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miércoles, 25 de febrero de 2015

“Rajá turrito, raja”


Apropósito de ¿Quién lleva la gorra? del Colectivo Juguetes Perdidos editado por Tinta Limón

Por Esteban Rodríguez Alzueta







¿Qué está pasando en los barrios? ¿Qué significa pensar a los pibes de los barrios? ¿Cómo pensarlos? Para responder la pregunta que propone el Colectivo Juguetes Perdidos (“¿Quién lleva la gorra?”), hay que empezar por aquellas otras cuestiones, hay que saber responder las otras preguntas.

Tengo la sensación -y cada vez me convenzo más-, parafraseando a la antropóloga Laura Nader, que “todo lo que digamos sobre los pibes va a ser usado en su contra”. Por eso la tarea que se impone es doble, pensarlos y evitar que lo que digamos sobre ellos pueda ser manipulado en su contra.
Pensar y, al mismo tiempo -y lo digo ahora con las palabras del Colectivo-, evitar hacer“extractivismo académico, literario o político que busca conocer el lenguaje y experiencias nativas para colonizar, para hacer entrismo, o simplemente para estetizar. No buscamos saquear elplusvalor de sus vida aventureras o excitantes, violentas o intensas para transformarlo en mercancía que circule en otro ámbito.” En todo caso que el robo sea mutuo: “a los pibes les robamos la vitalidad, su parla, su imaginación, sus mapas dl presente. A nosotros nos roban tiempo (no remunerado, no mediado por la necesidad de obtener dinero o prestigio o credenciales). Un tiempo para jugar, un tiempo para estar. Un tiempo robado a las rutinas laborales, familiares, sociales. Y también nos roban ganas y energía y quizás algo nuestro que no sabemos codificar.”

Pero, quienes son entonces los pibes? Por empezar digamos que los pibes de los que se hablan en este libro no son todos los pibes. Son los pibes silvestres, es decir, aquellos pibes que, como los yuyos, crecieron solos, a la intemperie, resistiendo las inclemencias de su entorno, resistiendo el frio y el calor, pero también los contrastes abruptos; pibes que crecieron a pesar de la sequía, la inundación y el barrio. Cuerpos indóciles. Atrevidos. La policía no pudo con ellos, pero tampoco la gendarmería, las familias, las escuelas, los movimientos sociales, los punteros, los transas. Ni si quiera el mundo del consumo, del mercado y el espectáculo, que fueron, dicho sea de paso, los que mejor supieron interpretarlos para poder captarlos, claro! Esos pibes silvestres son los que, con el paso del tiempo se hicieron maleza. Para algunos son los disponibles, malvenidos, los famosos ni-ni. Su doble NO, define su lugar en el mundo. Para ellos hay un santo decir sí en aquellos jóvenes que merece ser escuchado, explorado.  

Pensar a los pibes con los pibes. Pensar y no detenerlos. No replicar las rutinas diarias que muchas instituciones traman sobre los pibes, hasta enredarlos en sus palabras. En efecto, los jóvenes son objeto de múltiples detenciones diarias. Para diseccionarlos hay que detenerlos. La policía los detiene, pero también los detienen los vecinos. Las palabras que usan los vecinos para nombrarlos tienen también la capacidad de detener el tiempo para ellos. Porque una vez que fueron alcanzados con sus prejuicios, difícilmente puedan correrse de ese lugar. Son palabras que estereotipan, que encierran, que tienen el poder de atraparlos. Hay que detenerlos para pensarlos, o mejor dicho, para volverlos impensables, invisibles. Porque detrás de aquellas palabras hay una mirada que se resiste a ver, que no quiere ver, que tampoco tiene ganas de preguntar. Son miradas que tienen una convicción, que vienen cargadas de verdad, “su verdad”, una verdad irrefutable que llevarán con vergüenza, que deberán cargar con culpa. Etiquetarlos para ponerlos en el molde. Se sabe: “si te moves sos boleta”. O como dice la policía: “Alto ahí!”; “No se mueva!”. Estado de sitio y toque de queda. Los pibes saben que a través de las detenciones sistemáticas por averiguación de identidad las fuerzas de seguridad establecen límites para transitar por la ciudad. Las pautas de consumo y sus estilos de vida, pero también la edad y el color de su piel, son las contraseñas que sabrán aprender y disimular si quieren acceder a la gran ciudad. Establecer límites para estabilizarlos, contenerlos, identificarlos. Para todo ello se necesitan palabras. Palabras filosas, palabras que tengan la capacidad de herir; palabras que dejen huellas, que permitan mapearlos; palabras que dejan marcas, que duelen.  

Pregunto entonces otra vez: ¿cómo pensarlos? ¿Cómo nombrarlos y no hacer lo mismos que la vecinocracia?

El Colectivo Juguetes Perdidos, herederos de la filosofía de Deleuze, tiene un método. Construyen categorías movedizas, conceptos que no se disponen para atrapar al otro, que no quiere sacar una foto sino captar una película que todavía se está rodando.

Ejercicio hermenéutico que al principio no deja de fatigar al lector. Porque las palabras y las cosas se han desquiciado. Si hay que volver a nombrar, las viejas palabras ya no sirven hacer-hablar a las cosas, o las cosas resisten los sentidos de las etiquetas que se empecinan a encerrarnos para siempre, hasta que se jubilen de pibes, y las categorías pierdan su carga interpelatoria. Porque como dijimos recién, estamos rajando de las palabras que se fueron construyendo cotidianamente para nombrar al otro como problema, como peligroso, como el productor del miedo nuestro de cada día.

Esa vocación atrevida que define a esta nueva “JotaPe” –si se me permite el chiste- para renombrar, tiene como meta componer palabras que puedan captar la debilidad y la potencia de las derivas de los pibes, palabras para que puedan abrir los problemas (no cerrarlos). Un saber alegre (gay saber), ricotero, tributario de las canciones del Indio Solari, de sus lenguajes y sus temas, es una saber contra-mítico. Se trata de ir contra el mito, contra los fantasmas que se depositaron en aquellas palabras destinadas a licuar al otro.

Repaso algunas de las novedosas palabras: vivencialismo; posvecinos; consumo para todos; interiores-trinchera; estallidos anímicos; engorrarse; parejismo y familia tentacular; cielo abierto y vida mula. Desa-bientados. Barrio rejunte; vida loca; tiempo recalculado; estar tranquilo; estar pillo; agilado; monadología lumpen; economía del vuelto.

Las palabras son un rompe-cabezas. El libro se propone como un rompecabezas. La imagen en movimiento va apareciendo con el paso del tiempo. Un libro que resiste la lectura disciplinada, que busca mantener alejados a los lectores  productores de papers que reclaman escrituras que vaya justificándose, como pidiendo permiso y autorización para dar cada paso que se quiere dar. En el libro de Juguetes Perdidos se avanza y retrocede todo el tiempo. Una marea de palabras que van y vienen. Que van martillando. Una escritura urgente, que insiste pero no quiere rodear a su objeto hasta acorralarlo. Sino encontrarle salidas de emergencia.

Algunas veces, esas palabras son las de los pibes. Porque los pibes tiran palabras y el Colectivo JP quiere descifrarlos comprendiendo su uso. Saben que corren el riesgo de hacer el ridículo. Porque las palabras que los pibes barajan son palabras contraseñas. Son el santo y seña en cada esquina, las palabras que hay que saber usar para moverse en el barrio y más allá del barrio también. Esas palabras testean al otro, pero también encriptan su mundo. Los pibes silvestres son aquellos que hicieron de la limitación una fortaleza. Tratando de volver positivo aquello que  de otro modo se experimentaría como negativo. El truco es conocido: sobrefabular arriba del discurso del otro para transformar los estigmas en emblemas. Rajarles a las palabras implica devolverlas con un plus de ironía. ¿Acaso no esto lo que llamamos “bardeo”? Bardear no es burlarse del otro. Bardear es devolverles sus prejuicios, darles de comer sus propios fantasmas. Si es cierto que somos “pibes chorros” entonces seremos más que pibes chorros. Seremos hiper-pibes-chorros. Bardear y rajar. Bardear para ganar tiempo y mandarse a guardar, para cambiar de piel.


Con la misma prepotencia de trabajo que recomendaba tener Roberto Arlt para tallar las palabras que puedan captar un mundo -otro subsuelo de la patria sublevado!-, el Colectivo Juguetes Perdidos se sube al cuadrilátero y empieza a zampar cross a la mandíbulas. La pelea no es sencilla. Como los pibes, pelean contra todos. Saben que, como los amigos, se hacen palabras a las piñas. Y saben que, en las condiciones en las que nos encontramos, hay que pegar y después saber rajar. 

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