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viernes, 20 de marzo de 2009

Otro Rock es posible



El rumor se había expandido por el aire mayoritariamente a través del circuito del “boca en boca”; novias, amigos, compañeros de laburo, compañeros de facultad, nos habían anoticiado, esta vez la bemba clandestina- aclaración: la clandestinidad cada vez más obligada del plan barrial roquero- nos decía que la renga organizaba un festival en las sierras de Córdoba. Al principio quedamos medio confundidos ¿la renga tocando en un festival? Claro, es entendible, la lógica cultural posmoderna produce sus efectos, tenemos introspectado el vinculo festival de rock= multinacional esponsoreando la “cultura juvenil”. Esta relación que –al menos para nuestra generación esta muy naturalizada- se hizo pedazos esta vez. El murmullo se materializo: la renga organizo el festival de la huella invisible, en Santa Maria de Punilla, en las sierras de Córdoba, a unos km de Córdoba capital. Hacia allí partimos, sabiendo que lo que íbamos a vivir tendría el aroma de los acontecimientos importantes. No nos equivocamos…


El ritual se repitió como en cada recital realizado por las bandas creadoras y militantes del plan barrial. En la noche del viernes 23 de enero, autos, combis y micros transportaron a las tribus itinerantes hacia el nuevo centro -efímero, invisible, móvil- roquero. Partiendo en grupos a vivir días descolgados de la rutina cotidiana, días en que nos vemos arrojados fuera del calendario, olvidándonos del principio de incertidumbre, violencia, consumo y precarizacion que intenta marcarnos el terreno de juego. Son esos dias en que el círculo de tiza en que nos encierran -circulo de tiza que se corre, ampliándose cada vez que nos acercamos a sus límites- parece diluirse. Mejor dicho, nunca estos principios se borran del todo, por ejemplo el de la precarizacion: los viajes rituales siguiendo a nuestras bandas, siempre se juegan- y que esfera de nuestra vida no -sobre este terreno, pensemos sino en los micros que tosen y se retuercen a cada paso, en los choferes ortivas que quieren irse sin que estén todos los pibes encima, en los que organizan los viajes, en los policías que molestan, etc, etc, etc. Pero también sabemos que este es el terreno diario y sobre el que tenemos información de sobra en nuestros nervios para movernos. Pero volvamos al recital: el aconteciemto, el que nos marca el ingreso a una nueva temporalidad, el tiempo colectivo, festivo, de hermandad, de la fundición de todas las voces en una sola y gran garganta, comienza antes del recital, ya en las horas previas a tomarnos el micro, ya en nuestros laburos -mayoritariamente de mierda, explotados, precarizados, forreados- o en nuestras casas, en nuestras calles, percibimos, olemos, sentimos en el cuerpo una atmósfera diferente. Cambian los colores de la realidad, cambia su velocidad (esa ansiedad que nos carcome), nos olvidamos de los quilombos sabiendo que nuestra individualidad se va a quedar en nuestro cuarto encerrada con llave y que no nos va a encorsetar la fuerza, la alegria, y la pasion desbordante de esos días… Así partimos, a vivir la fiesta comunitaria; ya en la ruta perdimos las categorías espacio-temporales habituales: todo se rigió por el principio de la embriaguez, y así sobrevinieron las cervezas, los vinos, los cigarros malditos, las carcajadas, los cánticos grupales, los abrazos, en fin: las pequeñas alegrías.

Llegando a Córdoba se sumó el asado y la tarde entre amigos (conocidos o no, cercanos o lejanos, lo mismo da), todo vivido en forma comunitaria, tribal, lúdica… Y por supuesto que el medio ambiente natural fue el escenario que lo hizo posible, tirados en el río, mirados por las sierras verdes, disfrutando del sol. Todo lo que no podemos hacer seguido la gran mayoría de los animales sub-urbanos que seguimos a las bandas que siguen apostando al rock como fuga, como encuentro, como movimiento. Por que de eso se trata, de poder cambiar el entorno, mucha de la alegria compartida, fue producto de la liberación que sufrieron nuestros ojos de la presión mediática… poder mirar el horizonte, perder la mirada en el infinito del cielo o de la nada. En fin no tener que limitarla por televisores, computadoras, carteles publicitarios.

Como en otras oportunidades, el recital de la renga sirvió de “excusa” para encontrarnos, para conocernos, para mirarnos cara a cara, para hablar y reírnos a los gritos, para emborracharnos, para alegrarnos. La renga convoca deseos, fuerzas, pasiones, ofrece un lugar y un momento en donde volcarlos, no es poco en esta época de desiertos digitales e individualismo: quizás es lo principal, suturar soledades y arrojarlas a la calle, a un sitio publico, a un lugar real, carnal, con cuerpos corporizados que se chocan, se besan, se golpean, se abrazan… Pero esta vez, a toda esta maquina deseante se sumo otra singularidad, una pequeña batalla (o gran batalla, depende desde que plano se lo mire). En un presente en el que vemos al rock repartido entre los hiper-mega-festivales, es decir, el rock espectacular-mediático y por estos dias la emergencia de lo que podemos llamar rock cínico, es decir, el rock-pro, roqueros bonitos, educaditos, con grandes gastos educaditos…

La renga demostró a través de la organización del autogestionado festival de la huella invisible, que otro rock es posible. Este acontecimiento abrió un nuevo campo de posibilidades. Realizado con la explicita intencion de pelearle espacios a la logica de mercado que hegemonizo con fuerza el rock de nuestros dias. Por que no debemos regalarle los festivales de rock a las multinacionales… Este recital abre, crea una nueva enunciación colectiva para el rock: otro rock es posible. ¿Cuál es ese otro rock? El rock del plan barrial, el rock como movimiento, el rock-militante. Pero ahora se suma otro posible -otro camino nuevo-, las bandas que siguen apostando a esta forma de concebir el rock se pueden juntar, organizar movidas con grandes recitales como ocurrió en Córdoba. Las bandas grandes -que como la renga tienen la voluntad para hacerlo- sosteniendo y aguantando a las bandas chicas, o que recién empiezan a caminar, bandas que por falta de infraestructura y convocatoria no pueden organizar sus movidas, no contando con lugares para tocar. Por que de eso se trata, de que estos festivales organizados por grandes bandas, sean también espacios para apoyar a los que recién empiezan, esta es una forma de seguir apostando al plan barrial ofreciendo lugares a las bandas que recién germinan, para que puedan mantener una autonomía relativa sobre sus creaciones. No es azaroso que la banda convocante de este suceso haya sido precisamente La renga, una banda que ha sido objeto de la mezcla de deslegitimación, ataque e invisibilizacion por parte de las logicas mediaticas y del establishment roquero-espectacular. El nombre elegido para el festival es una metáfora de sus intenciones: “Festival de la huella invisible”, las huellas, los restos, los retazos sueltos y dispersos del rock-militante, ese que hay que buscar a contrapelo de las madejas de discursos sobre el rock como festival organizado por una empresa multinacional, o del rock ofrecido en una divertida agenda cultural del verano pro. Como otro símbolo singular de esta movida, la imagen del festival fue una huella en la tierra de una zapatilla Topper, las mismas que sirven de signo para identificar a los pibes de Cromañón. Este festival demostró que nuevos virtuales coexisten junto a la realidad del rock-espectáculo. Mejor dicho, el festival fue una efectuación de esos posibles, estas fechas ya se habían organizado en pequeñas escalas, a niveles mas micro, lo que cambio ahora es la magnitud. Y no es casual, que el lugar en donde se materializo esta movida allá sido en un sitio alejado de Buenos Aires entre las sierras de Córdoba; el circuito de estadios de fútbol, micro estadios, polideportivos, y lugares para tocar rock en la capital federeal estan hegemonizados por las grandes empresas del entretenimiento juvenil-rockero, de alli la fuga hacia el interior de varios de los grandes recitales de este año. Pero como dijimos antes, el festival no hubiera sido posible sin los pibes, sin los militantes del rock barrial, sus deseos -nuestros deseos- hicieron posible este acontecimiento, en gran parte ayudaron a su efectuación, el “sin ustedes no hubiera sido posible” en la voz del chizzo marca las ganas, las fuerzas de los pibes que desean otro rock por fuera de los mega-festivales, o de los festi-pro, un rock en el que podamos participar organizando las movidas, llevando las banderas, poniendo la fiesta y fundiéndonos como una gran masa con la banda que esta tocando, de aquí el somos los mismos de siempre como enunciación colectiva de los rengeros, identificándonos con la banda; todos somos los mismos de siempre,(el nombre de los ditirambos rengueros) así como suena, apostando a una esencia, una sustancia, un relato trans-histórico, a-temporal, eterno, identitario…(y bueno, quizás en medio de tanta hiper-contingencia posmoderna, un poco de esencialismo no cae tan mal no?). Esos pibes, son los que se alegraron de un dia arrojado al corazon de la naturaleza, los que se embriagaron , y disfrutaron de escuchar rocanrol, en medio de otro entorno, rodeados de grandes sierras verdes, rodeados de vientos calidos, de rios, de oscuridad, de horizonte… Y no insertos en el entorno semiótico (y no tanto) de los hipermegafestivales, con los carteles-panópticos, las luces artificiales delimitando posiciones en el espacio controlado y seguro… Quizás los pibes no quieran escuchar tranquilos, cómodos y seguros rock-Light, música para bebes, acordes inofensivos de esos que se graban sin quejas en los mp3. Quizás prefieran el rocanrol que desborda cualquier mar, ese que es incompleto si se escucha transformado en megabytes, ese que se crea para ser escuchado-vivido-entre amigos, en bandas, entre muchos, ese que emociona, que afecta, que arrastra con su fuerza a otra dimensión, ese rock que crea una nueva temporalidad, ese rock que arrastra con su fuerza a una marea de cabezas y brazos, para formar un pogo inmenso, violento, un cuerpo colectivo, ese rock intempestivo, fulgurante, caótico, que nunca reparo mucho en métricas, virtuosismos, o grandes tecnicismos. Quizás los pibes no busquen seguridad y confort, ni quieran grandes mecenas para su rock, sino que prefieren buscar a través del rock experiencias, aventuras, riesgos, peligros, en fin, buscan vivir. De algo estamos seguros: por mas que proliferen consultores de marketing de empresas multinacionales, agencias de publicidad, grupos de estudio sobre cultura juvenil, intermediarios culturales progres, caza-tendencias olfateando el rock, radios de puro rock nacional, ministros de cultura y entretenidos festivales de verano, bandas nuevas e infinidad de caretas de todo tipo: no podrán capturarnos nuestro rock, por que este prolifera, se mueve, crea mundos, crea lugares en donde crecer, produce entornos, nos une y nos empuja al afuera de los mundos virtuales… Mientras siga siendo arropador de nuestros deseos podemos seguir creyendo que el sueño no murió.


Febrero 2009

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