Nota publicada en Tiempo argentino (octubre de 2018)
Mientras gran parte de la energía militante se distribuye
–y se ocupa– en las expectativas
ligadas al estallido que “se viene”, en el calendario electoral del año próximo,
en las reflexiones sobre “la crisis política”
que se profundiza, en auscultar con asombro –y en algunos casos, profundo
desconocimiento– las vidas populares que soportan la inflación “y no la pudren”;
mientras se hacen mapas y se encargan diagnósticos apurados para saber “en qué
andan los territorios” pensando en las interpelaciones partidarias, las implosiones sociales llegaron hace
rato y no paran de crecer en intensidad y densidad. Barrios ajustados y ‘picantes’,
pibes y pibas sub-20 con la SUBE en saldo negativo –o el tanque de la moto sin
combustible–, el celular sin carga y sin dinero para la ropa o para la
peluquería, laburantes con menos changa, más deudas y más tiempo muerto
obligado pesando sobre el cuerpo… y aumenta la gaseosa, la cerveza y la leche –estos
no son los noventa–, y aumentan las drogas y se hacen más esporádicas “las
salidas” y los esparcimientos, y los comedores y las escuelas están rebalsadas
y detonadas. Barrios ajustados, rejuntados y estresados en los cuales todas las
implosiones que ‘antes’ acontecían dispersándose por diferentes zonas de la
geografía urbana y suburbana ahora lo hacen en cada vez menos metros cuadrados:
todo parece pudrirse cada vez más acá;
y esto incluye disputas cuerpo a cuerpo, violencias en los interiores
estallados, entre vecinos y vecinas, incluso cuerpo adentro (los órganos se
ajustan y también implosionan: estómagos destrozados, adicciones y depresiones
que sin redes económicas son pequeñas muertes: el macrismo además de arruinar
formas de vida, es arruina vidas biológicas).
Todo se rompe y estalla hacia un adentro cada vez más
espeso e insondable. Implosiones –en
muchos casos– huérfanas de imágenes Políticas y regaladas involuntariamente al gorrudismo ambiente, al securitismo, al
realismo sórdido de la derecha y su eficiente gestión cotidiana de la intranquilidad
y del terror anímico que la
precariedad provoca y que, sumado al brutal terror económico conectan realismos
vecinales y sociales que piensan en términos de defensa social, de guerras a
escala barrial, de clausuras de las vidas puertas adentro (una imagen de este
doble terror son las brutales aumentos en las tarifas de luz o gas que
revientan las economías domésticas).
Muchos de los vectores sociales sobre los que se realizan
pequeñas apuestas al estallido ya
están ‘quemados’ vía implosión. ¿Cómo pensar y alimentar una militancia en la implosión?
Hay un ojo militante acostumbrado a mirar únicamente lo que se muestra como ‘conflicto
social’: la movilización callejera que enfrenta al Palacio, los cortes de calle
y la toma de edificios, los enfrentamientos cuerpo a cuerpo con las fuerzas de
seguridad, etc. Durante estos largos tres años de macrismo, la sociedad argentina
mostró la buena salud de un históricamente robusto músculo militante; pero parece
no ser suficiente si no se puede conectar y ampliar esa militancia del
estallido social a la militancia de las
implosiones: una militancia recargada que logre moverse en ambos planos y
que vaya más allá de las escenas públicas masivas y evidentes; una militancia
que no espere que lo que viene implosionando –barrios y vidas adentro–
simplemente ‘estalle hacia fuera’ y en las coordenadas y mapas que el discurso
político previamente le asignó. Hay que trabajar sobre y en esas implosiones; son imprevisibles, amorales,
violentas, no-históricas… percibirlas y conectar con ellas requiere de un
trabajo de verdadera artesanía política. Artesanía y militancia que sostenga la
presencia y ‘los espacios’ en los
interiores implosionados –no sólo hogares, familias o barrios, también grupos de
amigos y amigas, espacios comunitarios de todo tipo, etc.–; una militancia que
trabaje ‘del lado de adentro’ de los cierres, que piense en los bajones
anímicos y en los momentos de repliegue solitario, que se mueva como pez en el
agua entre las fuerzas silvestres que
siempre parecen quedar más allá de la “organización política”. Militancia en la
implosión es el armado de redes en medio de la precariedad, de apuestas por rejuntes que conjuren el terror anímico,
espacios que vayan más allá del guetto
de clones (la militancia no es una aplicación que funciona por algoritmos ni un
programa de diseño que photoshopea y
emprolija vidas…).
Para oponerse realmente
al macrismo hay que salir de las falsas oposiciones: la calle o las elecciones,
“lo micro o lo macro”, “la economía o la política”, “la paz social o el
quilombo”, etc. Más que una separación inofensiva organizada por las “o” se
trata de una apuesta por alargar y poner en serie las “y” en las cuales será
inevitable encontrarnos y reforzarnos. Desde esas conjunciones –y evitando
borrar la complejidad de los escenarios sociales– y ‘ensanchándose’ hay que
pensar al macrismo: ajuste, inflación y
precariedad totalitaria de fondo;
FMI, recesión y endeudamiento a escala
barrial y en las vidas implosionadas; protocolos para reprimir la protesta
social y nuevas economías de la violencia
barrial (que no son solo “potestad” de la policía); luz verde para la
represión de las fuerzas de seguridad y
engorramiento vecinal; despidos, verdugueo laboral y vida mula; terror
económico y terror anímico; gendarmería, policía local y violencia entre banditas; organización Política y agite
permanente; asambleas y reuniones Políticas a plena luz del sol y encuentros y agites en plena noche;
investigaciones sobre las vidas de los otros e investigaciones sobre la propia vida. Si el macrismo ataca en
todos los frentes es imposible pensarlo y “resistirlo” desde una única y
conocida columna.
El macrismo pareciera ser la suma de los odios históricos
de la derecha tradicional y de los ‘nuevos odios’ de la derechización
existencial en la precariedad (desde los “cabecitas negras” hasta las
mantenidas del plan). Una suma de todas las fuerzas Anti-Todo a las que sólo cabe
oponerle un Aguante-Todo: sacrificio,
disciplina y ascetismo, fiesta, agite y gedientismo; militantes de rostro serio
y militantes de pura carcajada, cuerpos de pie y cuerpos acostados, vidas
endeudadas y vidas sonadas, pibas a todo ritmo y doñas de vieja moral, economía
popular, laburantes pillos y vagos inquietos. Que estén los ‘cuadros’ pero
también las vidas heridas por el ajuste de guerra.
Una ‘militancia’ que convoque a todas las fuerzas
silvestres que circulan sueltas por la sociedad gorruda. El rumor cada vez más
audible de esas fuerzas caóticas no puede “aislarse”: para esas fuerzas no hay “antídoto”
posible y eso el Palacio lo sabe. Sería deseable que también lo aprendamos
nosotros; caso contrario, la recesión seguirá siendo también vital.