Este texto parte de una incomodidad, olfateamos un clima social denso, peligroso, agobiante. Un aire que emana del suelo sobre el que estamos parados (y que viaja velozmente por cañerías digitales y pantallas). Los discursos de la (in)seguridad, los pedidos de pacificación, la indiferencia y la infantilización son nombres que les ponemos a ese vaho que circula por las calles y que intenta con todas sus fuerzas inundar la ciudad… Este texto apunta a ser un sacudón, un grito, no de dolor sino de activación.
Primera escena: (Nota aclaratoria: este film no es necesariamente lineal…)
Primera escena: (Nota aclaratoria: este film no es necesariamente lineal…)
Despertamos… los ojos rojos… ánimos agitados, días hiper-conectados danzando las calles y chocando del resplandor; una apuesta… parar la pelota, y levantar la cabeza y ver al que esta a tu lado; tu aliento protegés, es la misma hora de ayer, pero esos segundos fueron tuyos.
Vivimos una forma de vida precaria. Una vida caótica, inestable, como un zamba bajo nuestros pies, donde nos carcome la vorágine y lo aquilombado. La precariedad de nuestras vidas nos oferta vivir al mango, hiper-conectados, para el laburo, para el mercado, para el espectáculo. Vamos de un lado a otro como una pelota de metegol. Envueltos en un torbellino, nos cuesta sintonizar con el de al lado. Viviendo acelerados sólo podemos conectarnos con el perímetro de nuestra cotidianidad, un encierro digital.
Cada uno encerrado en sí, chocando con los otros, cuesta vernos y escucharnos; el encierro digital nos acompaña en nuestras calles, bondis, trenes, cada uno conectado a sus propios auriculares, a sus propias pantallas de celular, vamos perdiéndonos de vista, o sólo nos vemos a través de la pantalla, olvidándonos del fuera de foco...
La precariedad de nuestra vida nos pone ansiosos, nerviosos, susceptibles… Los quilombos, peleas, malentendidos, estallan por doquier, derivando muchas veces en la indiferencia. Como si fuéramos islotes en un archipiélago, desde donde cada uno es un clan que habla su propia lengua, sus leyes y costumbres.
En el vértigo de cuidar lo nuestro, nos vamos olvidando del otro. En nuestro sufrimiento, no hay cabida para más garrones, y los quilombos del otro son nafta al incendio de nuestros nervios. Uno de los grandes triunfos de la vida precaria es cuando sentimos satisfacción de apartar al otro de nuestra vista.
La forma de vida precaria, es a la vez, vida infantilizada… vida solitaria, que rompe en dos también nuestra propia experiencia… Por un lado somos creativos, audaces; podemos reapropiarnos de las tecnologías, de las pantallas de juego y crear mundos; pero… ¿qué pasa cuando esa creación se vuelve pura recreación, cuando no ponemos nada nuestro ahí, cuando nuestras energías terminan atrapadas en el paraíso mercantil (hechizadas), donde todo nos viene hecho, donde las necesidades, las respuestas, los espacios, son parte del hechizo…? ¿Qué pasa cuando vivimos el fútbol como recreación, la música como recreación, las fiestas como recreación, etc.…?
Segunda escena:
Segunda escena:
Pantallas de juego hirviendo en las calles… los ojos rojos agobiados…los ánimos convulsivos responden a los constantes estimulantes; un día la noche es negra, y al otro la noche es blanca; pero no olvides que aunque la noche resplandece siempre terminarás brillando fuera del foco.
Este aislamiento y encierro digital producido por la precariedad de nuestra vida, atornillado aun más por la indiferencia, nos deja en bandeja para ser vividos por las imágenes mediáticas. Sumergidos en nosotros mismos, cargando con nuestro propio ser, ahí aparecen las pantallas, donde las imágenes mediáticas cobran un rol no determinante y absoluto, pero si protagónico en nuestra vida, transformándose no en visiones de lo real, sino muchas veces en lo real mismo.
De allí, que uno de los principales mecanismos de control social sea la construcción de climas. Estados de ánimo generalizados. Mediante una determinada configuración y presentación de los problemas –el problema de la inseguridad, la inflación, “el campo”, etc.- se construye un clima que va calibrando nuestros nervios, marcando el terreno sensible en el cual nos vamos a mover, preparando las jugadas, las opiniones, las respuestas y movidas que ese clima solo está dispuesto a aceptar (neutralizándose, así, otras posibilidades y tratamientos de los mismos problemas).
La pelea es por la conquista del humor social y la creación de un caldo de cultivo, algo así como condiciones de posibilidad. El arsenal de esta batalla diaria, continua, como el goteo de una canilla, son los signos; desde las pantallas, tapas de diarios, horas de tipos hablando por la radio, el resumen de noticias del correo electrónico, afiches callejeros, las conversaciones en cualquier lugar.
Teniendo como base nuestra sensibilidad, gusto, miedos, creencias, se pibotea sobre nuestros ánimos y sensibilidades, pero recreándolos, buscando amasar nuestro paladar, para que nuestro estómago reciba con gusto determinados problemas, posibles culpables, y eventuales soluciones.
Podemos reconocer en la construcción de climas (aunque siempre con fallas, interferencias, manotazos) un mecanismo de dominación y regulación social que se apoya en la administración y regulación anímica de nuestros cuerpos solitarios y anónimos. Cuerpos que quedan con una sensibilidad volátil y pasajera, desconectados uno con el otro y con su propia experiencia, con poco poder de influencia en el devenir de nuestras propias vidas.
Este es un mecanismo que convive y se retroalimenta con otros, como un collage, pero siendo la figura donde muchas veces cobran sentido las demás. Mecanismo que va más allá de la galería mediática. Sus efectos se alimentan y a su vez se propagan en nuestra manera de hablar, convivir, experimentar cosas, tanto sea en nuestro barrio, laburo, familia, formas de divertirnos, y otros.
Partimos de la constatación de que no podemos apagar así sin más el televisor (la radio, la computadora, el celular, y un largo etc.)… ¿Estamos ya mediatizados, configurados por una percepción mediática, espectacular? Por eso el problema no es quién maneja la fábrica de climas (aunque también), no se trata sólo de ponerle trabas a la maquinaria de la regulación de los estados de ánimos, el tema es cómo proteger nuestro aliento, el sentido, nuestros sentidos, como evitar que los climas nos hechicen, cómo evitar quedar atrapados ahí y que el clima nos viva y regule… ¿de qué manera podemos armar nuestro propio film, poder armar el cuadro de otra manera, con lo que de entrada no se ve o no entra allí?
Tercera escena:
Tercera escena:
Gritos agudos pone tus nervios a flor de piel… los ojos rojos se inflan… los ánimos agitados y convulsivos a flor de piel se redireccionan: “modérate pibe… dialogá, reíte un poco”… tranquilidad ciega, puteadas para cualquier lado.
Hay una palabra que en estos momentos escuchamos hasta el hartazgo, un clima que se mete en todos lados, como un nuevo virus que viaja por las cañerías digitales. Se trata de la palabra “moderación”.
¿De qué se trata? ¿En boca de quién la encontramos? Pareciera ser como un atributo que se pide, una exigencia, un nuevo ideal ascético, un ideal de apaciguamiento de la vida, de tranquilidad... Un nuevo ideal ascético que nos propone la negación del cuerpo que se inquieta, que hace preguntas, que se activa; un silenciamiento de los impulsos nerviosos que emergen de nuestros malestares, de los estallidos violentos (y creativos) de nuestra potencia y nuestros aguantes; un armisticio para nuestros instintos, nuestros cuerpos individuales y su fundición en cuerpos mas amplios (cuerpos colectivos).
Se trata de una pacificación de todo lo que se corra de la vida boba frente a la pantalla o las vidrieras de colores del mercado. Pero es una pacificación engañosa, porque tiene como reverso (como un opuesto que la complementa) algo que dista mucho del aquietamiento: la moderación que se nos pide convive con la aceleración que se nos exige todo el tiempo para no quedar afuera, para poder consumir, para poder trabajar. Se nos pide estar a full en nuestros laburos (precarios, flexibles, desgastantes), se nos pide estar atentos y despiertos frente a la pantalla, se nos exige estar “alegres”, ser simpáticos, consumir… basta con ver un par de publicidades, con escuchar a los “animadores” de la TV, basta con ver los requerimientos exigidos para cualquier entrevista laboral…
Movilización de la vida por parte del mercado, del espectáculo y el dinero y, a la par, adormecimiento de nuestras inquietudes y malestares políticos, llamamiento a un diálogo sereno, ordenado, en voz baja, palabras vacías que no encarnan encanto ni nombran nuestro mundo real… en vez de gritos encarnados portadores de radicalidad, fermentos de nuestras crisis y preguntas más hondas. Moderar esta última faceta pero movilizar la otra. La vida boba, del consumo, de los ideales del trabajo, el mercado y la estabilidad, regulada a puro Ribotril.
Esta lógica de pacificación (aquietamiento, “medicación”) atraviesa el campo social y sus maneras de gobernarlo, encauzarlo, leerlo, ordenarlo, ampliarlo… el virus pacificador redefine nuestro campo de acción (lo que hacemos, cómo lo hacemos, etc.) y nuestro campo de posibilidades de acción (lo que anhelamos, lo que queremos, lo que detestamos, etc.); altera las fuerzas, sus relaciones… marca la cancha de nuevo… Este reordenamiento también modifica el nivel de la gestión estatal, porque altera lo que en ese plano se pueda y/o se quiera hacer.
¿Qué es lo que se juega cuando lo que se intenta es pacificar los estados de ánimo, ya sea “tranquilizando” como reduciendo todo a una lógica de enfrentamiento cerrado, de juego entre “posiciones” que ya nos llegan hechas? ¿Qué pasa cuando entramos en este juego?
Lo que decimos es que acá se juega en gran parte una estrategia de control social, una estrategia acorde a las exigencias del mercado, una movida para no violentar, no preguntar, no interferir su juego, sus entramados... ¿Está en duda su funcionamiento? Si y no; siempre está en duda, nunca es algo definitivo, como tampoco son definitivos, ciento por ciento certeros los cortocircuitos que se le logra hacer…Lo que sospechamos es que hoy pasa por aquí (por la regulación de los estados de ánimo, por la construcción de climas, por la modulación de las sensibilidades) gran parte de la eficacia y vigencia del mercado (su sistema de jerarquías, el modo de relación social que plantea, etc.).
Este pedido de pacificación, la instalación de un estado de ánimo social pacificado no solamente tiene su sentido (o su cometido) en trabar un impuesto a las exportaciones de soja, por ejemplo, (eso se puede negociar, mejor o peor, de tal o cual manera), a lo que se apunta fundamentalmente es a crear un estado de ánimo pacificado, primero, para que una medida así “caiga mal”, sea mal vista, no cuaje, pero sobre todo, para que a la sociedad ni se le ocurra plantear esas preguntas molestas al mercado (qué se produce para comer y quién se lo lleva, cómo se distribuye, cómo se trabaja la tierra, quién decide sobre nuestra vida…) o hacer cosas que interfieran “desde abajo” el circuito mercantil.
Por esto, el virus de la moderación diseminado por la lógica mediática, no es únicamente el pedido de una vieja chota, ni de los pequeños políticos del simulacro. Más bien, es el pedido –la necesidad de funcionamiento- de la lógica del mercado. Las lógicas de mercado, son los que están pidiendo moderación... Entendiendo el clima de moderación en el sentido del no-violentamiento de un orden social de mercado, se pide moderación, porque se pide no sobresaltar, no interferir las arterias y las conectividades del circuito mercantil...Se pide pibes educados, políticos honestos, gobiernos previsibles que no hagan saltar la estratificación de mercado que copta nuestras vidas, y la de nuestra sociedad...
Dentro de la época actual, siempre convivieron como posibles muchas de estas fuerzas sociales reactivas, aniquiladoras, moderadas...Quizás esperando su oportunidad de operar, boyando en el vacío preparándose para su actualización. El problema es que en estos momentos esas fuerzas reactivas que estaban como posibles, están siendo más fuertes, más peligrosas, más desestabilizadoras.
Están cambiando las correlaciones de fuerzas…Eso que al interior de nuestra sociedad, estaba agazapado, silencioso, subterráneo, ha comenzado a ganar protagonismo, a agenciarse en enunciados e iniciativas políticas reactivas (discursos y medidas de seguridad, pacificación, aniquilación…), cada vez de manera menos contingente, y cada vez de manera más alevosa. (Esto de manera explícita se puede ver en la ciudad de Buenos Aires, la ciudad del terror-pop).
Éste es el problema, todos estos deseos sociales reactivos. (Que se realizan en enunciados de moderación, seguridad, muerte), han emergido con fuerza del fondo silencioso de nuestra actualidad. Pareciera que estamos viendo una escena de un film en cámara lenta; la escena nos muestra a unas cuantas cabezas de bailarina que componen un ballet acuático emergiendo a la vez –con sincronización perfecta- de una piscina de aguas turbulentas, oscuras, densas, y violentas. Precisamente deseos y fuerzas que estaban perdiéndose sin llegar a otros, ahora empezaron a tener músculos, pieles, órganos, palabras, y mentes afiebradas, enfermizas y asustadas…en donde alojarse. El ritornelo incesante de la moderación es el nuevo himno de tangópolis…
Éste es el problema, todos estos deseos sociales reactivos. (Que se realizan en enunciados de moderación, seguridad, muerte), han emergido con fuerza del fondo silencioso de nuestra actualidad. Pareciera que estamos viendo una escena de un film en cámara lenta; la escena nos muestra a unas cuantas cabezas de bailarina que componen un ballet acuático emergiendo a la vez –con sincronización perfecta- de una piscina de aguas turbulentas, oscuras, densas, y violentas. Precisamente deseos y fuerzas que estaban perdiéndose sin llegar a otros, ahora empezaron a tener músculos, pieles, órganos, palabras, y mentes afiebradas, enfermizas y asustadas…en donde alojarse. El ritornelo incesante de la moderación es el nuevo himno de tangópolis…
Por eso debemos intervenir, hacer ruido en esta atmósfera digital ante la amenaza de terrenos desolados, calles frías, y vacías, calles donde las alfileres se clavarán de las remeras de los pibes dejándolos colgados de mapas digitales (como moscas pinchadas en paredes de tergopol de un laboratorio de biología....) Si no queremos ser el orgullo de un cazador de mariposas, debemos movernos... no podemos quedarnos quietos...
Ahora bien como decíamos este pedido-exigencia de pacificación no aparece de la noche a la mañana, ni nos toma de sorpresa… El virus para funcionar requiere de cuerpos capaces de recibirlo e incubarlo, de darle cobijo, de incluso alimentarlo. Y a ese cuerpo social donde se inyecta el virus hay que hacerlo… se hace construyendo recuerdos dolorosos, se hace con horas y horas de noteros histéricos surfeando en vivo y en directo olas de inseguridad, se hace con cansancio de laburos de mierda, con propagandas perversas, con mapas de la inseguridad… Todo un golazo si cuerpos así, en vez de gritar, de patear el tablero, de vomitar su dolor, piden a gritos una lluvia de Ribotril…
Por otro lado, es llamativo que las voces que piden moderación son las mismas que treinta segundos después piden pena de muerte, represión, justicia por mano propia… Entonces son dos caras: los nervios a flor de piel y la moderación. Un par de tácticas que se insertan en la estrategia de pacificación, de control social (ese es el objetivo…). Las dos tácticas pretenden aquietarnos, desmovilizarnos, desactivarnos. La que pone nuestros nervios a flor de piel, ansiosos, a puro viodeografh de “ultimo momento”, “en instantes”, “urgente”, pero también a puro trabajo precarios, vínculos sociales violentos, hiperconectividad a la pantalla, etc. Y la que nos pacifica, empastillándonos, aquietándonos con sus enunciados de moderación, sus llamados a la tranquilidad, el ofrecimiento de una pastilla que sirva para una nueva huida de la vida, que nos tranquilice, que nos sumerja en las profundidades de un océano silencioso, oscuro, denso… para ir alejándonos cada vez mas de los otros… Estas son las lógicas, nunca lineales, necesarias, ni causales, sino intrincadas o simultáneas.
Es más, podemos decir que la moderación como táctica opera en forma retroactiva…ella produce la crispación como su causa. Ese enunciado de moderación nos interpela-retroactivamente como sujetos alterados… Así se produce nuestra disponibilidad. Cuando se exige, se pide a gritos desgarrados moderación, ya caímos en la trampa, ingresamos al círculo de la estrategia pacificadora. Allí, ya no podemos hacernos preguntas por los mecanismos que ponen nuestros nervios en carne viva, por los medicamentos que crean los cuerpos enfermos…. Si aceptamos la moderación, aceptamos la crispación.
Ultima escena:
Ultima escena:
Un grito de activación…los ojos rojos se agudizan…los ánimos convulsivos y agitados se conectan porque reconocen en sus cuerpos los del otro…un estalle de aguante…desde aquí nos plantamos... y así empieza la función…
Por eso debemos salir de una especie de fatalidad digital en la que estamos insertos... no existen acontecimientos o contingencias políticas o sociales que operen en niveles o umbrales diferentes al de nuestra vida, al de nuestro dolor. Estamos permanentemente experimentando un malestar social, generacional, y también político... La pantalla de juego en la que estamos jugando es una pantalla que esta hecha de nuestros sufrimientos y nuestros dolores… también de nuestras alegrías. Muchas de las acciones que llevamos a cabo todos los días están cargadas de politicidad, (en nuestros laburos, en los barrios, en los recitales, en la cancha). Cuando a través de nuestro aguante en los terrenos precarios recuperamos una sensibilidad colectiva (robada a los terrenos de juego virtual).
Imaginemos un par de cajeras de coto o de wall mart que encaran a una encargada por que nos las dejan ir al baño, o un grupo de chicos que laburan en un local de ropa en donde los obligan a trabajar los feriados sin pago extra y que intentan armar una movida… O una piba en una estación de servicio que se planta por que hace frío y se quiere poner una campera, peleándose porque no la dejan dejar de ser por unos segundos el maniquí-erótico. O en un grupo de encuestadores que arman una movida para mejorar sus condiciones de contratación, o en los pibes que en los call-center buscan producir algún tipo de protesta “clandestina”. O en la cantidad de pibes que cotidianamente se juegan la vida en obras en construcción sin la más mínima protección y deciden parar su trabajo…
No decimos que la estrategia de la pacificación viene a llevarse puesto nuestro idílico y protegido mundo laboral juvenil… lo que decimos es que en un terreno anímico de moderación, de pacificación, ¿qué vamos a ser nosotros, nuestros amigos, y tantos otros que no conocemos ¿unos loquitos? ¿unos barderos? ¿Se puede tener diálogo y convivencia, cuando nos forrean y mulean? No es que nunca nos topamos con estas preguntas, o que no nos las hacen para nada... el problema y la preocupación es por que estas preguntas encuentren un eco absoluto, más unánime.
El aguante de nosotros y nuestros amigos en diferentes paradas, no se puede pensar si no te plantás. Si el clima de la pacificación es el aire que se va a respirar en los supermercados, negocios de ropa, fabriquitas, call center, vamos a estar más embarrados. Plantarse significa romper con algo, decir no, basta, para desde ahí crear, afirmarnos y salir para adelante. Es escabullirse a la indiferencia y al encierro, para inventar alguna movida; por que si no nos plantamos, no nos juntamos, llegamos más cansados a nuestras casas, mas humillados, con más dolores en las piernas, en los brazos, oyendo a la espalda quebrar, con tendinitis, con cansancio. Nos duele la cabeza. No podemos dormir. Andamos recalientes y puteamos a todo el mundo. Damos un portazo y nos metemos en la pieza. O damos un portazo y nos vamos al carajo. Este es el terreno que se prepara para montar la pacificación… Pero también descubrimos la trampa: más moderación es más muleada, y más muleada es más nervios a flor de piel: ¿Se trata de pedir diálogo, buenos modales, no gritar ni enojarse?… ¿O lo mejor sería aceptar que tenemos bronca por que estamos sufriendo, que nos sentimos impotentes, que estamos cansados de que nos forren, sabiendo que si intentamos elevar la voz nos forrean mas? La violencia no es la de nuestra afirmación, sino la muleada a la que nos vemos sometidos cotidianamente, esa que se nos pegotea en la piel, que se nos impregna en todas las fibras de nuestro cuerpo. Aguantar, afirmarse, no es festejar un goce estéril e impotente (fisurando en cada esquina, o en cada boliche), es tratar de evidenciar los saberes que portamos en nuestros nervios, en nuestras venas y en nuestros cuerpos. Los saberes que nos transmite la conexión a un estado de precariedad. Los saberes de las micro-resistencias en los espacios laborales y sociales hiper-precarios. Y que hace que queramos gritar bien fuerte, un grito desde nuestros estómagos, desde nuestras mentes abrumadas de violencia y de publicidades cínicas, un grito de cansancio, un grito potente que nos active y nos saque del abismo. Si nos quedamos en el suelo de la indiferencia, y la desolación –en donde cada vez son más fuertes los fríos glaciares que nos alejan de vos…- somos tipos-pan comido para los gobiernos del estado de ánimo. (Sabemos que jugando al borrego nos van a carnear….)
Tu aliento vas a proteger… en este día, y cada día.
Colectivo Juguetes Perdidos
Junio 2009
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