Va pasando diciembre, este, pero también
todos los diciembres calientes ya pasados
que retornan como espectros. Y si bien el acontecimiento
2001 parece seguir presente como un vector del orden y desorden político,
las diferencias con el diciembre actual muestran una radical mutación sensible,
política y social.
Una pregunta
nos inquieta hoy, ¿quién lleva la gorra?
Interrogante-impulso, que emerge de un territorio inédito y en permanente
recombinación. Los nuevos barrios son rejunte: hay consumo, mesas de gestión de
la seguridad vecinal, hay más dinero, más programas sociales, más derechos, más transas, más policías
(siempre pillos aunque cambie la pantalla de juego, siempre listos para
acoplarse a las mutaciones de la realidad barrial), más motos y tal vez más
fierros; hay gendarmes, hay pos-vecinos (¿qué es lo que te hace mi vecino?) y
comerciantes armados (o listos para hacerlo); hay reposición de la figura del
propietario, hay terror –un vector
constante de la precariedad– y hay pibes
silvestres. ¿Cómo operan estas mutaciones en los “acontecimientos de
siempre” (saqueos, inestabilidades, diciembres calientes…)?
Si el 2001
puso en juego el par orden
neoliberal/caos de las protestas políticas, la cosa hoy parece jugarse más
en el par tranquilidad/quilombo.
Términos menos políticos y estatales (justamente atravesada ya una década de la
“vuelta del estado y la política”) y más del orden de los nervios, los estados
de ánimo y los malestares de los cuerpos exigidos al máximo pero agotados
(cuerpos distintos a aquellos “invisibilizados” del 2001, aquellos expulsados
por sobrantes, cuya apuesta era la politización).
En este
diciembre de 2013, es díficil explicar los saqueos sólo por el hambre o la
escasez, ni tampoco hay piquetes para interrumpir la circulación de mercancías para pocos; los saqueos son para
aumentar el flujo de consumo (para revender aun lo saqueado en el barrio…), y
los piquetes y barricadas se activan ante servicios que colapsan. El circuito
se acelera y no puede detenerse; consumo para todos, permanentemente (no pare, sigue sigue…).
En los
barrios del 2001, en las periferias de la ciudad se organizan los movimientos
de trabajadores desocupados en alianza con la militancia política, se juntan
los pibes en la esquina, de fondo suena rock barrial y cumbia villera. Aún en
la precariedad, los lazos sociales que se mantienen, redes que siguen
conteniendo. Diciembre de 2001 es el barrio en movimiento, conocido y cartografiado por militantes, dirigentes sociales,
manzaneras y doñas en los comedores… También hay terror, en la noche de los desocupados y de los empobrecidos hay
fogatas, fierros y palos para proteger la poca propiedad que queda, y para
defenderse de los que vienen del fondo.
El mapa lo completa la policía; asesinando, liberando zonas para los saqueos y
el agite, propagando miedo, marcando militantes. Jornadas, las del 2001, de
antagonismos nítidos: contra los políticos, contra la policía, contra la
gobernabilidad neoliberal. Que se vayan
todos es la expresión de la voluntad destituyente, es la traducción a
eslogan del extendido malestar político. Si los muertos del 2001 no son vidas Políticas (la mayoría no tenía
inscripción partidaria o militante previa), sí fueron y serán vidas politizadas
por el acontecimiento.
Los barrios
de este diciembre son otros. Escenarios de guerras sociales difusas, mostraron
jugadores que resultaron bien entrenados ante situaciones de quilombo extremo;
pibes silvestres, vecinos, policías y doñas todos parecían saber qué hacer.
Cómo organizarse para saquear, cómo vender o mover lo obtenido, cómo negociar
con la cana, cómo enfierrarse y armar verdaderos comandos “anti vandalismo”.
Saberes que se caldearon en la década ganada, subjetividades con
gimnasia de engorrarse, ya con la cabeza y el cuerpo curtidos para una
“próxima” pantalla que sin embargo ya está sucediendo o siempre estuvo
sucediendo. Nuevas y diferentes lógicas de la precariedad para barrios que han
mutado, nuevas sensibilidades que arman redes contingentes y momentáneas para
defender la propiedad –y los estados de ánimo que ella encierra–; redes
contingentes pero que mostraron su eficacia cuando ciertos pactos (como el de
la policía y el poder político) se rompen.
Estos son los pibes silvestres.
“toda alegría proviene de una sensación de poder”.
Otros
cuerpos son los protagonistas de lo que viene; no ya los del pico y la pala, sino los de la guita y
la joda. También se los conoce como disponibles
(reducidos a la mentirosa fórmula no
estudian, ni trabajan), sobre todo por aquellos que los quieren
disciplinar, contener o utilizar como fuerza de trabajo para los
emprendimientos delictivos-policiales. La hipótesis de la disponibilidad
pretende explicar la relación “hipnótica” entre los pibes y el consumo. Todos
discursos que parten de una mirada externa que intenta institucionalizar una
relación –siempre abierta– que los pibes tienen con el mercado. Los pibes
silvestres (aquellos que
son medio un misterio, una incógnita, pero que sin embargo son protagonistas de
la mayoría de las secuencias barriales que incomodan) no
tienen una relación pasiva con el consumo, no medicalizan, ni privatizan su
insuficiencia y su dolor: lo hacen combustible para la fiesta explosiva; pura
rapacidad y agite. Saben que vendrá el bajón, que toda vida loca trae vueltos,
que el infinito quema… pero ese es otro tema.
Pero los pibes no están disponibles, sino dispuestos sensiblemente a
jugarse en un saqueo (como lo hacen cuando salen a robar, o cuando ingresan a
una banda narco, o cuando viven cotidianamente sus vidas). Disposición e
inteligencia para saber moverse en los nuevos barrios, para afrontar el
verdugueo gendarme, para desoír mandatos sociales. ¿Serán los pibes silvestres
el legado no-político de la década ganada para el futuro que vendrá? No lo
sabemos aún. Curtidos en la ambigüedad y
la amoralidad del consumo (en donde vale
todo), los pibes silvestres pueden ser soldaditos
de las guerras del narcotráfico, pueden ser empleados de las bandas que arma la
gorra, o pueden ser los que salten y vayan al frente cuando se limite el consumo para todos, o los que le pongan
las preguntas más potentes a la sociedad
mula (la de la pobreza dócil y moral que ya se empieza a predicar).
Mientras tanto, los pibes silvestres están de fiesta (a puro ritmo), entrenándose para protagonizar la década que viene.
Piensan, como chicos de diciembre que son, que navidad puede ser todo el año,
imaginan las fiestas del mañana que ofrecerá la vida loca. Entre ruidos de
cohetes y balas, con fondo de cumbia y nada más, los pibes silvestres brindan
con unos vinos espumantes bien chetos y la agitan cantando: si el presente es de consumo, el futuro es
nuestro…
Siempre es muy estimulante leerlos... dos cositas: el riesgo de asociar las trapisondas de los "pibes silvestres" con la compulsión sistémica hacia el consumo, ¿no es también un coqueteo con la moralina represiva del "pobre pero honrado"? La "década ganada" y la AUH, ¿no terminaron naturalizando a la pobreza?, ¿no se despolitizó la cuestión social reduciéndola a mera cuestión de gestión gubernamental? feliz año, Juan manuel de Mendoza.
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