A 7 de Cromañón...
Las muertes que arrastraron una forma de estar juntos, aquellas que se llevaron vidas que estaban llenas de amigos, de barrios, de apuestas y gestos colectivos, merecen ser nombradas y recordadas también colectivamente.
¿Cómo mantener latente un pedido de justicia, pero una justicia que, infinita, sea expresión de nuestras formas de vivir y recordar, de nuestros rituales ante el dolor, de nuestros recorridos, cuerpos, imágenes, alegrías… una justicia propia (no únicamente judicial y reparatoria) en donde resuenen todas nuestras canciones…?
Nos llenamos de dolor cuando las muertes caen en la indiferencia social o sólo son toleradas y visibilizadas a través de la figura de la víctima. También cuando en los actos y reclamos públicos de justicia y de memoria no aparecen –o no participan- otros nosotros: los otros cientos que estábamos en Cromañón y los que no estábamos ahí esa noche, los amigos de los que fueron, los amigos de los amigos…
¿Pero, por qué no nos encontramos en esos homenajes…? ¿Por qué no nos vemos todos allí? ¿Por qué la maquinaria del reclamo y del recuerdo queda atrapada en imágenes, palabras y rituales que nos son ajenos?
¿Y por qué, por fin, no inventamos nuestras propias formas del recuerdo, de la memoria, del reclamo o la visibilidad social de la tragedia?.
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