del vagón. Un nudo de preguntas en el estómago.

¿Por qué no salté? ¿Por qué no me acerqué e intervine en la escena, por qué me quedé flasheado pero inmóvil, como un espectador más? ¿Qué pasaba si yo saltaba? Capaz que terminaba también afuera del tren, incluso con una mano encima “por gil”, por querer hacerme el justiciero; pero capaz, en cambio, que la situación tomaba otro curso, que alguien más saltaba, que se perforaba ese manto de aceptación, ese “que termine rápido esta escenita y arranque el tren”. La duda me mataba. No la culpa. Pero sí la sensación de comprobar una vez más la impotencia y la aceptación que nos rodea, y que llevamos acuestas, la abulia que reinaba sobre todo ese vagón de tren, como una anestesia generalizada. Me dolía la impotencia, la propia, la del ambiente… Y la obviedad, que aparece siempre como respuesta inmediata: “es obvio que frente a las cosas no se pueda hacer nada”, “es obvio que si el que vomitaba no tenía esa facha no se montaba la misma escena”, “es obvio que nadie salte en esos casos, por las dudas, o porque ni siquiera le interesa saltar”, “es obvio que todos queríamos que arranque el tren y nos vayamos a casa”…
El nudo en el estómago era esa sensación de otra vez chocarme de frente con la obviedad, con la propia impotencia, con la Realidad, así con mayúsculas, así de obvia...



Gambeteando
Fugas a desbordo
En la estación de Caballito todo el mundo pasa sin boleto. A lo sumo, si hay guardas, te tirás por el costado, entre los barrotes de las rejas. A veces los sueldan, pero al otro día siempre aparece otro abierto. Es ley.
Un día me bajo como todos los días y encuentro un escenario diferente. Al costado del anden, entre las vías y otras vías en desuso, hay tipos de seguridad privada. Del otro lado de las rejas, policías con perros. Miro para adelante y en los molinetes hay varios guardas también acompañados por policías… no se puede ir por costado. Vamos hacia delante. Ya hay algunos que los separen para que paguen la multa. Miro para atrás y viene un tren. No se puede ir por las vías en uso. Empiezo a seguir la larga cola, que se bifurca en molinetes y resignado a ver cómo hago para zafar. De repente escucho el grito de una mina que viene atrás mío. Me doy vuelta y veo a un pibe que esta saltando las rejas. Los que están al costado reaccionan tarde. El pibe ya está del otro lado, en el campito. Se manda un pique a lo Messi y miran atónitos los canas. Pero uno se desprende y lo corre. Busca interceptarlo. El pibe lo gambetea. Se va para un costado, pero viene otro poli. Hay gente que empezó a gritar “¡dale, dale!” como apostadores haciendo fuerza por una fija… Amaga y se va para otro costado... El guacho salta otra reja pequeña y sale corriendo a una avenida y se va perdiendo. Los canas se quedan del lado del campito. Uno de ellos está todo rojo, bastante caliente, y la otra mira riéndose, se aprieta los labios y menea la cabeza.
En el medio de todo, hago un par de pasos más y llego a los molinetes. En medio de un aire raro, como si el salto del pibe hubiera invocado el azar, araño un boleto viejo del pantalón, que no se le nota la fecha impresa de la máquina. Se lo muestro a guarda y le digo “ida y vuelta”. Paso. Estoy adentro.
¿Qué hay en esta corrida? Qué acto salvaje irrumpió en medio de cuerpos resignados que marchaban a lo inevitable? Lo extraordinario entra en escena y hasta “el poder” no lo puede creer. ¿Cuántas veces nos encontramos sin saber cómo reaccionar frente a tantas cosas? ¿Por qué tenemos que pagar un boleto viajando para la mierda? ¿Tenemos que aceptarlo? ¿Qué inquietudes tenemos que nos disgustan? ¿Cómo hacerles frente? ¿Cómo hacer que lo fortuito, la emergencia bárbara se vaya organizando, se vuelva concreta y tome cuerpo? ¿Qué nos une con los demás? ¿Y si nos uniera esa apuesta?
A su vez ¿Cómo nos regula lo visible? ¿es el camuflaje, cuando nos atrapan los ojos o las cámaras, una fuga también? ¿Sólo resistimos saltando de la pantalla de juego, o también aprendemos a escabullirnos en ella?

5 comentarios:

Bailarina de Ciudad dijo...

Una luz se asoma por la curva que miran atentos desde lejos, una bocina penetrante se mezcla con el ruido de las vías chocando, bailando con las ruedas del tren. Una marea de personas empiezan a moverse de aca para allá. Miran hacia atras, o hacia adelante, intentan adivinar cuál es la baldoza que coincidirá justo en la puerta del vagón. Vuelven a mirar hacia atras, como si ello haría que el tren llegase más rápido. Se reubican, eligen otra baldoza. Avanzan y retroceden, se acercan y se alejan de la línea amarilla, esa línea, marca visible del lugar de espera. ¿Que esperan?
El tren se detiene, los cuerpos se rozan, se empujan para encontrar un lugar, su lugar. Ese lugar les pertenece, les es propio estén sentados o parados, en un asiento firmemente conservado durante todo el viaje, o en una puerta colgados. Algunos tardan en encontrar su lugar, miran atentos cualquier movimiento. Elaboran estrategas, siguen algunas cábalas. Pueden jugar a adivinar quién se va a bajar pronto. "Este seguro baja en Devoto", "Aquel en Saenz Peña". Otros afirman su existencia en ese pedacito de escalon que les queda libre en la puerta. El viento les pega en el rostro, saben que tienen la libertad de subir y bajar en cada estación. Son quienes dan la bienvenida a ese viaje compartido.

Un pibe bajó en Chacarita, compró una birra en el puestito y saludó a la piba de la panchería. Un código se veía en esos ojos, un instante compartido. Los dos sabían que esa birra bien fría lo estaba esperando, es el motor para el útimo tramo. Es la birra que acompaña el camino a casa. Es ese pedazo de escalon, el viento en la cara, un pucho prendido y una mirada hacia el paisaje que pasa delante de los ojos velozmente. Ese paisaje del oeste que hace a la vez de oasis en medio de las miserias cotidianas...

Colectivo Juguetes Perdidos dijo...

Muy buen comentario...
Rescatamos mucho la ultima imagen, del codigo común y el instante colectivo...
¿En estas travesías bajo la intemperie, apuñalados por la pecariedad, no podemos comprobar lo peor, pero tambien lo mejor de nosotros y nuestra época? ¿Solamente somos empresitas egoistas, peleando por una baldosa como decís, y no tambien aguante, abrazo y momento compartido?

Saludo

Bailarina de Ciudad dijo...

Empecé a escupir palabras, pensar unas líneas a partir de su respuesta. Pensé por la noche, en esos momentos de desvelo, y en mi viaje matutino bien temprano cuando aún el sol no se asomaba. Y pensé en esas dos imágenes. La primera, en ese momento previo a la llegada del tren, y en la segunda la del pibe en el escalón.

Me permito el paréntesis para contarles algo. Me pasa mucho con sus textos que frente a determinadas imágenes siento una necesidad casi inevitable de seguir pensando, repreguntándome, revivir experiencias, buscar una conexión, una sintonía. (Que puedan generar eso es increíble, es una invitación que no quiero desaprovechar)Y a partir de su pregunta pensé en algunas cosas. Primero al hablar del instante previo, el de la espera, no me refería a un momento egoísta de ver quien sube primero, o de “pelear por la baldosa” que coincida con la puerta de entrada. Por el contrario lo pensé como una búsqueda de ese lugar desde donde experimentar el momento compartido, ese abrazo que no solo se encuentra en el escalón. Que puede ser encontrado adentro, en el pasillo, en el furgón y por qué no en algún asiento. Esa es mi forma de vivirlo, al menos. Y creo que la imagen de “bienvenida” del pibe de la puerta refleja ese momento. Seguramente no supe transmitirlo de ese modo.

Por otro lado me hicieron pensar en algo y es precisamente es ese, no se como llamarlo, “momento de estación”. Me pasa en las mañanas en las que a oscuras camino, llego y me encuentro con ojos cómplices, miradas cansadas por el día que se viene. Esa mirada que nos muestra que tanto ellos como yo vamos camino a un día de laburo intenso, seguramente precario, que nos deja poco espacio para pensar en nosotros, en nuestra época. (Hoy le estoy robando esos minutos al mío ¿es mi forma de aguantar? Apropiarme de unos minutos en medio del caos del día para contarles lo que me pasa…escupirles algunas inquietudes). Entonces me pregunto qué imágenes nos llevan a pensar en el aguante en ese rato de espera. Será compartir esas miradas, algún comentario con el pibe que está cerca mío. Conocer algún “compañero de viaje” a quien buscamos al pisar el anden. ¿Sucede lo mismo a la tarde, luego el maltrato cotidiano? Y retomo su pregunta acerca de la cristalización de la bronca de algunos hacia esos otros cuerpos con quienes se comparte el viaje, y el andén. Lamentablemente dejo afuera miles de otras preguntas, pero no quería dejar de contarles esto, aunque sea velozmente. Los invito a ayudarme a seguir pensando en ese y otros momentos, y gracias por regalarnos sus textos…

Colectivo Juguetes Perdidos dijo...

Muchisimas gracias por tus palabras! Esa es justamente la idea de los pibes que venimos empujando el blog: poder ir empalmando sensibilidades, fibras emotivas y que broten imágenes, pensar, impulsar preguntas...

Sobre la imagen de la baldsosa esta bien plasmada. Pero cuando te respondía, no la pude ver asi por que esa imagen la tenga mas pegada a la autogestión. Lo primero que pienso es en la estación miserere (plaza once)a las 9, 10 u once de la noche. Los que estan afuera irrumpen con una estampida para entrar, pateando, tirando codazos para todos lados; gritos de los que se bajan, alguna risa y hasta alguna mano que se revolea que no encuentra destinatario.
Pero es verdad que también en esos momentos dice presente una mano que te recibe, una sonrisa; lugares complices entre tanto anonimato.
Ni hablar de como los escenarios van mutando a la mañana para la tardecita-noche: ahi quizá el mejor trofeo que se puede llevar "el poder" y la pregunta obligada: ¿Como jugamos con nuestra bronca? ¿Podemos hacer otra cosa? ¿Como sería?

Pero afirmando algo que decis, estando inmersos entre tanto ir y venir, codazo, miradas perdidas, indiferencia, nos hayamos conectado en este lugar, dándole tiempo (mercancía que cotiza bien alto) es cierto, tiene algo de aguante. El blog es para nosotros eso. Un territorio fantasma, una estación perdida, donde los cuerpos apurados y cansados de la ciudad se pueden encontrar.

Un abrazo y seguimos en contacto

Vera dijo...

Qué fuerte colgados del Tren, y hermosos comentarios de la bailarina, es cierto que pasa eso a leerlos, la mente sigue maquinando, encontrando respuestas y más preguntas, buenísimo!!!
Brindo por los trenes de esta estación perdida, y que nunca nunca pase el chancho!