1. Nuestro diciembre.
Si en el año 2003 comienza la “década ganada”, un año y medio después
–casi en paralelo– se inaugura –o se bifurca de la anterior– otra década.
Mucho se habló de las marcas y los efectos de 2001 en el ciclo
kirchnerista; pero, incluso varios años atrás del que se vayan todos –y también alimentando la dimensión pública,
callejera, violenta, política y juvenil de este acontecimiento– se empezó a
elaborar otra historia que tuvo en Cromañón, sino un final, al menos un
acontecimiento que la expuso en toda su desnudez (su máxima potencia y sus
fracasos). Es esa historia una investigación pendiente. Y así como el
kirchnerismo no se entiende sin 2001, Cromañón y sus efectos son
incomprensibles sin el rock barrial y el plan colectivo que se venía incubando
desde hacía una (otra) década.
Pero lo real entiende poco de cortes y de etapas; en ese diciembre del
2004 y en los meses posteriores se pliega todo, como en un agujero negro: en
las primeras movilizaciones resuena el cántico Ni la bengala ni el rocanrol, a nuestros pibes los mató la corrupción; hay
espontaneidad; hay estado de agite público (con mucho protagonismo de pibes);
resuenan ecos del 2001 (se exige a la izquierda y al resto de los partidos y
organizaciones políticas que no participen con banderas partidarias, se raja a
patadas al –por esos meses inmaculado– Blumberg); hay vestigios de las luchas
de las organizaciones de derechos humanos (en los padres y madres de Cromañón,
de nuevo las familias se movilizan, los sobrevivientes acompañados de su
entorno íntimo –que incluye muchos amigos– pero sobre todo de sus madres); y en
ese torbellino Estela de Carloto defenderá al jefe de gobierno Aníbal Ibarra y
el kirchnerismo se llamará a silencio...