La gorra ajustada
Macri toca el bolsillo de la gente pero también su alma: gorruda y mula. Y acá –vale decirlo una vez más– no hablamos de categorías morales o moralizantes para impugnar las vidas populares (nada de gorilismo ni de racismo progre), nos referimos a modos de vida, a máquinas sociales... a tonalidades afectivas de la multitud mula. La Vida Mula no es una impugnación moral a un modo de valorizar la vida o una categoría sociológica para bardear desde una exterioridad gorila la relación de los “sectores populares” con el trabajo (o con el consumo, con la rutina, con la vida barrial, etc.). La Vida Mula es la Realidad; sin Vida Mula no hay sociedad. La Vida Mula es un modo de las relaciones sociales contemporáneas; el roce cotidiano con las cosas, con la pantalla del celular que dispara la alarma a las cinco de la mañana, con los otros cuerpos-laburantes que se aprietan en los viajes en bondis y trenes, con los laburos de día, con los quilombos familiares de noche, con las violencias difusas de tiros en la madrugada, con el ruido insoportable de los rejuntes barriales... Vida Mula es también sociabilidad laboral –y acá las imágenes van tomando cada vez más ambitos de la ciudad blanca...–, romances, curtidas y amistades laborales, after-office y fulbito semanal, cabezas quemadas, birras y fasitos en la plaza, grupitos de whatsapp, fines de semanas de escabios y drogas y días de semana de ibuprofenos y café, disposiciones anímicas para la obediencia y el muleo, profunda necesidad subjetiva de que en –y por– el trabajo pase gran parte del tiempo de vida y la sociabilización; el trabajo como excusa para postergar las filosas preguntas existenciales, el trabajo como excusa para olvidar el emprobrecimiento vital, el trabajo como excusa para reforzar la sujeción al endeudamiento, la familia, el hogar estallado e hiperpoblado o el depto en el barrio blanco...
Las grandes pantallas exponen nuevamente los linchamientos: devenires del engorrarse en su modo oscuro y ambiguo de gestionar desbordes. “La vida mula se resiente y descarga su incertidumbre sobre un cuerpo tirado en el piso”… y claro que no es la misma la descarga de una vida que no descansa en ciertas redes materiales (garitas, patrullajes de seguridad privada), culturales (humanismo ilustrado), sociales, etc… A mayor exposición a la precariedad totalitaria más amoral, oscura y violenta es la guerra; nada de “pobres contra pobres”, como dice el slogan sensiblemente –y materialmente– exterior a la sórdida realidad social y barrial; hay guerra de realismos, guerra de formas de vida, disputas por la intensidad sobre fondo de precariedad. El engorramiento es ambiguo y amoral, a la vez que profundamente político. Es empobrecimiento vital (vecinos rejuntados, defensa del “consumo” y la propiedad –aguantada con el cuerpo–, pedidos desesperados de tranquilidad, etc.), y es al mismo tiempo una disputa oscura por la intensidad. Empobrecimiento vital que no es quietud ni normalización; reacciones que intensifican el continuo de la Vida Mula.
El realismo político gobernante lo sabe y se monta sobre esa movilización barrial (incluso robando imágenes de izquierda: la gente reacciona y se autoorganiza, se cansa y se planta, marchan para no naturalizar la situación...). Conectar con esa “movilización”, apostar por el realismo vecinal (amplificándolo desde el Palacio, reforzándolo, encarnizándolo…) es su trabajo de base, su apuesta por hacer pie y sostenerse territorialmente (ni hablar mediáticamente). El que lincha es un tipo que retiene el terror cotidiano, y explota cuando ve que puede (hay un terror anímico previo al terror gorrudo). En estos días ese constatar que se puede deviene social, mayoritario y no encuentra fronteras –discursivas, retóricas, Políticas– que lo resistan –aunque más no fuese mínimamente– a nivel gubernamental (como pasaba durante el kirchnerismo). Al jugar en esos términos, el macrismo no solo instaura un umbral peligroso de gobernabilidad (el incendio se puede salir de control), sino que refuerza (sobre todo en “ausencia” de aparatos políticos, con internas con la policía, crisis y ajuste) algo de la alianza de clases que lo empujó (y sostiene) hasta aquí. Todo el poder a los mulos, a los rejuntados, a los quemados, a los engorrados, a la gente (alianza de clases: barrios populares y ciudades blancas). Si vas a ser empresario de vos mismo que sea de verdad: bancando con el cuerpo detrás cada inversión rapiñada.
Durante la década ganada el consumo implicó toda una gestión cotidiana de las fuerzas vitales; mística, energía, aguante, rebusque, agite, pero también engorramiento (“sostener con el cuerpo lo que se compra con las cuotas”). La situación económica actual va borrando o difuminando algunos componentes de ese encadenamiento y pone cada vez más el acento en otros; menos consumo más engorramiento. La gorra se ajusta varios talles (y calza bien con el consumo deshinchado, vitalmente deshinchado y enfriado...). No hay normalización con el macrismo, ni aquietamiento, como no hay normalidades pacíficas ni duraderas en la precariedad totalitaria. La exposición al afuera sin límites interrumpe cualquier orden y norma duradera, cualquier aquietamiento o “desmovilización”. La tranquilidad (densa, casi siempre siniestra, de atmósfera cargada...) se juega minuto a minuto, y es mantenida bajo estado de movilización bélica (guerras sociales de no tan baja intensidad). A la tranquilidad –como al consumo, como dijimos durante la “década ganada” y como queda obscenamente expuesto ahora– se la aguanta fierro en mano, “cueste lo que cueste”. Los pedidos de tranquilidad (o las guerras por la tranquilidad) en la precariedad totalitaria suponen una gran movilización de energías psíquicas y físicas para mantenerse en pie; una “vida normal”, tranquila, es guerra cuerpo a cuerpo con cada día como escenario de combate.
La gobernabilidad macrista habla mejor el lenguaje de los nuevos barrios, del continuo de la vida mula (y los rajes y escapes a este dispositivo), de las disputas de realismos, de las “nuevas conflictividades sociales”… que el resto del arco Político reconocido. Pero que el macrismo intente “cooptar” a líderes sociales (“el carnicero” o “el doctor” son los líderes piqueteros que tenía Néstor) de los movimientos de trabajadores híperocupados y movilizados no significa que los nuevos barrios estén identificados sensiblemente con el macrismo: están luchando vitalmente por sostenerse en la precariedad totalitaria que cada vez expone más su fondo. Esta misma belicosidad social –de las fuerzas anti-todo– puede ir contra el macrismo –como fue contra el kirchnerismo y todo aquello que le pasaba cerca–, y nada de esa direccionalidad ocasional augura una vida más alegre.
A medida que el cierre por arriba se profundiza, que el enfriamiento y el ajuste toma cuerpo y se encarna, la imagen del “estallido social” sobrevuela muchas de las discusiones, de los imaginarios, de los cálculos y sobre todo de las expectativas. Pero a la imagen del estallido no podemos no sumarle la de la implosión. Cada cuerpo, cada casa, cada barrio implosionando en enormes y profundos micro-estallidos hacia adentro. La implosión: estallido sobre fondo de precariedad totalitaria. Cuerpos que no dan más. Hogares que colapsan. Roles fundidos (ni siquiera desfondados, sino quemados por sobreexposición, por soportar de más). El ajuste en un escenario de precariedad totalitaria, implosiona sobre los cuerpos-fuerzas que atreviesan el continuum, la vida mula se endurece e implosiona para todos lados, como una bomba bajo tierra... con menos laburos, menos changas, menos guita, cualquier elemento fundamental para mantener a flote una vida en un terreno precario se vuelve más pesado y estalla sobre el cuerpo responsable. La obviedad macrista parece “resistir” estas explosiones e implosiones sociales, y hasta quizás las necesite para hacerse más fuerte...
Tres tristes derrotas
Tres derrotas provocaron –y ahondan cada vez más– al macrismo sobre nuestra sociedad y nuestros cuerpos. La menos importante es la del medio, la derrota electoral. O mejor, esa derrota no se explica sin la derrota sensible (primera y fundante) que se continúa hoy en día; porque se sigue percibiendo “la derrota en las urnas” y en la aplastante coyuntura Política, pero no la derrota de las formas de vida que la incubaron. Ya hablamos de la primera derrota: existencial antes que macropolítica, derechización vital antes que ideológica (“derrota existencial o derrota vital ‘antes’ que macropolítica, o como condición para que ésta suceda: falta de inyección vital, experimentaciones frustradas, cierres de las posibilidades al interior de cada vida… eran algunas señales que aparecieron los últimos años que hablaban de un enfriamiento vital, caldo de cultivo –junto a otras dinámicas– del actual escenario político y social. Empezar a pensar –y pararse ante lo que pasa– por este lado, nos saca de un plano puramente ideológico, de ‘toma de posiciones’, de posturas que cierran bien a un nivel discursivo o imaginario, o de principios, pero que poco entran en juego con la vida, con las maneras de vivir, con el hábito, con los afectos, con las alianzas vitales que vas tejiendo, con las disputas efectivas en las que estás metido –disputas no sólo a nivel material, económico, político, de relaciones de fuerza, sino también disputas a nivel de la intensidad, de las ganas, de cómo valorizás tu vida”–). Ahora sin embargo, en plena gorra coronada, con las fuerzas anti-todo deviniendo gobierno y el continuo de la Vida Mula demostrando su plasticidad, la tercera derrota (que es la profundización de las anteriores) nos aplasta aún más. Hablamos de la derrota de quedar inscriptos en un plano abstracto, ideológico, de representación, de reacción política. El régimen de obviedad macrista sustrae energías militantes y las pone a dialogar en un nivel cómodo –de padecida comodidad– en dónde cada vez hay más distancia entre lo que pasa por ahí y las fuerzas y deseos sociales, las disputas de las vidas concretas, las pasiones populares... Es desde ese plano discursivo desde donde se arman estrategias para “luchar” contra los despidos, contra el ajuste, contra el vaciamiento de programas, contra... y el macrismo sigue intacto y como si nada. Quizás porque se disputa siempre un solo elemento del continuo en el que se insertan las vidas, manteniéndose intactos todos los demás. “Saltamos” por alguno de esos elementos violentados (por ejemplo, el trabajo) pero conservamos instintivamente los otros elementos, inmóviles...
Dijimos que las fuerzas anti-todo y revanchistas no apuntaban al kirchnerismo en tanto fuerza política sino que –sobre todo– la gran revancha es contra los mantenidos, contra la vagancia, contra cualquier sensibilidad social suelta por ahí que intentó valorizar su vida de modo distinto al de la multitud mula. Si se va contra el kirchnerismo es menos contra sus figuras o su programa de gobierno y más contra lo que el k dejaba hacer (habilitando las condiciones sociales para que suceda, o no actuando para bloquearlas). El revanchismo es contra lo silvestre. Por eso se alimenta de las disputas por el realismo que nacieron en los diferentes barrios y ciudades: realismo vecinal vs realismo de lo silvestre (el realismo pillo, el realismo de lo que raja). En este escenario, olvidar al kirchnerismo sin más es un gesto peligroso y es una trampa: porque es borrar también la memoria de vidas concretas en situaciones de agite público (una movilización, pero sobre todo una fiesta, una gira, un caos público, un dinero que se cambia de signo, un rechazo al trabajo, un espacio laboral menos organizado por el verdugueo de los jefes y patrones, un agite suelto, un deambular de otra manera por la ciudad... no mucho –y sin embargo tanto– más). Borrar al K es ignorar lo silvestre que atravesó a muchos pibes y pibas (las generaciones curtidas en los años de la “década ganada”, quizás quienes mejor comprendieron sus dinámicas sociales), es cagarse en fuerzas vitales que atravesaron consumo, laburos, barrios, políticas, calle; es evitar un plano de afectos y agite vital que siempre evitó –e impugnó, involuntariamente quizás– la derechización existencial. Y es un gesto de arrugue también con las propias fuerzas y con las propias derrotas…
La crítica sin carne que se escucha hacia el K, puede llevarse puesto también modos de vida populares no-mulos, sensibilidades que se expandieron durante esos mismos años y que son lo único concreto que puede resistir realmente al macrismo (realmente: en el plano sensible, en el cuerpito, en la forma de vida, en la calle, en la noche, en el bolsillo, en la feria; realmente: disidencia existencial, no parla o ideología crítica o expresiones de deseo). ¿Cómo se componen los cuerpos después de experimentaciones frustradas, qué pasa con las derrotas vitales (o cuando lo que queda es el refugio en las propias vidas)? Renegar de la última década, dejar que se la lleve puesta una lectura exterior, molar, aplanadora, es por un lado esquivar la primera derrota, la más importante, la que nos toca en las formas de vida que se armaron y sedimentaron en los últimos años… y al mismo tiempo es desconocer el subsuelo de la precariedad totalitaria y como ésta es esencial a los nuevos barrios. Tanto para sus dinámicas oscuras (aquellas con las que dialoga el macrismo) como para sus rajes y politicidades.
¿Qué barrios, qué experiencias, qué cuerpos son los finalmente se convocan “pasando por arriba” esas derrotas, esas mutaciones, esas experimentaciones? Seguramente unos más abstractos, menos potentes, menos reales (también menos ambiguos, menos “sucios”); quizás con roles más cómodos que interpretar (o “militar”), pero también menos reales...? Más allá de lo bancable de ciertas -y necesarias- escenas militantes (movilizaciones, campañas contra la violencia institucional, denuncias, actos) es fundamental “inquietarlas” cuando se arman desde “arriba”, desde cierta exterioridad sensible, cuando muerden poco en el barrio, cuando parecen desconocer las pequeñas y grandes derrotas, las mutaciones de los nuevos barrios, el engorramiento extendido, el terror anímico de fondo, las condiciones materiales y afectivas de existencia de la multitud mula, los modos en que los pibes valorizan sus vidas... Una militancia potente es la que, más allá de “lo programático”, busca alianzas insólitas que trascienden las fronteras externas e internas de los nuevos barrios; una militancia que piense los problemas “picantes” y los rajes sucios, los modos en que se politiza (se valoriza) una vida y una muerte... una militancia que soporte lo ambiguo y amoral de las fuerzas que atraviesan las vidas concretas... (que no son heroicas ni santas).
Cuando el poskirchnerismo deviene prekirchnerismo se cierra un círculo Político que, sacándose de encima –del cuerpo– una larga, compleja y pesada década, hace aún más insondable las líneas de fuga al macrismo gobernante; las mismas que se incubaron en disputas cuerpo a cuerpo con la sensibilidad que lo parió. Más que criticar –lúcida o moralmente– la década ganada o de festejarla desde sus imágenes Políticas (desde su representación), se trata más bien de investigar –para aumentar, para agitar, para continuar, para que no se corten...– los agites que se conquistaron –que se soltaron– en todos esos años y que aún siguen sueltos por ahí. Olvidando al kirchnerismo se borran hábitos distintos a los oficiales (porque ya eran distintos a la oficialidad kirchnerista; la misma que descubre recién ahora la tortura en las cárceles, la violencia institucional, el verdugueo de las fuerzas de seguridad... un despertar tardío y torpe que sigue ignorando la politización singular de lo silvestre, la potencia de lo que raja, la resistencia que es siempre y en primer lugar insistencia: de las propias formas de vida, de los berretines que mueven un cuerpo, de las alegrías conquistadas).
Ahora que la sensibilidad gorruda, el realismo vecinal, la multitud mula devino gobierno, la sensibilidad silvestre y los agites intensos no pueden ser olvido. Si esto sucede “las luchas políticas” estarán castradas de cualquier tipo de materialidad sensible, afectiva, libidinal; serán pura parla sin cuerpo. Crítica sin sujeto. Si los rajes y los agites no se piensan desde los mismos barrios y vidas concretas que los parieron, lo que queda es idealismo Político y tozudez (en estos meses asistimos a una “segunda vuelta de la política”, igual de molar que la primera, igual de sedienta en detener todas esas fuerzas y deseos en moldes, programas y posturas políticas descarnadas, igual de impotente...) y el riesgo de seguir alimentando el régimen de obviedad macrista que, a diferencia de la “obviedad militante” –que muerde muy poco en las sensibilidades sociales– se expande cada vez más por ciudades y barrios, porque se nutre del realismo vecinal popular.
Pero si en los nuevos barrios –ahí donde hoy surfea la gobernabilidad macrista– se expandía la gimnasia sensible del engorramiento (que es vitalismo oscuro: linchamientos, vecinos enfierrados y empoderados, gendarmes, policías y prefectos con el verdugueo recargado, cachivaches gatillando y rastreros bardeando, pitufos molestando, etc.) y se endurecía la Vida Mula, también –reverso o anverso, según por dónde se le entre o según a qué plano se le de prioridad– se preparaban y experimentaban rajes, agites, gestos pillos y movidas lúcidas que de hecho (y desde su ambigüedad) cortaban esos dispositivos o los vaciaban a nivel sensible...
¿Se puede luchar realmente contra el macrismo si no hay una repulsión profunda a las sensibilidades que lo incubaron y que lo alimentan? Quizás tengamos que dejar por un tiempo de “ver” lo que el macrismo hace y nos hace y ponernos a investigar cómo se hace en nosotros, cómo se elabora sensiblemente en nuestras vidas, en qué momentos lo interrumpimos, qué rajes son los que insisten, que nuevas percepciones sociales se tienen que habilitar, con quiénes nos aliamos para hacerlo saltar (antes de nuestras vidas que del Palacio...).
Macri Gato Blanco
Las fuerzas anti-todo no nos gobiernan
Arriba la Vagancia
Colectivo Juguetes Perdidos,
Octubre de 2016
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