Verdugueo gendarme en los
barrios del conurbano
Rubén ya lo había murmurado dos o tres veces,
pero había pasado... Hasta que lo tiró más alto cuando un par estaban dando
vueltas alrededor del mapa que estaba ahí en la pared: ¿Quién lleva la gorra hoy? (era la pregunta de invitación al
Taller, que le había quedado dando vueltas). Y esta vez se auto responde y lo
escribe en el pizarrón como sentencia: Los
loros. Así comienzan la discusión sobre los gendarmes en el barrio.
Te
descansan, te re verduguean amigo. Se la pasan jodiendote. Buscandote causa. Te
paran corte re violento y te revisan a ver si tenes fierros, pero no es que te
piden que te levantes la remera o que te apoyes contra la pared y levantes las
manos, te cazan a los empujones, te empujan y te cagan a patadas y a palos.
Están re locos. Los pibes empiezan a contar anécdotas y escenas rutinarias de intervenciones
gendarmes, se alternan en el uso de la palabra, por momentos los relatos son
veloces, es una única voz-queja sobre los verdes, que lideran cualquier ranking
sobre lo más odiado por los pibes en los barrios.
•
Pero hay otra secuencia que también se repite;
de repente uno, casi siempre el más grande, se desdobla, se parte en dos:
“¿Pero entonces se tendría que ir la gendarmería?” No, ni ahí, si estamos tranquilos. Bah, nos re verduguean pero estamos
más tranquilos”. Gran síntensis de la ambigüedad y complejidad del asunto. Sabés lo que pasa perro (el perro mareño
se volvió berretín suburbano…), yo tengo
tres hermanitas y los zarpados se re cagan a tiros entendés, y mirá si una bala
le pega a mi hermanita.
Con los gendarmes por ahí, las bandas, parece,
ya no se agarran a los tiros con la misma facilidad, y esa “paz” es la que mantiene
a nivel sensible a los gendarmes en el barrio.
•
También
a veces te verduguean porque te da risa…, “¿Cómo? ¿Qué da risa?” Y… por ahí por cómo hablan… viste que son
colombianos y paraguayos todos, y te hablan raro viste, ‘me le vas a dar el documento’, ‘que le haces acá’”. Explotan las risas.
Son
extranjeros (los pibes lo dicen convencidos). Hay algunos gendarmes japoneses creo. Y a los de la Fuerza que son de acá los mandan a otros
países. No hay dudas, son extranjeros. No vale la pena, porque realmente
no aportaría nada, explicar pedagógicamente que la Gendarmería debe ser una de
las primeras instituciones del Estado-nación, precisamente la encargarada de
definir y proteger las fronteras del país (es llamativo como ahora su rol mutó
en demarcar las fronteras de las villas del conurbano y sobre todo
rastrillarlas).
No vale la pena, porque los pibes saben de lo
que hablan: detrás de la “confusión” hay una lúcida percepción del accionar de
los gendarmes que no te entienden cuando
les hablás, y yo tampoco a ellos, que hablan gracioso. Un malentendido, por
otra parte, muy productivo (para los controles gendarmes): funda la experiencia
de los peajes y de parar a cualquiera y a cualquier hora. Con la inmunidad de
un ejército de ocupación. A mí me paran
todos los sábados, estamos en la esquina, tomando algo y enseguida vienen y
buscan causa, por ahí estamos con un fernet, con una fogata y rompen las bolas.
Los chabones vienen a joder. Y corte que yo vi a algunos en orsai eh, sabes el
humo que sale de adentro del patrullero, yo vi a algunos fumando, escabiando,
un par de veces nos pararon re duros los chabones.
•
La risa de los pibes como desencadenante del
verdugeo; como gesto desafiante y descreyente de aquel momento; develadora del
trasfondo tan absurdo como violento de la puesta en escena de la Gendarmería en
el barrio, de la desubicación de los
extranjeros: La otra vez pararon al
hermanito de ella, re pibito, ¿qué podía estar haciendo?, lo pusieron contra la
pared, los pibitos estaban jugando a las bolitas y se las sacaron… ¡después le
dijeron a la madre que eso podía ser usado como un arma! Un estallido de
risa coronó la anécdota. Risa como gesto nervioso, costado gris de ese no saber
qué puede pasar, hasta dónde se mueve un gendarme. No es como la policía, al gendarme no le podés ni hablar, en seguida se
calienta, no lo podés descansar, ni te podés reir.
•
Los operativos gendarmes no se depliegan en los
barrios con la funcion única –la promocionada, la declarada, la blanqueada– del
“gobierno de la seguridad y el control de los territorios calientes” (robo,
crímenes, transas); no hay únicamente una dimensión represiva. Los gendarmes
también despliegan estrategias productivas de poder, hay un hacer, y un hacer hacer sobre los cuerpos no-dóciles de los pibes. Casi siempre te dan unas vueltas en el
patrullero, te verduguean, te cagan a palos y después te tiran. A un amigo lo
pararon y le dijieron que cante el himno… (El diálogo continuó
inmediatamente con un “¿Y lo cantó?”.
“No, si ni lo sabía el guacho…” y un nuevo estallido de risas. De vueltas
las bromas que descomprimen a la vez que muestran el absurdo).
La Gendarmería en los barrios es una máquina de
disciplinamiento moral. Vienen a educar. Toda la circulación de las vidas-pibes
que se dé por fuera de los espacios cerrados es motivo de desconfianza y
probable verdugueo (para mi que no
quieren que estés en la calle).
•
“¿Por qué harán todo eso?”. Igual se entiende, dice uno, como
pensándolo bien, es el trabajo de ellos.
“¿Será parte del trabajo de ellos toda la verdugueada?”. Y por ahí lo hacen para cargarse de risa,
por ahí después que te verduguean se suben al patrullero y se rien de cómo te
pegan o te aprietan los huevos. En todos los trabajos te aburrís y buscás
maneras de cagarte de risa. Silencio. Ninguna imagen se cierra en las
charlas con los pibes y pibas; cuando se llega a un lugar del pensamiento o de
la sensibilidad, el movimiento vuelve a arrancar. ¿La violencia inútil es un plus de brutalidad habilitada como fuga del tedioso
labor gendarme? Pensamientos e imágenes que no se niegan entre sí, sino que le
agregan capas de complejidad a las cosas. ¿Quién lleva la gorra hoy?
•
En
cada choque con los pibes los gendarmes no sólo perciben “enemigos”, ven
también –y sobre todo– cuerpos a disciplinar. Hay que moldear a los
intratables. En las imágenes que circulan sobre las situaciones de peaje gendarme, se observa en acción el
despliegue de una lógica de servicio
militar a cielo abierto: cantar
el himno, no drogarse ni tomar alcohol, pararse derecho, mostrar el rostro
(sacándose la capucha o la gorrita –a
veces te tajean la visera–), no estar vagueando en la esquina o “no hacer
cosas de puto” (a mí me hicieron sacar
todos los piercings y me dijeron que cuando me vuelvan a ver mejor que no los
tenga); el corte de pelo se lo ahorran, los pibitos de look turro ya están rapados.
Los
pibes devienen colimbas de ocasión y
el barrio un cuartel al aire libre.
Han enjambrado las lógicas de verdugueo castrense, se habilitan secuencias de
castigo que se asemejan a la de los soldados estaqueados, a veces te sacan las zapatillas y te dejan cagandote ahí de frio, un
garrón. Otra analogía con el cuartel, que los pibes cazan al vuelo: los
gendarmes realizan con ellos los mandatos sociales que ya tienen adentro, es el
verdugueo de los verdugueados (nos
verduguean a nosotros, que somos los más giles, porque antes los verduguearon a
ellos. Es así).
No
hablamos de hechos excepcionales, en todos los barrios se reiteran secuencias
similares, regularidades de la presencia de una lógica de servicio militar
fraccionado funcionado en los “territorios sensibles”. En cada cruce, los
gendarmes efectúan lo que harían con los pibes si los “tuvieran adentro”.
Más
allá del necesario rechazo a los proyectos de creación de servicios cívicos
obligatorios u otros programas de contención
–y encierro– para los pibes, hay que estar atentos a estas estrategias de
disciplinamientos difusas, extendidas, ya funcionando.
•
El
barrio es pensado como gueto hacia
fuera (por eso los operativos de gendarmería como el Cinturón Sur o el Centinela
rodean “espacios sensibles”, centros comerciales o barrios peligrosos, creando
nuevas fronteras) y como cuartel
hacia adentro. Los gendarmes son los encargados de la custodia de esas mallas
urbanas y suburbanas y los pibes son las figuras que las atraviesan
cotidianamente. Por eso los gendarmes los retiran
de las esquinas, o en la casa o en el
trabajo o en la escuela, no en la calle.
Y ese mandato se reitera en cada hostigamiento, a veces te paran cada 5 minutos, de ida y de vuelta, para hacerte
acordar. Pero en el barrio, el afuera no está encerrado y las posibilidades
de raje son mayores. Para esos devenires indeseables e incorregibles de los
pibes silvestres, operan las estrategias de aniquilación. ¿Cuántos pibes bajados por las policías –o por cualquier
otro arruinaguachos– habrán sido por rechazar esos mandatos de
docilidad, a veces con una risa, otras con un berretín o una postura corporal
desafiante, con un enfrentamiento directo o con un escape pifiado? Aunque a
veces sea imposible no hacerlo, los pibes lo saben; zarparse con un gendarme es
regalarse…
•
Saben
los soldados de la Gendarmería Nacional que a los 18 años ya sos todo un
hombrecito. Frente a esa marca etaria
(que les recuerdan los anhelados ritos de pasaje a la adultez) el verdugueo se
afloja. Si un pibe tiene 18 años o más, quizás pueda –por supuesto, si es
pillo, si se hace escuchar siempre con
respeto eh– aducir su mayoría de edad para estar en la calle o en la
esquina. Por eso no es casual que los que más padezcan el funcionamiento de la
maquinaria de educación moral sean los pibes
silvestres (esos que son la vegetación
silvestre –y salvaje– de la década ganada; los que crecieron solos –y se
hicieron a sí mismos– de manera espontánea en los baldíos del consumo y los
nuevos derechos, quienes se sociabilizaron por fuera de cualquier ortopedia
social y se volvieron medio un misterio, una incógnita…).
Entre
los 10 –a veces menos aún– y los 18 años, hay que educar a los soberanos. Los
pibes silvestres están en edad de escolarización obligatoria, por eso los
gendarmes en muchas situaciones, asumen una patria potestad feroz en época de
padres agotados y sociedades permisivas: yo te voy a enseñar.
Las
bravas mujeres gendarmes también se comportan como madres intensas, Son re-verdugas esas… a las pibas las
agarran de los pelos y las tiran para atrás. Tan re zarpadas. Esto es
engorrarse hoy.
•
No
solo el desborde del Indoaméricano explica la creación del Ministerio de
Seguridad. También 2010 fue el año en que se sintieron los efectos de una crisis
económica (o la amenaza de ella): ante una baja (efectiva o latente) en los
índices del híper-consumo y de circulación de dinero en los barrios, siempre se
pueden temer saqueos, aumentos de robos y diversos atentados contra la
propiedad (de ahí el despliegue gendarme en centros comerciales, barrios
opulentos y fronteras urbanas, como los accesos a la ciudad de Buenos Aires). Años
más tarde -reforzada también por los efectos de la designación del papa Francisco-, esta tarea de “controlar y
educar a los pobres”, deviene aún más urgente. Previniendo posibles cambios en
las retóricas de gobierno, el desacelere de los niveles de ingresos y consumo
(desatando una guerra en sordina por el “derecho a consumo” perdido), etc.,
asoma por estos momentos un tufillo de “aceptar y naturalizar la pobreza”
(acompañado de enunciados caritativos al estilo ayudemos a los pobres) y domesticar sus desbordes.
Pero
los pibes silvestres no aceptan tan fácil estos moldes. Los pibes quieren
dinero, consumen y en ese gesto se desmarcan del código del buen pobre,
activando la alarma social. Aventuras de vida-loca, dinero fácil que
rápidamente se trastoca en derroche, saqueos o rapiñas nocturnas, gestos de
atrevidos que rajan el ansiado orden inmutable eclesiástico-policial.
Los
elementos disciplinarios del verdugueo gendarme y la necesidad de control
poblacional, se componen con otros dispositivos de sujeción simbólica. Son las
micro-morales sociales del nene bueno,
el gil trabajador o el buen vecino, que a su vez se conectan
por arriba con la vuelta de la moral
a escala política y mediática. Uno de los efectos de esta conjunción es el
–cada día más audible– rechazo a los “mantenidos
del Estado”, a los “vagos a los que
tenemos que subsidiar”. El rechazo
–fuertemente moral– a los que reciben asignaciones familiares o programas
sociales, circula en los barrios periféricos (ese es un gato del plan, aquel trabaja en la cooperativa) y también
–y en forma más audible aún– en diferentes segmentos de la clase media (y cuando
los pibes silvestres expresan de forma obscena los signos del consumo, ahondan
aún más el odio social hacia ellos).
Los
pibes rechazan sin más la interpelación en términos de pobres dóciles, y no lo
hacen con una intencionalidad o un explícito sentido político, se trata más
bien de desmoldarse, de derramar esas figuras tan formateadas para la
obediencia; la ambivalencia de estos gestos está a la orden del día, pero en la
potencia de esas movidas hay toda una disputa, una fuerza por evitar un cierre
“por derecha” (por arriba y por abajo) siempre latente (y también siempre
efectuándose).
•
Luego de algunas
semanas charlando y pensando con los pibes sobre la presencia gendarme en el
barrio, surgió hacer una dramatización sobre qué le diríamos –si tuviéramos la
oportunidad sin que nos caguen
posteriormente a palos– a los gendarmes. “Educando al gendarme” podía
llamarse el video que planeábamos con los pibes, que querían dejar en claro que
el verdugeo lo único que genera es bronca, y que ellos hablan y se mueven por
el barrio sin sentir que están haciendo nada malo.
Pero una voz
apareció desde lo profundo del barrio: No estoy de acuerdo con que haya que
educar a la gendarmería. Primero hay que educar a los pibes. ¿Y por qué
habría que educar a los pibes, qué hacen?, comienza la ronda de preguntas –la
piba nos había hecho entrar, nos convirtió por un momento en panelistas de un
reality show–. Y, son re atrevidos. Están ahí en la placita, en el banquito.
Todo el día tirados. Pasas y te dicen cualquier cosa. Ustedes porque no saben.
Se habló entonces de la “otra ciudad”, la de los barrios opulentos y blancos,
la de los jóvenes de la moratoria social y vital (y no del ocio forzado o a
veces buscado, pero siempre socialmente peligroso de los pibes silvestres)… Es
distinto, repone Jesy, acá son maleducados, además están cualquier día
de la semana en la calle, un martes a las tres de la mañana. En un
ping-pong que dejaba un sabor agrio, Jesy se había puesto “en modo-adulta”: ¿Quién piensa como yo? La gente mayor, la de más de 30 años.
Somos varios contra Jesy que nos enfrenta y argumenta. Solo está su cuerpo,
pero la posición minoritaria es la de nosotros cinco o seis, en ella, por ella,
con ella, hablan los medios de comunicación, hablan los resabios en el
imaginario social –y en las subjetividades aterrorizadas– de las sociedades
militarizadas de larga data, hablan la muerte y el necesario anhelo de orden.
Su soledad es solo física, difuminada la ilusión óptica del recorte de su
cuerpo individual, se ven los miles de vecinitos que pueblan su cuerpo, los
militares, los policías, los gendarmes… y esa máquina deseante, esas fuerzas
sociales que sostienen la presencia de los Operativos Centinelas.
Complejo juego de
doble pinza: afuera del barrio la opinión pública reclamando seguridad y
segregación para los barrios y cuerpos peligrosos; adentro, vecinos reclamando
seguridad, orden y educación para los pibes silvestres (cueste lo que cueste). ¿En
cada casa ya existe un pequeño gendarme?
•
Los cuerpos atrevidos desafían el orden barrial
de dos modos: mostrando que el orden se sostiene sobre un suelo híper precario
(un guachín es perseguido por voltear de un gomerazo el único farol que mantiene la iluminación de toda la calle); y mostrando
que se requiere la obediencia de todos y la aceptación de lo dado, aunque sea
la nada misma (el barrio entero putea
al guachín que bajó el farol...), para sostener el fragil orden barrial.
Preguntas difíciles son las que planta el pibe al tirar el farol.
Colectivo
Juguetes Perdidos
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