El Colectivo Juguetes Perdidos presentó los tres libros publicados en el 2023: “Implosión. Apuntes sobre la cuestión social en la precariedad”, “Rima pa los compas. Rap / conurbano / memoria” y “Saldo negativo. Crónicas del Conurbano 2013-2023”. Además de las palabras de los autores Leandro Barttolotta, Ignacio Gago y Gonzalo Sarrais Alier, la charla contó con las intervenciones de Diego Genoud, Verónica Gago, Ignacio Portela y Mauricio Polchi. A continuación, la transcripción de la presentación que se realizó el 17 de noviembre de 2023 en CaZona de Flores, en la víspera de la elección que llevaría dos días después a la presidencia a Javier Milei.
Ignacio Gago:
Son tres libros escritos
en tonos diferentes: cada uno con formas de producción distintas pero que
responden a una máquina de investigación, que es Juguetes Perdidos, y a esta
apuesta por intervenir, por abrir la pregunta sobre qué es escuchar, qué es
leer lo social.
Y lo hacemos probando
distintos lenguajes, mezclando campos diversos, saliendo de los guetos para no
hablar siempre entre nosotros, haciendo alianzas con distintos sectores y
movidas. Hemos hecho en estos 15 años alianzas insólitas y otras no tanto.
Tenemos derrotas y fracasos políticos también.
No solo escribimos libros,
no es solo la alianza con pibes y pibas: también con trabajadores sociales,
vecinos, militantes, instituciones. Estos tres libros son producto de todo ese
recorrido.
Y nos interesa hacer este
aporte sobre todo en momentos como estos en que las cosas se picantean y está la pulsión de querer
comprender todo de golpe.
Acá van a encontrar una
temporalidad de mirada y de escucha un poco más larga, evitando la trampa de
querer comprender todo de cero o hablando el lenguaje de la obviedad y de la
época.
Cuando las papas queman es
fácil caer en etiquetas, en diagnósticos. Estos libros no son eso ni fotos de
cómo está lo social hoy. Son una cartografía y un registro de procesos.
Son investigaciones que
cristalizan en libros, pero para nosotros los libros nunca son el final de nada,
sino que son parte de esta máquina. Con los libros empiezan cosas, están
abiertos, no quieren explicarlo todo. Por eso decimos que son para el karaoke:
están hechos para agarrar, intervenir, continuar. Los libros son una excusa, no
queremos fetichizar tanto en la escritura sino tenerla como excusa de
intervención.
La pregunta central es
cómo escuchar lo social, cualquiera sea el registro (ensayo, crónica, apunte).
Compartimos estas investigaciones, pero no nos compramos el rol de
investigadores ni mucho menos académicos. Está más vinculado a una apuesta, por
lo general a pulmón, sin financiamiento, tracción a sangre.
Leandro Barttolotta:
Son libros en movimiento.
Hay un ciclo que va de la producción a la circulación, de ahí vuelven las
preguntas que a su vez reabren el ciclo de producción.
Más allá de la
singularidad de cada libro, del tono, del enfoque, del lugar de enunciación,
del género, intentamos que haya una producción de una sensibilidad en común.
No son menores estos 15
años de autogestión: pesan en el cuerpo, en los tendones, en la sangre. ¿A qué
institución le robás tiempo para poder producir?
Hay una condición de época
que es pensar mucho cómo se lee, desde qué condiciones. Se piensa menos cómo se
escribe, quién, en qué condiciones. A veces conquistarse un tiempo de escritura
en un calendario ajustado implica tener que lidiar con el prestamista de tiempo
biológico, que es el más feroz de todos, porque en algún momento te cobra los
vueltos.
Siempre tenemos la
pregunta íntima de quién nos lee, para quién escribimos, qué repercusiones
tiene, cuál es el eco.
En estos 15 años está muy
presente qué implica una cartografía o una sociología anímica de las mayorías
populares con todas las transformaciones, con todo lo que sucedió en términos
del ajuste, de la inflación como guerra contra esas vidas.
Con respecto a eso, hay un
recuerdo inevitable de 2019, cuando sacamos el libro La sociedad ajustada y uno de los efectos fue que parecía que
mencionábamos algo que no había que decir. La sociedad ajustada era el pasado y
empezaba una etapa nueva. Pero el libro trata sobre qué sociedad había dejado
el macrismo, qué mutaciones había, qué preguntas quedaban, cómo seguir
investigando esa genealogía de la precariedad argentina. Entonces sentimos que
no se había leído por anacrónico, por extemporáneo. Estos tres libros continúan
esa línea de transformaciones, que muchas veces son ruidosas o tienden al
régimen de obviedad, pero a veces son silenciosas e implican otro tipo de
escucha, una apuesta a otro tipo de lenguaje, otro modo de acercarse.
Si te acercás con
expectativas y con cierto tipo de lenguaje un poco torpe (como el del
diagnóstico), a veces arruinás y no podés escuchar eso que susurra y viene con
una pregunta inquietante, que te saca de los lugares comunes.
Gonzalo Sarrais Alier
Comparto algunas variables
para pensar estos tres libros que son una estrategia colectiva:
La cartografía de estos
libros tiene un diálogo con la gobernabilidad. Hacer una cartografía es
intervenir sobre los territorios. Y una sociedad ajustada está a su vez más
movilizada, en movimiento para agarrar más laburos, gestionando más cosas. A
nosotros también nos pasa en nuestras vidas, mientras las vidas populares que
investigamos se mueven, cambian. Cualquier dispositivo que uno piensa
territorialmente, cuando llega ya funciona diferente.
Pensamos los libros en esa
ecuación: cartografía e intervención concreta de la realidad. Son tres libros
que mapean un pulso social y nos preguntamos cómo pueden llegar a ser
herramientas para una política.
Nosotros pasamos por el
borde o fuimos trabajadores de algún dispositivo y nuestros mapeos se
encuentran con fronteras todo el tiempo para llegar a diagnósticos públicos o
militantes. La vida en la precariedad totalitaria genera fronteras todo el
tiempo.
Estos tres libros buscan
conectar esas experiencias, esas fuerzas sociales con otras. Y en ese aspecto
hay mucho de derrota.
A la escritura le cuesta
llegar al tono de lo que está pasando y que sea transmisible.
Los tres libros buscan
conectar el hecho de qué es investigar hoy políticas concretas. No son libros
para percibir mejor lo que está pasando en el conurbano o con los jóvenes. Con
la cartografía uno se encuentra con fronteras y ahí se da cuenta que hace falta
investigar más lo social.
Se puede pensar estas tres
publicaciones con dos variables: la temporalidad y la espacialidad. Para
cartografiar hay que moverse y hay que estar lo más conectado posible a ese
continuo vital. ¿Cómo hacer eso sin estar cansado o quemado para poder escribir
informaciones para pensar cómo estamos viviendo?
Diego Genoud:
Sigo los textos de
Juguetes Perdidos, con quienes coincido mucho. Cada vez soy menos permeable a
contenidos que en teoría hablan de nosotros
los buenos que estamos en contra de los malos, los fachos, el autoritarismo, la
derecha. No me siento convocado por esos discursos progresistas aunque mal
podría decir que no lo soy.
En Implosión hay un trabajo (lo cual es un montón), una búsqueda, una
indagación, un lenguaje que me seduce, hecho de muchas cosas que hace que me
resuene de otra manera.
Tienen un gran esfuerzo
militante y una escucha que no oye solo lo que quiere escuchar. Escapar del
algoritmo de nuestra conciencia progresista, de nuestras taras, de nuestros
miedos, de vivir a la defensiva, de vivir siempre tratando de evitar lo peor.
Esto va por otro lado y
tiene más que ver con nuestro deseo de tener un diagnóstico lo más preciso
posible de cuál es esa realidad que se nos escapa, muchas veces por nuestra
posición privilegiada de clase media o intelectual.
Estamos lejos de eso con
lo que queremos empatizar. Pensamos que esa gente que vive en la base de esa
sociedad ajustada, que es la que sufre la guerra inflacionaria, piensa como
piensan los progresistas.
Acomodamos todo el tiempo
el discurso de los sectores populares a una elite que habla en nombre de los
buenos. Y puede haber una buena conciencia, pero vive en otro mundo y tiene
miedo de expresar el malestar y barre bajo la alfombra.
El trabajo de Juguetes
Perdidos va por otro lado.
En cuanto al fracaso que
mencionaban, es así: el cuero cada vez más duro y viéndose fracasar en las
alianzas, en las apuestas, en las energías, pero es lo que vale la pena, lo
único real.
En el prólogo de Implosión cuentan que es una idea que
vienen trabajando hace diez años. Yo, que vengo muy metido en los nombres
propios de la política televisada pero hago inmersiones en otros mundos,
pensaba en esa década, que es el tiempo que el kirchnerismo viene dando
síntomas de agotamiento. Y de repente aparece Milei o la ultraderecha y pienso
que hace diez años que nos hacemos los boludos.
Por eso destaco todo
trabajo que dé cuenta de esa precariedad, de esa implosión como revés del
estallido, como estrés que vive cada uno como puede.
De repente vemos que la
democracia está en peligro, pero decirlo no da cuenta del retroceso como
política. ¿Cuál sería la política que nos unifica? El retroceso. El costo de
soportar, de bancar algo agotado sin poder imaginar otra cosa, tiene un efecto
radioactivo en el cuerpo.
No podemos dar cuenta del
malestar. Viene el fascismo y da cuenta del malestar mejor que el progresismo,
¿cómo es posible?
Este libro es una
cartografía de lo que pasa en la base social, pero tiene un correlato con la
superestructura. Y el progresismo está en el poder, es una forma de poder que a
veces no puede dar cuenta del drama en el que estamos inmersos.
Cuando uno defiende una
democracia vacía que incumplió todas sus promesas, un Estado lleno de
dificultades (al que creo que hay que defender), o una política que no tiene
nada que ver con las necesidades de las mayorías, nos estamos cavando la propia
fosa.
El libro es un insumo
vital actual para mirar esa sociedad y mirarnos entre nosotros. ¿Por qué no
podemos dar cuenta de esta sociedad ajustada, precaria, en guerra
inflacionaria, que es la guerra del poder contra los sectores bajos?
Implosión es una
invitación a un sinceramiento en base a un trabajo de indagación. No es un
pensamiento desde la silla, sino que va a buscar, que cuando llegaste ya
cambió, que implica un gran esfuerzo.
Ignacio Portela:
El formato libro existe. Saldo negativo lo demuestra: esas
crónicas quizás podrían estar en otro formato (radio o tele), pero no sé cómo
funcionarían. Leandro se mete con las laburantes de salones de fiestas
infantiles, en una carbonería, sigue a un youtuber del conurbano, habla con los
policías (“los pitufos azules”). No le veía otro formato que no sea el libro. A
principios de los 90 Fabián Polosecki hizo un registro de estos “seres
anónimos” que atravesamos todo el tiempo, desde el lugar de ir a escuchar. Y
uno de los éxitos de las crónicas de Leandro es que va y escucha, no baja
línea, no pregunta para sostener una idea previa. Hace un registro, una
fotografía del momento que arroja datos de un momento histórico (como el
principio inflacionario de 2013 que hoy suena a chiste).
Al libro uno lo agarra, se
lo lleva a viajar en tren, lo regala, lo pispea antes de dormir. El formato
tiene vigencia. Y estas crónicas tienen el tiempo necesario para salir de la
coyuntura. Hay una realidad que cambió en estos diez años de manera increíble.
No hace falta que aparezcan nombres de políticos. Aparecen historias, vidas,
profesiones. Y con eso alcanza para saber de qué época se trata.
Es un libro que sirve para
discutir, para conocer. Y lo hace desde su lugar, desde un conurbano que no
visita, sino que habita. Escribe desde un lugar donde lo extraordinario es lo
cotidiano. Hay discusiones muy genuinas sobre lo que le pasa a la gente. No
mete el discurso para querer contar la vida de los demás o lo que nosotros
queremos contar.
Leandro no es un cronista
que te cuenta cómo es la vida del conurbano, sino que te acompaña de la mano a
mirar qué pasa, qué percibe, qué le cuentan, qué recuerda.
El libro es una invitación
a repensar la última década, los cambios, qué es lo popular, qué discusiones
nos sorprendieron, pero estaban latentes.
Mauricio Polchi:
Siguiendo con las
transformaciones de los territorios, Gonzalo llegó al barrio con la intención
de armar una revista, un taller de escritura y terminó grabando videoclips de
rap. Esa es la dinámica del barrio y también de los laburantes sociales, los
talleristas. Es lo que no se aprende en ningún centro de estudios.
Rima pa los compas
es un libro vital para todo el que quiera formarse en este oficio, en estas
batallas que damos cuando nos metemos en las barriadas a interactuar con la
comunidad. También para entender cómo desde esas intenciones buenas y
saludables podemos romper las fronteras.
Imaginemos lo que son esas
fronteras en esos barrios del conurbano bonaerense para pibes que quieren hacer
rap y encuentran infinitas dificultades desde que nacieron. Esto abre un debate
sobre la meritocracia también.
El libro hace mención al
Halabalusa, una competencia de freestyle histórica. Justamente ayer Bizarrap
ganó un Premio Grammy y dedicó el premio al Quinto Escalón y al Halabalusa. Lo
menciono para ver cómo un pibe que visitaba esos territorios, que curtía esa
onda en el mismo período, ayer ganaba un premio internacional al lado de las
figuras más grande de la industria, mientras los pibes que aparecen en el libro
hacen zanjas en los barrios. Esto lo podemos ver gracias al laburo del libro.
El libro me atrapó porque
yo soy, nací, me crié, me curtí en el conurbano, en Isidro Casanova. El libro
es más del Sur y describe muy bien esa vida, esas cotidianeidades que van desde
compartir un asado con las familias de los pibes a toparse con situaciones
hostiles. Que el rumor del barrio te involucre en algún conflicto y cómo uno va
sobrellevando esas vivencias, conviviendo con ellas.
El libro es mucho más que
una experiencia de un taller de rap o una cartografía de grupos del conurbano.
Va mucho más profundo sobre las vidas de esos pibes, las dificultades, las
familias complicadas, la baja inserción en el mundo laboral, las fronteras para
desarrollar sus ideas y sueños, son barreras que no pueden sobrellevar.
Rima tendría que
ser un libro presente en la formación, porque te da detalles de todas las
trabas burocráticas que tenés para conseguir recursos, las trampas del Estado,
los engaños de las autoridades, cómo convivir con los sueños de un pibe que
anhela que llegue la cámara que le prometió el funcionario de turno y pasan los
meses. ¿Cómo sostenés un sueño que se cae, se deteriora, se rompe?
Verónica Gago:
Soy admiradora del trabajo
de Juguetes Perdidos desde hace muchos años. Quiero comentar en particular
algunos ejes de Implosión, que es
súper oportuno. Lo vienen trabajando desde hace años pero también es hiper
coyuntural. Interviene en la coyuntura y a la vez muestra un hilo de
pensamiento e investigación que tiene mucho detrás y arrastra mucha práctica y
reflexión.
Me parece que el trabajo
de Juguetes Perdidos es de sociólogos de la universidad pública que han optado
por seguir siendo sociólogos siendo trabajadores y no investigadores
académicos. No dejan de lado la sociología, que es evidente que les interesa
(hay un diálogo permanente con sociólogxs), pero a la vez no es sinónimo de
academia. Esa tensión es interesante y se nota en la práctica misma de la
investigación y la escritura.
Esto les permite un tipo
de interioridad con uno de los conceptos que más han trabajado: la precariedad.
Desde su propia historia e inserción en trabajos, en vínculos, en
instituciones, la cuestión de la precariedad es un registro personal. No es de
pura exterioridad.
Condición de posibilidad
de ciertos modos de vida, espacio común compartido hoy en la ciudad y, a la
vez, autorreflexión sobre sus propias trayectorias vitales de investigación y
lectura.
Esto hace a la precariedad
mucho más rica que si decimos “vamos a investigar en el marco de la precariedad
o de la precariedad de otrxs”.
El otro punto que quiero
remarcar es el de la cuestión social.
Hay una referencia muy interesante de la investigadora Hilda Sábato que dice:
“El nombre de la cuestión social en Argentina surge a principios del siglo XX
como un problema de razón de Estado”. Esto tiene que ver con cómo nombrar de
manera oblicua el problema del movimiento obrero anarquista. Es un concepto que
surge de una preocupación de orden y control en un momento de consolidación del
Estado y de una manera de tratar de ordenar ese sujeto rebelde.
Toda esta dimensión de la
cuestión social ha sido una suerte de narración de la descomposición del sujeto
obrero. Desafiliación, desciudadanización, desalarización. Siempre por el lado
de la negatividad de cómo se ha ido desarmando ese sujeto obrero que alguna vez
fue una preocupación de razón de Estado.
En el trabajo de Juguetes
Perdidos hay un desplazamiento. No se ocupan de la dimensión de razón de Estado
ni de una suerte de nostalgia de cómo eso desarmó, sino que están tratando de
entender la cuestión social (también en términos sociológicos), pero desde un
punto de vista de cómo eso produce hoy una fenomenología de lo que vibra, lo
que susurra, lo que persiste.
Tienen conceptos muy
interesantes sobre una suerte de vitalidad oscura, de un intento de progreso
que busca hacer vidas mejores en condiciones muy críticas. Dan vuelta la
cuestión social, lo cual es fundamental.
Fuera de esa preocupación
del orden, aparece la cuestión de lo anímico. La materialidad de lo anímico
como parte fundamental de lo que entendemos hoy como subjetividades políticas:
el cansancio, el miedo. Distintas maneras de hacer una sociología anímica de lo
que hoy ellos llaman vidas ultraprecarizadas. Y esto pone una dimensión
sensible a la investigación, esa especie de dedicación en la escucha: es un
libro súper sonoro. Sobre qué es escuchar y también sobre lo que no se escucha
cuando se escucha. No se trata de agudizar la percepción, sino más bien de qué
se escucha y cómo esa escucha está obliterando otras que no escuchamos.
Sobre el concepto de
implosión, tan debatido y ajustado en el último tiempo a caracterizar el des
ocultamiento de la violencia: en los últimos años hubo en distintos espacios,
vínculos y territorios un fin de la mediación que permitía gestionar más o
menos esas violencias. Hay un des ocultamiento de las violencias radical y eso
permite otra geometría para pensar cómo aparecen esas violencias.
La dimensión de implosión
es un reconocimiento de esas violencias escuchándose, haciéndose oír y, a la
vez, tratando de producir otra geografía. En ese sentido el libro responde muy
bien a una pregunta que anda dando vueltas hace mucho tiempo, que es ¿por qué
la sociedad argentina no estalla como lo supo hacer en 2001 o en otros
momentos?
Esa idea de estallido, tan
importante en el estudio de los movimientos sociales, de la protesta popular,
supone toda una geometría, todo un modo de la protesta, una forma de leer lo
que se enuncia como político, que en la dimensión de la implosión requiere
pensar todo de nuevo. Y responder al por qué no estalla con “está implosionando
de distintas maneras”. Como dicen ellos: eso que suena es la sociedad
implosionando. Lo que el libro pregunta es por qué eso no lo estamos pudiendo
escuchar. Se corre de la idea de estallido más reconocible.
Además creo que ellos
tienen un relación amor-odio con el estallido de 2001, que sirve de pared con
la que discutir. En este libro pasa a ser una referencia subterránea y más bien
hay una especie de presentismo con la dimensión de implosión. ¿Por qué no
estalla? Es reemplazada por ¿cómo está implosionando? Es un pasaje muy
importante.
Para terminar, decir que
se siente en los libros que son investigaciones en proceso. Por algunas pistas
abiertas nos podemos imaginar una escritura en flujo (crónicas,
investigaciones, apuntes) que ya está augurando futuras escrituras.
Leandro Barttolotta:
Cuando fue el comienzo de
la cuarentena por el Covid recuerdo que empezaron los rumores de que en el
conurbano había saqueos, que se pudría todo, que estallaba. Nuestra percepción
era que no pasaba por ahí, más allá de saqueos menores y rumores. Lo que pasaba
era otra cosa. Retomando lo que decía Vero, lo que estaba operando era un punto
de vista de Estado encarnado en cierto sistema de expectativas militantes de
que se venía el caos, el estallido. Había una visión más de conurbano anómico
que anímico. Esta diferencia de percepción, de escucha de lo que pasa siempre
fue un tema para nosotros. En ese momento nos preguntábamos más por las fuerzas
anímicas, por todo eso que se metía para adentro con la cuarentena, más que
inmediatamente ir a buscar editoriales o cronistas del saqueo.
Nuestro lugar de
enunciación generacional se inaugura en 2004, post Cromañón. Y un poco antes
también, entre 2001 y 2004 son años que nos marcaron mucho a nivel subjetivo,
biográfico, laboral, de inserción en la sociedad adulta.
No quiero dejar de
mencionar una escena fresca, reciente: en un aula un pibito contaba que atendía
un kiosco y escuchaba a los clientes tirando la bronca y él no decía nada. Así
todos los días tragándose todo. Ese pibe es un votante de Milei. Son pibes que
no se pensaron como pibes, no se los piensa como laburantes y ahora se los
quiere pensar como votantes.
Yo subrayé dos palabras
del pibe: atender y silencio. Nada de sonrisa obligada por el patrón. Atender y
silencio, seguir en la suya. Y así continuó: fue al cuarto oscuro, votó y nos
atendió a todos.
Antes de escuchar qué hay
detrás de esos umbrales de silencios, susurros o balbuceos, tendemos
inmediatamente a bajar línea. En cambio podemos ver qué hay detrás, qué niveles
de sufrimiento y drama popular están detrás de ese silencio.
Nosotros siempre
intentamos partir del conurbano bonaerense o del país popular, de ver qué
pasaba con el ajuste y desde ahí ir pensando la región y el mundo. Pero siempre
buscamos partir del lugar concreto, de la escena de este pibe en el kiosco.
Desde ya que luego se conecta con agendas globales, con discursos de
ultraderecha y hacen máquina.
Lo que está en riesgo es
la escucha sutil, artesanal de los dramas populares. Son cada vez más
inaudibles, están cada vez más sumergidos detrás de otros lenguajes,
expectativas, agendas, riesgos y amenazas.
La victoria de Milei puede
ser un organizador estatal de todos esos pequeños terrores. Una máquina de
gorra que toma el palacio. A su vez, expone toda la precariedad y propone
habitarla únicamente desde la disputa, desde la violencia, desde el
enfrentamiento. Puede intensificarse la belicosidad sin pensarse, se pueden dar
por sentadas disputas en el mundo popular siempre presentes.
Cuando se pierde la
realidad efectiva el problema es que dejan de verse las disputas, las
jerarquías y las violencias al interior de ese mundo popular. Entonces te
quedás en representaciones y aparecen pueblos imaginarios. Cada quién con su
pueblo imaginario.
Nos parece que la economía
de atención para esos dramas populares se ajustará también.
Por último, sin desconocer
la sociedad argentina, sus sorpresas, enigmas y sus músculos de resistencia,
sabemos que se va a intensificar lo social implosionado. Puede o no haber
estallido, pero las réplicas van a intensificar lo social implosionado. Y en
muchos casos ocurrirá sin la investigación concreta para entenderlo. Las
réplicas vienen con un montón de oscuridades que hay que pensar: violencias
inquietantes, letales, perturbadoras que están en los pliegues de lo social
implosionado, en los rellenos de esos cables de alta tensión que no se sabe qué
tienen adentro, fuerzas anímicas materiales de una sociedad cansada antes que
derechizada.
¿Qué pasa que cada vez se
matan más pibes, que andan cada vez más arruinados? ¿Qué pasa cada vez que
tomás el tren, se interrumpe por accidente y resulta que es alguien que se tiró
a las vías? ¿Y qué pasa con los insultos de los pasajeros al tipo que se mató
porque interrumpió el trayecto? ¿Y qué pasa también con el cono de silencio,
preocupación y angustia que se arma últimamente alrededor de esa situación? No
es menor: de la crítica y el sigamos, de la hipermovilización a un silencio
espeluznante.
Nuestra preocupación es
que haya aún menos espacio en la economía de la atención pública para las vidas
heridas. Hay una fenomenología de las vidas precarias que se va a interrumpir y
de repente se pasará a cierto régimen de obviedad donde será muy difícil
perforar ciertas capas para investigar la sociedad ajustada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario