martes, 10 de marzo de 2009

Los Antipibes


Acercándonos a los últimos días del año, nos encontramos con un nuevo aniversario del acontecimiento-Cromañón. Interfiriendo los sonidos de la “alegría social” de las festividades de fin de año, regresa el ruido mudo, la música silenciosa del horror y la desesperación que trae aparejado el recuerdo del suceso. Sabemos –sobre todo en estos días que se caen del año– que es inevitable que nos asalten las imágenes del horror, la muerte y la ausencia. Pero también estamos convencidos de que estamos obligados a pensar este acontecimiento generacional, en cada uno de sus retornos –siempre desbaratadores, por cierto–. Cada vez que el acontecimiento-Cromañón asalta el presente de nuestras vidas cotidianas, debemos convocar a nuestras fuerzas y a nuestras sensibilidades para pensarlo, para ponerle nombre. Esta nueva conmemoración nos encuentra inmersos en un creciente clima anti-pibe. Nos referimos a un clima en donde impera la lógica de la criminalización que ya estaba presente, junto a otros discursos, en el poscromañón.

Tanto desde los medios de comunicación, como desde determinados niveles del poder, se está llevando a cabo un bombardeo sistemático sobre la necesidad de “bajar la edad de imputabilidad a los menores de edad”, “agilizar los procesos judiciales para que los delincuentes no entren por una puerta y salgan por la otra”, “combatir al paco, y a las diferentes drogas que producen delincuentes”, etc. Toda una artillería social que apunta con su mira a un objetivo infalible; los pibes (sobre todo los “pibes del conurbano” y de los barrios bajos de la capital).

Sin esquivar las interpelaciones de la cruda realidad, que nos muestra una violencia social muchas veces protagonizada por jóvenes, no podemos dejar de ver todos los mecanismos de control social que se ponen en juego detrás de esta producción incesante de una imagen-icónica difusa sobre “el joven violento”, irracional, criminal, sociópata.
Se presenta a los pibes como animales rapaces, incapaces de cumplir cualquier promesa social, incapaces de mantener cualquier tipo de convivencia social, únicamente impulsados por instintos. Todo el tiempo un ritornelo incesante nos asalta: “menores que protagonizan secuestros”, “pibes que matan por un celular”, “chicos que se drogan y matan sin motivo”, “jóvenes que se enfrentan a la policía”, etc, etc, etc.

Pareciera que la sociedad argentina está realizando una movilización total de sus fuerzas y de sus deseos oscuros de represión contra los pibes. Toda una milimétrica coordinación de miedos y angustias que apunta a aniquilar, a limpiar de nuestras calles y nuestros barrios a lo peligroso, a lo incómodo... Y los protagonistas de muchos de estos estigmas son los pibes, los jóvenes pertenencientes al conurbano bonaerense y las barriadas pobres. Esto lo vemos en las publicidades (que nos muestran a pibes robando celulares, forzando puertas de tranquilos y reconfortantes hogares, intentando colarse en un edificio de gente civilizada), en los noticieros, en los diarios, en los discursos de muchos políticos pero también en las calles, en los mismos barrios, en nuestros propios vecinos.

Vivimos en una sociedad enferma. Una sociedad esquizofrénica que concibe al joven como el signo primordial del consumo, como el “divino tesoro”, pero que también lo presenta como un peligro para la vida pública-ciudadana-civilizada. Un joven violento, riesgoso, temerario, al cual es necesario combatir, y sobretodo penalizar. Para posteriormente arrojarlo al depósito de desechos sociales de las sociedades contemporáneas: las cárceles. Allí dentro, la mayoría de la población la constituyen precisamente los jóvenes. A la par, las publicidades y las cárceles están llenas de jóvenes.

Pero esta esquizofrenia conlleva un mal mayor, que es el neofascismo: una trama de oscuros, intrincados y ocultos sueños y deseos de muerte hacia los pibes, que encarnan la figura de lo peligroso, lo desbaratador, lo discordante. Grandes porciones de nuestra población desea una sociedad ordenada-profiláctica-aséptica, una sociedad “segura”, en “paz”, plagada de infinitos sheriffs “afilando sus guadañas”, esperando a los cuerpos jóvenes escondidos en la sombras de cada esquina y de cada calle suburbana. Esperando que el pibe caiga en su trampera.
Sueños fascistas dispersos de a montones en nuestra sociedad, que se babean por ver linchamientos-luminosos. Una nueva versión de los linchamientos y diferentes tipos de persecución y punición pública de antaño, donde estas muertes –cuyas primeras victimas serán los pibes– serán televisadas a escala global o colgadas inmediatamente en la Internet.
La alianza entre criminalización y espectáculo de la muerte nos mostrará en breve a conductores de programas masivos de televisión invitando a los concursantes a “juzgar y linchar por un sueño”, a “asesinar por un sueño”. Un gatillo fácil masivo y televisado. No estamos muy lejos de programas de entretenimientos en donde los concursantes deban dispararles a pibes que se esconden entre las laberínticas calles de los barrios periurbanos, o de audiencias masivas felices de ver al caño del streap-tease junto a un patíbulo, en donde el pibe menos votado del tele-voto deberá sufrir la pena del ahorcamiento, todo bien auspiciado y bien iluminado.
Hoy en día una gran parte de la sociedad retomó un poder de policía por fuera de los mecanismos del Estado, basado en la denuncia y el linchamiento, con claras intenciones de hostigamiento y aislamiento de los pibes, creando inseguridades, administrando miedos. Tanto en “TN y la gente”, el “mapa de la inseguridad”, y los micro-linchamiento barriales, se responde a esta lógica de retomar el poder policía en las manos de la “gente”, “blanca y argentina”, los “buenos vecinos”.

En vísperas de un nuevo aniversario del acontecimiento-Cromañon, no debemos dejar de pensar como actúa esta lógica anti-pibes, que criminaliza a los jóvenes, que los convierte en vidas indignas, en vidas que pueden desaparecer de un día para otro, en muertes no importantes.
El racismo anti-pibe como forma de leer nuestros acontecimientos, muestra hoy no solo una movida muy fuerte por parte de medios de comunicación, intelectuales, organizaciones políticas, personajes nefastos, etc., de culpar a los pibes, sino que al mismo tiempo criminaliza nuestras fiestas, nuestras formas de vida, nuestros símbolos y nuestras calles. Una criminalización basada en claros presupuestos de que somos vidas bárbaras.

Nuestro desafío es pensar este contexto de criminalización, esta lógica que se articula con los discursos de la inseguridad y que opera estigmatizando cuerpos, gestos, zonas de la ciudad, lenguajes y vestimentas. Pensarlo y crear lazos que se le opongan.

Todos las puteadas y bronca que exhalamos cuando escuchamos estos discursos deben obligarnos y movernos a pensarlos. No podemos aceptar la idea de que los pibes somos porquerías peligrosas, sino recuperar un montón de experiencias de los jóvenes que venimos aguantando al maremoto de precariedad e incertidumbre que es nuestra vida. Por eso este cuarto aniversario del acontecimiento-Cromañón nos debe impulsar a pensar cómo gravitan los discursos criminalizadores, pero también a resistir recuperando la solidaridad de los pibes que dieron su vida sacando a sus amigos entre el humo y la ceniza.
La criminalización y el racismo es una de las múltiples pantallas de juego que existen en la actualidad, una temperatura de época que debemos revertir. Y el primer paso, quizás es no ser nosotros mismos anti-pibes, y así poder valorar nuestras formas de vida, reflexionar desde ahí, criticarnos desde ahí, sabiendo que nosotros llevamos en nuestras manos esa bomba de hoy y que esquivamos las miras, y que en ese vivir creando refugios, resistiendo implosiones, está el saber más preciado, la información que nos permite construir un escenario en el que de alguna manera estar a salvo de las miras del cañón. El que no salta es un botón: así parecen estar distribuidas las cosas hoy en día. ¿En que momentos nosotros mismos hacemos carne ese poder de policía y en que momento, en cambio, saltamos, ponemos el cuerpo y vivimos como pibes, afirmándonos? Una vida clausurada en cuevas digitales, rodeada de escuadrones tecnológicos de denuncia y linchamientos, o una vida esquivando las miras, apostando a la calle, al encuentro con los otros, y a que muchos saltos hacen un cuerpo más grande, más fuerte...

Colectivo Juguetes Perdidos
Diciembre 2008

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