domingo, 10 de febrero de 2013

Para pensarnos...


La complicidad de los inocentes.
Precariedad, (in) comodidades y adhesiones.




 Que somos combustible de este presente, que nuestros cuerpos (sus fuerzas, sus deseos, sus movimientos) sostienen las estructuras precarias de la actualidad, es algo que se nos planta día a día, y a veces en acontecimientos trágicos que lo muestran con ferocidad. Mucho hemos hablado de esta realidad que nos tiene como protagonistas: de aquellos saberes y prácticas que son sangre y carne de cañón de las estructuras y superficies frágiles de la ciudad, de los laburos, de los espacios sociales; y también de todos sus subsuelos... Toda una geografía que es contracara de la “felicidad pública”, de las imágenes del consumidor potente sujeto de la reactivación económica. ¿Cómo concebir la seguridad (sus discursos, sus imágenes, sus instituciones) sin la criminalización y las muertes jóvenes por gatillos fáciles?, ¿cómo pensar las mejoras en el mercado de trabajo formal sin la precarización de los pibes y las pibas de los deliverys, los call centers, las promociones, los locales de venta de celulares o de ropa de un shopping?, ¿o el boom del mercado inmobiliario y la construcción sin la pérdida de las vidas de los laburantes en las obras, las ocupaciones de tierras que terminan mal, los desalojos y los mil quilombos en torno a la vivienda?
Que ese roce con la superficie y subsuelo de la época no tiene correlato directo en el plano de “la Política”, también es algo evidente en las formas en que el tablero político y las politicidades se despliegan en estos últimos años de vuelta de la política, de militancia, de juventudes “politizadas”: la juventud como sujeto político representado o activando en el plano de la política representativa, pero corriendo o dejando en fuera de foco muchos de sus problemas,  inquietudes y saberes propios, o convirtiéndolos en demandas o consignas puestas a jugar en otro campo…

 

La complicidad de los inocentes


Somos inocentes y cómplices a la vez. Estas dos figuras nos pueden ayudar a pensar las vinculaciones entre nosotros y la (s) época (s). Sobre todo en este texto que pretende dejar de lado lamentos (ya no hay tiempo de lamentos) y actitudes pasivas que a esta altura se nos vuelven sospechosas. De nuestra inocencia hablamos bastante, en relación a la precariedad y a las pantallas de juego heredadas. Soportamos, fisuramos y (hermosos milagros colectivos de por medio) aguantamos en trabajos de mierda, en mercados laborales cuyo axioma es la alta rotación. Hasta fueron precarias nuestras fiestas generacionales (Cromañón como acontecimiento irreductible). Lo dicho: las vidas jugadas en estas zonas inestables y frágiles incorporaron saberes e informaciones sensibles que devinieron códigos para movernos en estos terrenos. Saberes que fueron y son nuestro tesoro (por otra parte, tesoro muchas veces invisibilizado cuando se trata de traducir esa información en potencia política. En el plano económico requieren nuestro saber cómo generacional, en los niveles de La política no tenemos representación. Mejor así en muchos casos).
Inocentes entonces por indiferenciados. Pero la cosa no es tan simple. La inocencia devino complicidad, o convive con ella... Todo lo que en un plano apostamos (y perdimos) nos endeudó en el otro. Nuestro sufrimiento en la precariedad irremediablemente buscó comodidad y tranquilidad en la vida cotidiana, volviéndola sospechosa. Viditas que se juegan desde supuestos personales, viditas que buscan refugio y consuelo en las conocidas, gastadas, heredadas formas-de-vida socialmente aceptadas.
Quizás caímos en la trampa; la huida de las afecciones y los desbordes de la precariedad se terminan buscando en las imágenes sociales que ella misma desarma. Cierra el círculo. Estamos pagando los platos rotos de la precariedad y los estamos pagando de manera individual. Y por supuesto, en cuotas que nos endeudan. Pero también hay miedo (el carozo del asunto es nuestro temor). Miedo a encarar otras posibilidades vitales, resignación frente a lo dado (pareja, familia, semana laboral-fin de semana de descanso, desgano o fisura). También porque habría que saltar al abismo (no hay red para caer, no inventamos otras imágenes que sujeten nuestras vidas). De todo esto está hecha la complicidad de los inocentes.
Toda gobernabilidad descansa, produce, se sostiene en una subjetividad (o en varias). ¿Cuál es esta que vemos pasar frente a nosotros, que sentimos, que soportamos, que nos atrapa, que contribuimos a crear y a hacer funcionar…?. Condicionados por nuestra edad somos los casi ex jóvenes de la época (los jóvenes adultos del Kirchnerismo). Y acá es cuando emerge y se nos hace visible nuestra cómplice e íntima alianza con la época (época muy bien caracterizada por Cristina con la fórmula: Consumo + Trabajo = Paz Social. Aunque tampoco sea tan pacífica la cosa... ya que debemos sumar a esta fórmula todas las maquinarias del poder terapéutico que intervienen para mantenernos a flote y sujetados. Muchos de los usos sociales y festivos o personales y medicalizadores que le damos a nuestras drogas también forman parte de estas terapéuticas. Fisurar el fin de semana para volver a trabajar el lunes (Aunque estemos amanecidos, obedecemos igual) o moderarnos para soportar la semana laboral, el caos de la ciudad, los desbordes de la vida personal.


La comodidad organizada




Así es que participamos del consenso de la época y hasta somos en nuestra cotidianeidad los que más lo sostenemos, la comodidad organizada es nuestra amarga utopía (como todas las cosas, esta comodidad está sostenida por diferentes fuerzas: resignación, impotencia, disfrute y goce, cinismo). Nuestra complicidad (nuestra en el sentido amplio, “generacional”) se ve en el silencioso pero productivo y deseado tránsito por las figuras que se creían agotadas, pero que, aun mutadas, siguen en pie, organizando vidas: la familia, la idea de progreso, de bienestar económico, de tranquilidad social, de mantener relaciones humanas “normales” (¿Cómo estás?, ¿Todo tranquilo?, ¿Todo en orden?).
Mudez y ausencia de imágenes para nombrar parejas o modos de estar juntos, para pensarnos como “padres” o “madres” (¿qué carajo es ser padre o madre hoy?), para fantasear futuros, para nombrarnos en nuestros trabajos… Gran ejemplo: tenemos una relación ambigua con el trabajo; conocemos y rechazamos la precarización laboral, y nos jode, pero tampoco queremos la mera reposición de la figura del trabajador –gil o no– ni nos cierra eso de “planta permanente”; no somos trabajadores –en ninguna de sus formas y mutaciones–, simplemente trabajamos. No nos da todo lo mismo, queremos crear otra relación con el trabajo.
La alianza secreta, inaudible e invisible en principio, pero sostenida muy fuertemente por todos y todas. Por la gobernabilidad y la economía, (pero también por las máquinas culturales, publicitarias, mediáticas) y por nosotros mismos. Por nuestros profundos y más íntimos modos de vida. Sabemos que el poder empieza por la intimidad (donde nuestros anhelos de orden son más intensos). Desde el fondo de nuestra impotencia, pero también de nuestro desgano sostenemos el “modelo”. Y de nuevo: somos más participantes y cómplices de lo que creemos o queremos, y no solo por la negativa (en cuanto soportar, cargar en nuestras espaldas o entregar nuestros esfuerzos), sino también por la positiva, por lo productivo (toda la materia deseante que le aportamos, el conformismo que disfrutamos, con el que realmente nos “comprometemos”). Acá chocamos con una certeza de época; lo personal ya no es político, es comodidad. 

Así es que transitamos una especie de anillo de moebius: inocentes y cómplices; precariedad y comodidad organizada; impotencia-desgano-miedo y paz-consenso social; anverso y reverso que se componen y funcionan produciendo planes de vida (algunas mas desvitalizadas que otras, todas imágenes de vidas posibles, al fin). Acá es donde se incuba la comodidad, donde se vuelve imposible, por ausencia de imágenes comunes, por la inexistencia de supuestos colectivos (¿quién se banca el ostracismo?), inquietar la felicidad-ambiente.
Además, en este embrollo es donde se compone la prescindencia Política con la aceptación de la realidad social, donde se tocan el nivel “macro” y el “micro”. Es decir, podemos estar ausentes del juego político (por no ser una “generación”, ni la de los gloriosos 70´, ni la de los cínicos 90´, ni los nihilistas dosmilunistas, ni menos los tiernos púberes de la generación 2012, la generación Danonino), pero no de los otros planos (económico, productivo, urbano, social, etc.) con diferentes gradualidades, claro, por acción u omisión, en forma más activa o más pasiva…
Como dijimos, cualquier tipo o forma de gobernabilidad demanda una subjetividad que la sostenga y cuerpos que las encarnen profundamente. Tenemos entonces una porción de la época que es irremediablemente nuestra. Conocemos el lado oscuro de las subjetividades que sellan la pacificación social.


Lo trágico

Ocupamos una “posición de verdad” de la época, un núcleo de verdad (no se banca muchas interpelaciones esa creencia de estar “fuera de la época”, sin implicancia en sus supuestos). Ese lugar también nos propone un devenir trágico. Trágico en cuanto no se lo sufre. O quiénes lo sufren, sufren doble. Por habitar esta situación y este malestar y por ser críticos. Sabemos también que acá no hay originalidad: cada época construye sus subjetividades y su núcleo de verdad, su espacio de alianzas intimas entre Vida y Política. Y en esos escenarios “históricos” hay quienes llevan las preguntas a fondo, quienes se van en esas preguntas llevándolas hacia una línea de muerte antes que hacia una derrota. Y acá es donde nosotros nos sentimos pequeños (viditas después de todo), queriendo dar un salto difícil porque estamos solos en eso de llevar las preguntas y las experimentaciones hasta las últimas consecuencias. Quizás porque nos detiene el miedo. O porque no podemos. O no queremos. O ya pensar de esta forma no es realista. O lo más probable, de todo esto junto. Y de este subsuelo de soledad e impotencia que acompaña nuestras movidas, sale este grito inter-generacional, ¿Dónde estamos?, ¿Qué estamos haciendo?, ¿Por qué no supimos crear otra cosa?, ¿Por qué esta clandestina alianza con la comodidad y el conformismo? ¿Cómo convivimos con esta esquizofrenia que nos presenta como fuerza vital de la época y como fuerzas sostenedoras de la subjetividad del orden, como servidores y malos amos a la vez? Más aún, no tenemos ni el margen para enunciar esta realidad.


Mutar porque otra no queda




Esta “paz social” no nace por generación espontánea, no es una cuenta que nos cabe garpar a nosotros solos (que no supimos “continuar” lo que generaciones pasadas hicieron…). Reconocemos y ya dijimos que nos “quedamos en el molde” de la comodidad organizada. Pero si la verdad de esta época es la promesa de todos y todas, también debemos incluir en estas preguntas y “llamamientos” a los otros generacionales (las generaciones gloriosas, las generaciones dosmilunistas, etcétera), con las preguntas que se plantearon (qué fueron de esas preguntas, hasta dónde llegaron, cómo no quedarse inmóviles en una secuencia pasada, cómo mantenerse vivos, y pillos…).
Pero también están los pares generacionales (los casi-ex jóvenes, como nosotros) que presentan una disidencia o una postura crítica que no es potente, porque se piensa y se apuesta desde un habitus personal e individual. ¿De qué está hecha esa disidencia?, ¿Se acompaña con la propia vida? (roqueros bonitos y educaditos, escritores cínicos y sagaces, académicos estelares…). Todos participamos de este consenso de época. Por eso descreemos de las posiciones críticas de la época que no acompañan sus posturas con una intención de ponerle preguntas a una cotidianidad conservadora que es lo intocable y la condición de posibilidad de las vidas-militantes, progresistas, e incluso de las que se creen más allá de eso. ¿Cuál es el lugar para el criticismo?, ¿y que sería poner la vida como pregunta?
Esto no es un manifiesto sobre una derrota, sino un llamado a pensar en cómo hacer cuando la época pide otra cosa a los que se le oponen. Un gesto intempestivo. Que busque desertar. No una novedad, algo nuevo. Mutar. Si, mutar porque otra no queda.



Bises

Parimos o reinterpretamos “textos” –como el rock, la calle, el fútbol, la noche, los aguantes– que fueron formas de vida, que tuvieron la potencia de desplegar y poner en juego modos comunes de vivir. Pero en estos tiempos esos inventos parecen haber perdido su efectividad. Seamos claros en este punto: serán nuestras memorias, nuestros saberes, nuestras más hermosas creaciones colectivas, pero no puede ser lo que valorice nuestras vidas de aquí en más. Si rechazamos otras nostalgias, no podemos ser indiferentes a las nostalgias del presente. Si esas imágenes potentes al refugio de las cuáles moldeamos nuestras vidas y nuestros deseos, se han agotado, no queda más por hacer, hay que huir de ellas. No sin antes decir que no las cederemos sin más a los expertos académicos, a los publicistas, a la Política o a los esteticistas. Antes del final, seremos sus sepultureros y luego sus arqueólogos y profanadores más brillantes. Nunca creímos del todo en la literalidad de esas imágenes. Más bien, fueron ocasiones para fabular nuestras vidas de manera colectiva. Lo vivido como agite y exageración, no como memoria museística.
Gambeteamos entre el agotamiento y la imposibilidad de creación de lo nuevo. Entre las imágenes obsoletas y la nada. Entre la impotencia y la potencia total de cuando está todo por hacerse…
                                                                        (¿Lo continuaremos?)
Colectivo Juguetes Perdidos
 Diciembre de 2012. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Los felicito. Hacía tiempo venía buscando un lugar como este. Con guiños, señales, experiencias y caminos parecidos a los que patie! Y sobre todo por hacer de todo eso un resorte para pensar y valorar aquellas experiencias no como una moda sino como algo con potencia creadora y formadora de nuestras vidas!
ZIPPO

Colectivo Juguetes Perdidos dijo...

Gracias Zippo!.

Abrazos.